El 23 de junio de 2020 desembarcó en la causa el abogado local Luciano Peretto. Y comenzó otra historia. Con un objetivo claro, y sin darle crédito a la prueba acumulada en el expediente, el letrado se dedicó a instalar la idea de “desaparición forzada”. A los pocos días, presentó a tres integrantes de una misma familia, que declararon –bajo reserva de identidad– que dos policías varones habían subido a Facundo en un patrullero pasando el acceso a Buratovich, a las 15:30 horas, de aquel 30 de abril. De esta manera, Astudillo Castro había sido secuestrado por policías de la Bonaerense. Con esta presentación, Peretto logró que la causa fuera girada al fuero federal para que se investiguara la “desaparición forzada”. En tanto, a la querella se sumó el verborrágico abogado Leandro Aparicio, que le dio mayor impacto mediático al caso. 

Falsos 

Los testigos “estrella” no dijeron la verdad. Las pruebas objetivas del expediente dejaban al desnudo sus contradicciones y mentiras. Facundo, a la hora que los declarantes dijeron verlo en Buratovich, ya estaba en Origone. Allí había sido identificado por el policía González y se encontraba a punto de subir a la camioneta de la productora rural, luego conocida como Testigo H. Es decir, Facundo no pudo estar en los dos lugares a la vez. En un principio, los investigadores creyeron –ingenuamente– que los testigos estaban “confundidos”. Que la escena que habían visto en Buratovich en realidad había sido en Origone, cuando González estaba con el chico en la ruta. Pero no: hay evidencia para sostener que todo fue un relato falso. La primera circunstancia que quedó probada fue que Facundo estuvo en contacto con dos patrulleros. Y en ninguno de ellos viajaban dos 139 hombres, como aseguraron los declarantes. El patrullero de la mañana (en Buratovich) estaba a cargo de Curuhinca y Sosa. Y el segundo (el de las 15:30 en Origone) tenía un solo ocupante: González. No hubo que hacer mucho esfuerzo para demostrar que González estaba solo, porque era el único policía del pueblo en ese turno. El resto quedó demostrado por los libros de guardia, por el rastreo satelital de los patrulleros, las llamadas y los mensajes de WhatsApp. Los datos objetivos de la tecnología ubicaron a los móviles en tiempo y lugar y así quedó probado que nunca existió ningún patrullero donde los testigos de la querella dijeron haber visto uno. Ni siquiera existió algún patrullero posicionado y/o circulando en cercanías del lugar señalado en el horario de 15 a 16 horas. Un minucioso trabajo de la Policía Federal marcó en un mapa el lugar y el horario donde se ubicaban todos los patrulleros de la zona aquel 30 de abril. Pero hay más. 

La circunstancia distintiva que hizo pensar, en un comienzo, que los testigos habían visto verdaderamente a Facundo es que los tres coincidían en un detalle: que llevaba una mochila Wilson. El dato de la marca de la mochila era el que se repetía en todos los medios. Era lo popularmente instalado. Sin embrago, más adelante, quedaría probado que la mochila que llevaba Facundo el 30 de abril no había sido marca Wilson, sino que era una Match Sport negra y verde. 

Como si todo eso no alcanzara, cuando se chequearon las lectoras de patentes del kilómetro 714 de aquel día hubo otra sorpresa: el auto de los testigos –que decían haber viajado a Bahía Blanca– no aparecía egresando del partido de Villarino. Y la frutilla del postre. En la colección de falsedades, hubo un papelón final. “Espontáneamente”, uno de los testigos se presentó a declarar por segunda vez. 

Se había olvidado de aportar un dato en su primera testimonial: sabía quién era el policía secuestrador. Señaló, sin ponerse colorado, que “no sabía” por qué no lo había declarado la primera vez. Explicó que mirando las redes sociales pudo identificar al policía que se había llevado a Facundo. “Se llama Mario Sosa”, lanzó.