Las discusiones en la Cumbre Climática de Azerbaiyán continúan y el debate gira en torno al protagonismo que deberían asumir los países del G20 y no asumen. El grupo nuclea a las naciones más poderosas, las que más contaminan y, al mismo tiempo, las que menos compromisos toman en el combate de calentamiento global. De hecho, las economías de estos territorios desarrollados son las responsables del 80 por ciento de las emisiones. Por el momento, sin embargo, la frustración por un nuevo pacto se hace notar y el pesimismo supera a las esperanzas entre los presentes.

António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, lo manifestó en este sentido: “Me preocupa el estado de las negociaciones en la COP29. Los países deben acordar un objetivo ambicioso de financiación para el clima que esté a la altura de la magnitud del reto al que se enfrentan los países en desarrollo”, dijo el máximo referente de la ONU.

En concreto, los representantes de los diferentes Estados discuten, por estas horas, cómo avanzar en el denominado “Nuevo objetivo cualitativo cuantificado” (NCQG), esto es, quién pone el dinero para ayudar a los países más pobres a mitigar las consecuencias de la crisis. Las cifras son dispares según quien las enuncie, pero algunos estiman, por ejemplo, que se requieren de un billón de dólares al año para compensar los daños a los territorios más pobres y orientar el camino hacia la transición energética (el reemplazo de combustibles fósiles por fuentes denominadas “limpias”). Sin embargo, cálculos más realistas plantean que, en verdad, descarbonizar las economías requeriría como mínimo 6 billones anuales hasta llegar a 2030.

El gobierno argentino, mientras tanto, lejos de disputar la obtención de un posible financiamiento como nación en vía de desarrollo, ordenó el retiro de su delegación. Mientras el mundo solicita aceitar las bases del multilateralismo, Milei hace estallar cualquier posibilidad de intercambio diplomático.

¿Lavado verde?

Este año será el más caluroso de la historia y, también, radiografía de una época atravesada por inundaciones, sequías e incendios sin control. De seguir así, los fenómenos extremos se volverán cada vez más corrientes y a la humanidad --ya lejos de combatir el conflicto y mitigar los efectos-- tan solo le quedará adaptarse. En eso de adaptarse, los lobistas de la Cumbre buscan sacar una tajada. Quienes están en Bakú aseguran una presencia desmedida de “vendedores” de tecnología que captura y almacena CO2. Son hombres y mujeres de la industria que se cuelan como acreditados e, incluso, algunos tienen acceso para participar de las negociaciones.

Se trata de tecnologías que capturan CO2 de las emisiones y lo inyectan en especies de almacenes subterráneos. Los grupos ecologistas, por su parte, sostienen que esta innovación, no obstante, no representa una verdadera solución frente al cambio climático. Un “lavado verde”, pues se venden como herramientas que impulsan la sostenibilidad, cuando en verdad son fomentadas por las propias compañías que trabajan con petróleo, carbón y gas, para que finalmente la producción no se detenga. Así, lejos de reemplazar el uso de combustibles fósiles, esta opción busca limitar sus efectos en el ambiente. Barre el problema debajo de la alfombra, o lo que es lo mismo, el carbono debajo de la tierra.

Los pronósticos para descarbonizar el mundo no son los mejores porque hasta el propio anfitrión de la cumbre, el presidente de Azerbaiyán, sostuvo durante la apertura de la COP que “el petróleo y el gas son un regalo de Dios”. Y llamó “hipócritas” a los occidentales que lo cuestionan por sus dichos y “por ser realista”. Sucede que la racionalidad de esta época invita a la humanidad a acabar con la naturaleza sin pensar en las generaciones del futuro. Alimentar al mercado e incrementar la productividad a cualquier costo.

El té y Brasil como ejemplo

En las diferentes salas del predio situado en Bakú, los más de 50 mil asistentes interactúan a los más diversos niveles. Así, científicos, periodistas y líderes políticos, se pierden entre grupos movilizados de ecologistas y CEOs de la industria petrolera y afines. Las controversias, algunas veces, hacen temblar la amabilidad del lugar y calibran el pulso de un escenario variopinto. Sin embargo, en una actividad todos confluyen: el consumo de té, la infusión estrella de Azerbaiyán. Un producto típico que, incluso, corre el riesgo de desaparecer si el planeta continúa, ciego, elevando su temperatura.

Frente a ello, a pesar de que las potencias no apuntan a un futuro sostenible y que otros como Argentina directamente le dan la espalda al tema, existen intentos interesantes de naciones vecinas que pueden destacarse. Chile, por caso, a través de su ministra de Ambiente, Maisa Rojas, propuso un plan para gestionar residuos orgánicos. Junto a Brasil, Colombia, Costa Rica, Guatemala, México, Uruguay, Panamá y Perú, adhirieron a una declaración para disminuir la emisión de metano. Este gas degrada la calidad del aire y es el responsable, según se estima, de un millón de muertes prematuras cada año. Brasil, por su parte, propuso reducir sus emisiones en un 67 por ciento hacia 2035, con el objetivo de llegar a mitad siglo con “neutralidad climática”. Lo hará con sus conocimientos en seguridad alimentaria y agricultura verde.

El cambio climático, como todo fenómeno global, requiere de respuestas multilaterales. Sin embargo, año a año, la meta de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero queda lejana y el propósito de no incrementar la temperatura 1.5 grados con respecto a la era preindustrial parece inalcanzable. Aunque aún se está realizando, la COP 29 quedó a un segundo plano, ya que esta semana también se desarrolla el G20 en Río de Janeiro. Todos los cañones apuntan a 2025, cuando la COP 30 se celebre en el Amazonas y Lula sea el presidente anfitrión.