Con la intención de que se parezca lo menos posible a un tango --sin la melancolía de los cierres-- la investigadora, docente y curadora Andrea Giunta, que se encuentra entre las voces indispensables a nivel mundial de los estudios del arte latinoamericano, dio su última clase en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Porque que termine de pararse al frente de las cátedras que dirige no quiere decir que corte su vínculo con ‘’Puan”, el modo en el que se conoce a esa sede con cariño y popularmente, sobre todo a partir del estreno, el año pasado, de la película de María Alché y Benjamín Naishtat.

En su teórico de despedida Giunta hizo con el cuerpo y la palabra una puesta en acto del proverbio de los feminismos que dice que lo personal es político: en apenas un poco más que una hora fue repasando los momentos de su vida como estudiante, joven graduada y docente de lo que entonces se llamaba Historia del Arte, y desde 1986, Artes a secas, para hablar de algo mucho más general: lo que significaba estudiar esos temas en los 70, los 80, los 90 y los 2000, desde una zona del mundo considerada periférica. También los esfuerzos por crear una historiografía propia con la misma autoestima que tiene la europea, el impacto de las transformaciones históricas en los modos de entender los lenguajes visuales y el papel de un lugar como ‘’Filo” frente a los sucesos de nuestra historia: ya sea como semillero de pensamientos, de desobedientes, o coto de resistencia a la desfinanciación y el oscurantismo.

La clase magistral de la autora de Contra el canon tuvo lugar en el Aula 108, que por su tamaño e historia es la elegida casi siempre para los eventos más importantes que ocurren en la facultad, desde asambleas a entrega de diplomas. Junto al mural con los nombres y caras de los desaparecidos de Filosofía y Letras, Giunta dio su última clase como profesora regular de dos asignaturas: Arte Moderno y Contemporáneo (Historia de las Artes Plásticas VI) y Arte Latinoamericano (Historia del Arte Americano II).

Poner en valor la trayectoria académica de Giunta viene a cuento, según sugirió Ricardo Manetti, el decano de Filo, en su presentación, en un momento en el que ‘’estamos atravesando situaciones muy complejas, difíciles, en el campo de la investigación científica y sobre todo en el área de las humanidades y las ciencias sociales, y también la situación crítica que atraviesan nuestras universidades nacionales”. Su trayecto como profesora, su papel en la formación de investigadores e investigadoras y sus textos son fundamentales para el estudio del arte latinoamericano: son patrimonio nacional y son reconocidos por las universidades del mundo.

Andrea nos obligó a todos a repensar, y no solo a quienes vienen del campo de las artes visuales, esa década tan rara y tan difícil, tan extensa, que fueron los años 60, también para resignificar los conceptos de vanguardia, internacionalismo, pensándolos inscriptos fundamentalmente en las transformaciones políticas”, apuntó Ricardo Manetti.

También destacó el papel de Giunta a la hora de hablar de los feminismos en relación a la producción visual en todos los sistemas artísticos con su libro Feminismo y arte latinoamericano (Siglo Veintiuno Editores). Giunta rescató y dio visibilidad a muchas figuras que habían quedado ocultas en la historia de la cultura latinoamericana, como la chilena Paz Errázuriz, la uruguaya Nelbia Romero, la colombiana Clemencia Lucena o las locales Narcisa Hirsch y María Luisa Bemberg.

Giunta curó la retrospectiva de 2004 que intervenía objetos religiosos y también eróticos en el Centro Cultural Recoleta de León Ferrari, a partir de la cual fue considerado blasfemo por el arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio. La civilización occidental y cristiana, como se llamó esa muestra, incluía a Cristo crucificado sobre un avión de combate estadounidense cayendo en picada

Una de las obras fue destruida al grito de “¡Viva Cristo Rey, carajo!” y más de 70.000 personas la visitaron en Buenos Aires. En 2007 tras ganar el prestigioso León de Oro en la Bienal de Venecia, el artista agradeció con humor haber recibido semejante volumen de publicidad.

En ese entonces uno de los que más la ‘’publicitaron’’ fue Bergoglio, hoy el Papa Francisco, que ‘ha cambiado de perspectiva respecto al poder del arte, a tal punto que una de las primeras cosas que hizo al llegar a Roma fue abrir el Pabellón del Vaticano en la Bienal de Venecia, con una primera presentación que fue sobre el tema de la creación, con un lenguaje muy de vanguardia: increíble. Quizás ahí hubo una semilla…’’, dijo Giunta durante su clase magistral. 

La exposición de Ferrari fue para Giunta una performance social en la que no faltó ningún actor: había misas en la puerta del Recoleta, se rezaba el rosario abajo del avión. Otras personas iban a besarse debajo de esa misma obra. 

Aquel escándalo fue una escena que hoy podría parecer descabellada, pero no más de unos segundos: los que se tarde en recordar el ataque oficial de esta semana contra la distribución en bibliotecas de escuelas secundarias de libros como Cometierra, de Dolores Reyes, porque en dos párrafos de sus más de 170 páginas la protagonista tiene relaciones sexuales.

En 1978, Giunta entró a la facultad con 17 años y en 1982 terminó de cursar. En esos años, Historia del Arte era una carrera en la que el arte argentino se estudiaba hasta la muerte de Prilidiano Pueyrredón bajo el precepto de que era imposible estudiar el presente si no había distanciamiento objetivo: ¿cómo estudiar un presente en el que el investigador o investigadora estaban implicados? 

Ya avanzados los 80, la irrupción de los estudios culturales, que sí sostenían la posibilidad de estudiar lo contemporáneo y la relevancia de los contextos, provocó un diálogo rico con las artes visuales. Nombres como el de Andrea Giunta, Graciela Schustter, Marta Penhos, Laura Malosetti Costa, tuvieron un rol clave en esa transformación.

Durante su conferencia Giunta se refirió a cómo se enseñaba en esos momentos de comienzos de la democracia. ‘’No sé quién impuso esa moda pero como éramos todos democráticos e informales, nos sentábamos en el escritorio y sacábamos un cigarrillo’’, relató con mímica. ‘’No solo la persona que daba la clase fumaba, fumaban todos. Era un ambiente insalubre, se te secaban los ojos. Inimaginable hoy’’.

Tal como señaló Giunta en su clase, en el Conicet, una de las instituciones científicas bajo ataque del gobierno libertario, creada en 1958, no hubo becarios que estudiaran historia del arte hasta finales de los 80: las primeras fueron Giunta y Graciela Schustter.

Giunta habló sobre la prehistoria de la facultad en dictadura, en la primavera democrática, durante en el menemismo y los 2000. Lo que implicaba en términos académicos y vitales ser una estudiante de Filo, ser una profesora que quería investigar la contemporaneidad en un momento en el canon educativo e historiográfico no lo permitía. Desde los planes de estudio hasta los artilugios para hacerse de lecturas inhallables en Argentina, la circulación semiclandestina de las lecturas que no se podían o no se debían leer, el autodidactismo, el reencuentro con los que habían estado en el exilio y sus conocimientos en una época anterior obviamente a Internet. 

‘’Es difícil imaginarlo desde el presente pero en 1987 no había libros de arte latinoamericano en el país. Estaban la biblioteca personal de Adolfo Nigro, su archivo, todas sus publicaciones y revistas que no podías encontrar en ningún otro lado. Y para inicios de la democracia, la librería Liberarte, que traía materiales de Cuba, donde hoy está el CC de la Cooperación. La otra fuente de aprovisionamiento era Raúl Carioli y la librería Prometeo. Carioli se iba de viaje. Volvía, te llamaba y te decía ‘llegué con las valijas’. Y una iba al subsuelo de Prometeo’’. Ahí se podían conseguir libros de Mariátegui, del peruano Mirko Lauer, el paraguayo Ticio Escobar y hasta algún trabajo de la chilena Nelly Richard.

‘’Además de que no existía la investigación en nuestro campo --algo que según relató Giunta recién empezó a aparecer como horizonte a partir de mediados de los 80-- también era una carrera con cierto perfil de clase social. Historia del arte podían estudiar aquellas personas que podían viajar a Europa. Tenía compañeros que decían ‘esta obra es del museo tal’. Pero en mi caso yo no había viajado nunca. He llegado hasta acá pero no olvido que empecé descubriendo las obras por primera vez en los libros de la biblioteca o en alguna fotocopia borrosa’’.