El 20 de noviembre de 1845 el norte de la provincia de Buenos Aires, ahí, a orillas del río Paraná, donde el río gira, que es como yendo pero viniendo y que le dio el nombre de Vuelta de Obligado, sucedió una batalla que fue de una épica que aún hoy se recuerda: la escuadra anglo francesa se había metido con el pretexto de mediar en un conflicto entre Buenos Aires y Montevideo. Se metió con 22 barcos de guerra y 92 buques de comercio. Fue entonces cuando se decidió que la forma de parar esos barcos era cruzar el río con cadenas.
La batalla fue extensa. Los argentinos defendían la soberanía mientras el ejército anglo francés defendía desde entonces el libre comercio. Eran épocas donde los colonizadores eran extranjeros, así como eran extranjeros los que venían a destruir la Argentina. Pasaron muchos años desde entonces. Pasaron muchas defensas contrarias a la soberanía argentina y siempre en nombre del libre comercio. Valdrá aquí recordar una vez más que hay guerras y situaciones aún diplomáticas que deberían ser escritas, no en las columnas de cuestiones políticas sino en las secciones de economía.
Años después, la comandante Richardson tendría constantes visitas a la Argentina a las que, puntual y solícito concurre el presidente como a todo lo que tenga barras y estrellas. Entre visita y visita, Richardson dejó claro que nuestros recursos son importantes para la seguridad y la supervivencia de los Estados Unidos del Norte de América. Se sabe (porque fue público y festejado) que desde el 3 de marzo comenzó una suerte de negociación por ponerle un nombre "decente" a la entrega del país, que dicta que la Administración General de puertos ya tiene listo un papel de entendimiento para iniciar un proceso de colaboración conjunta e intercambio de información y gestión con el cuerpo de ingenieros del ejército de los Estados Unidos de Norteamérica. Es una forma de decir que desde marzo nos están poniendo un moño para que también el Río de la Plata o el canal Magdalena o como les gusta llamarlo, la hidrovía, sea definitivamente controlada por Estados Unidos. A eso llegaron. A eso llegó el Gobierno de Javier Milei. Se acabó la época en que los colonizadores eran extranjeros.
Hoy nuevamente surge un conflicto con el puerto de Uruguay, pero esta vez es más grave: los permisos tanto a los Estados Unidos como a la corona británica se han extendido tan obscenamente que hace unos días anduvo navegando por aquí el buque “de investigación” Sir David Attenborough. No solo anduvo navegando por aquí, sino que boyó tranquilamente por nuestras aguas con bandera de las Islas Malvinas, a las que la cancillería Argentina llamó amablemente de Falklands. La tramoya es la misma para el Río de la Plata, para el río Paraná, para nuestra soberanía. La martingala es la misma que la usada con las empresas del estado: hacer que deje de funcionar para regalarlo sin pena ninguna mientras es controlada por quienes sabrán mejor que nosotros cómo funciona todo y cómo se puede mejorar para que todo ande mejor. Es el viejo cuento de las privatizaciones que viene casi desde la colonia.
No hay desde la oposición nacional una resistencia a eso, como a todo lo que hace el presidente Javier Milei. El único punto de inflexión lo marca Axel Kicillof pidiéndole al gobierno nacional la potestad sobre los puertos de la provincia de Buenos Aires y las vías navegables, para así hacerse cargo de las tareas de manutención y evitar el “no sabemos hacerlo, que vengan los gringos”. Habrá que tener en cuenta que quizá y ojalá, se use el sentido de prelación, ya que la Provincia de Buenos Aires es anterior a la República Argentina.
Por lo pronto el panorama es el mismo: nuevamente, buques extranjeros navegan nuestras aguas con una impunidad casi alegre pasándonos por la cara las banderas prepotentes de la revancha. Puedo, podemos, imaginar la sonrisa en las comisuras de las bocas de los marines norteamericanos. Puedo, podemos, imaginar la ansiedad permanente en la sonrisa del presidente Javier Milei cada vez que le palmean la espalda. Cada vez que los norteamericanos le palmean la espalda.
Aquel noviembre de 1845 acabó con las cadenas rotas, con la escuadra anglo francesa entrando hasta Paraguay, que le dio un menudo resultado económico pero un enorme resultado político de potencia militar. La diferencia residió en que antes de que los barcos argentinos fueran tomados por el enemigo, el ejército nacional los hizo volar en pedazos por los aires. Ninguno fue capturado. Hoy cambió, Axel Kicillof pide lo que cualquier argentino pediría estando en posición de pedir: respeto y acciones hacia la soberanía nacional desde la provincia de Buenos Aires.
Cada uno -en este ajedrez permanente- sabe para quién juega. Claramente el presidente Milei juega para los intereses de la corona (frases históricas si las hay en la Argentina) mientras que el gobernador Kicillof pelea por los intereses nacionales.
Decía que estas guerras deberían escribirse en columnas de economía. No sabemos en qué terminará este conflicto, porque el gobernador de la provincia de Buenos Aires prometió judicializar y entonces ya no hará falta volar buques por los aires, porque estamos ante la posibilidad de que lo que vuele por los aires termine siendo el total de la soberanía argentina.
Veremos cómo sigue. En todo caso quizá haya que sugerirle al gobernador hacerse de nuevas cadenas más fuertes, más potentes, que no sean rotas para que no haga falta hacer volar lo propio por los aires solo para defenderlo.
De verdad lo creo: habrá que comprar nuevas cadenas.