“No sé si está chapa, pero me consta que él sabía que lo que hacía estaba mal, pero igual lo hizo, se benefició de todo esto y dañó a mucha gente. Hubo inocentes cinco años presos por sus descubrimientos.”
El que habla es Germán Sasso. Se considera bahiense, aunque en realidad nació en Tornquist, un pueblo a unos cien kilómetros de distancia. Allí vivió hasta que se fue a estudiar periodismo a Buenos Aires. Su primer interés estuvo en el periodismo deportivo, pero enseguida se amplió al periodismo en general.
Luego, trabó relación con el estudio jurídico de Miguel Ángel Pierri y terminó desarrollando para él tareas de prensa. Esa experiencia le dio un conocimiento del periodismo judicial y del complejo universo que aborda, hecho de pasillos oscuros, personajes llamativos y tramas insondables.
Eso le permitió no sólo escribir sus dos libros (el primero es Operación Facundo, publicado en 2021, prologado por el propio Pierri) sino detectar, a puro olfato profesional, en total soledad, que algo no cerraba con el personaje de Marcos Herrero, que con sus perros resolvía los crímenes más complejos y era un verdadero rock star de medios nacionales.
Herrero es el protagonista de El coleccionista de huesos (Editorial Marea, 2024), un hombre real, rionegrino, residente en Viedma, de 48 años de edad, con esposa e hijos, de ocupación policía.
Pero es (o era) también el personaje que supo construir. Entrenador de canes, investigador, superhéroe capaz de resolver todo tipo de misterios. El subtítulo del libro, “la historia del falso perito que engañó a la justicia”, no podía ser más acertado.
Sasso, riverplatense fanático, que disfruta más esa pasión desde que la comparte con su hijo, hoy dirige el multimedio local La Brújula 24. Dialogó con Buenos Aires/12 sobre el personaje en cuestión, pero también sobre el sistema que lo tomó y lo hizo propio porque le servía para resolver problemas.
El periodista reconstruyó minuciosamente las intervenciones de Herrero, junto a sus perros, primero Alcón y luego Yatel, en veinte crímenes, desconociendo o contradiciendo todos los principios básicos de la disciplina, la odorología. El más importante es que ningún olor persiste más de 72 horas.
“Con los medios, había una relación de conveniencia mutua. Él les daba la espectacularidad que necesitaban y ellos le retribuían con fama. También le hacía guiños a la política, especialmente un sector del radicalismo, que tanto en Bahía como en Santa Cruz, intentó sacar rédito”, adelanta. Y también recuerda que "muchos colegas nos miraban mal por desconfiar de Herrero. En algún momento, hasta hubo amenazas en la redacción".
--¿Cuándo y cómo lo conociste o escuchaste de él?
--Él tuvo dos casos muy resonados acá en Bahía. El primero fue el caso Micaela, en 2016 y el segundo, el que le da el pico de fama, es el de Facundo Astudillo Castro en 2020. El de Micaela fue la primera condena por grooming acá, un hombre de 26 años se hizo pasar por una nena en Facebook para raptarla, violarla y matarla. Al sospechoso, que ya tenía antecedentes, llegaron bastante rápido por pericias digitales. Pero Herrero se adjudicó haber encontrado el cuerpo con sus perros. En ese momento pasó y fue su primer baño de popularidad mediática. Cuando, en rueda de prensa, quise saber más de sus métodos, dejó de responderme. Nadie le repreguntaba, todos aplaudían. Años después, volví a ese caso y descubrí que también había mentido. Hizo lo mismo infinidad de veces.
--¿Tenía un método? ¿En qué consistía?
--Él le daba a la comunidad lo que la comunidad esperaba. Jugaba con el concepto de "sesgo de confirmación". Cada vez que llegaba a un lugar, averiguaba un poco qué pensaba la gente, de quién sospechaba o si odiaba especialmente a alguien. Después sus perros encontraban evidencia que incriminaba justo a esas personas. Las encontraban, obviamente, porque él mismo las plantaba. Generalmente, de una manera muy burda. No hay manera de que el perro encuentre el olor de alguien después de seis meses o un año. Él respondía a ese cuestionamiento que sus perros no trabajaban con el olor sino con la energía o con la esencia de esas personas. La evidencia era similar, muchas notas, anónimos, talismanes, colgantes, todo bastante infantil, bastante de película. Huesos, que cuando se peritaban en el laboratorio, no eran lo que él decía. Tendrían que haberlo procesado mucho antes.
--¿Por qué no ocurrió?
--No ocurrió hasta 2021. Creo que algunos funcionarios judiciales tuvieron miedo de su protección, tanto mediática como política. Cuando reciben una prueba, si es válida, avanza la imputación, si es trucha, hay que acusar al que la trajo por falso testimonio. A él no se lo hacían.
--¿Cómo fue su relación con el radicalismo?
--Comienza acá en Bahía. Cuando empiezan a insistir con que el caso Astudillo Castro era una desaparición forzada, un caso de violencia institucional, parte del radicalismo local decide montarse sobre sus pericias para, según ellos, devolverle a Kicillof lo de Santiago Maldonado. Querían tirarle un desaparecido. Está grabado en reuniones de zoom, textualmente. Astudillo Castro fue el punto de inflexión de esta historia, porque tuvo más rating porque la gente estaba en cuarentena y miraba más televisión. A partir de ahí se sobregira. Si se hubiera retirado a tiempo, tal vez nadie descubría sus mentiras. Pero se cebó. Posó con huesos de vaca como si fueran de Facundo, por ejemplo.
--Más allá de lo gracioso o grotesco, hizo daño...
--Mucho. Hubo gente que fue en cana sin más prueba que la que aportaban él y sus perros. Por ejemplo, acá en José León Suárez, partido de San Martín, por el crimen de Blanca Araceli Fulles en 2017. Ya habían detenido al femicida, de apellido Badaracco, que trabajaba en un corralón. Herrero fue con sus perros, montó su circo habitual e instaló que Herrero la había llevado al corralón. En base a los supuestos hallazgos de los perros hubo tres personas inocentes, el dueño del corralón y otros dos empleados, que estuvieron presos cinco años. Vidas destrozadas, porque los perros señalaron el baúl del Renault Megan de uno de ellos. El caso fue tan resonado que hasta el concejo deliberante de Punta Alta lo declaró vecino ilustre. Hasta que, como esta gente no tenía recursos para costearse una buena defensa, internvino la ONG Proyecto Inocencia, que dirige Manuel Garrido. Presentaron un informe lapidario y lograron que fueran liberados, pero ya era 2023.
--¿Qué cambió a partir del caso Astudilo Castro?
--Parecería que salió de ahí decidido a sacarle máximo provecho a su pico de fama. Inicia un raid, primero a Santa Cruz y después a Mendoza. En Santa Cruz, lo llaman para investigar la desaparición de Marcela López, cuyo ex marido, de apellido Balado, tenía algún vínculo laboral con los Kirchner. Entonces él también juega con eso y la diputada radical Roxana Reyes se prende. Reyes, que era vecina de una propiedad de Balado, le permite saltar el tapial para meterse en esa casa. O sea que su primera intervención, que intenta presentar como allanamiento, es en realidad una intrusión.
--¿Y qué ocurre?
Ahí "descubre" restos de una mandíbula, pero Balado dice que no puede ser de Marcela porque a ella le faltaba determiando diente, y el laboratorio le da la razón, porque era de un hombre. Días después dice que había visto dólares termosellados, que calcula en 75 millones, pero que no los tocó ni les sacó fotos. Cuando va la policía, lo único que encuentra son billetes de estanciero. Muchos medios nacionales se hicieron eco de esa versión, sin chequear nada. Básicamente, porque les servía. En Santa Cruz, como la jueza Marrón no le creyó a Herrero, la diputada Reyes planteó una queja contra ella en el Consejo de la Magistratura, pero no prosperó.
--¿Después de eso?
--De ahí se va derecho a Mendoza e intenta hacer lo mismo. Pero un fiscal desconfía y manda a cotejar los restos óseos que Herrero había plantado en una y otra provincia y descubre que eran partes de un mismo cráneo. Lo allanan y entonces ocurre la famosa escena en la que descarta una bolsa de huesos y se la tira al vecino, Lo detuvieron, lo sentenciaron a ocho meses, pero sale porque había pasado dos años con prisión preventiva. Todavía tiene un proceso en curso en Santa Cruz y más de diez hechos en Bahía Blanca por Facundo. Ahora está en su casa, desempleado.
--¿Vivía de esto o del sueldo de policía? ¿Qué obtenía exactamente?
--Obtenía fama, renombre y también plata. Al principio, faltaba a su trabajo de policía para colaborar desinteresadamente en las pesquisas. A medida que fue ganando fama, los familiares de las víctimas y los allegados hacían colectas para pagarle. Tenía una abogada en Buenos Aires, la doctora Lisman, que le hacía de representante. Ella armaba presupuestos, agenda, etc. Garantizaba cien por cien de efectividad. Hasta que, cuando lo procesan en Mendoza, comienzan las escuchas. Saltan cosas muy interesantes, como que quería que le junten tres casos en Córdoba para aprovechar el viaje. En ese momento, le dice a la mujer que podía dejar la policía, porque con esta actividad triplicaba ese ingreso. También salta cuando sus colaboradores empiezan a darse cuenta de quién es. Ante un cuestionamiento, le ordena a una de ellas que borre un video porque lo incrimina, por ejemplo.
--¿Cómo jugaba la policía rionegrina en todo esto?
En la policía de su provincia, él era uno más, de rango medio, pero quería ser como los de la División Canes, pero nunca le dieron bola, lo ningunearon bastante. Entonces, él volvía a Viedma y alardeaba de sus hazañas con sus compañeros, era su revancha. La otra es que nunca estudió, no tenía ningún título, ni de adiestrador canino ni de investigador ni nada.
--¿Por qué o cómo logró engañar a tanta gente si, por lo que contás, no era exactamente brillante?
--Porque le decía a cada uno lo que quería escuchar. Los familiares de una víctima están desesperados, es una situación de mucha vulnerabilidad. Él explotaba esa vulnerabilidad. Después, a muchas estructuras policiales y judiciales les servía tener a quién encarcelar. Y él les ofrecía la solución. Les decía a las familias que estaba contra el sistema, que había una mafia encubridora, muy poderosa. Jugaba con todo eso, con el imaginario colectivo.