Algunos poetas, felizmente unos pocos, creen que la poesía consiste en reemplazar palabras para complejizar y hacer más herméticos los versos en una especie de surrealismo mal entendido. Recuerdo que una vez escribí un poema a mis abuelos paternos que comenzaba diciendo: "Habían venido de España,/ por las tardes tiraban un pesado carro de días./"
El verso me gustaba, pero alguien me dijo:
-Tenés que "trabajar" esos versos, son demasiado directos, son prosa poética. En vez de decir "tiraban un pesado carro de días" podrías poner, por ejemplo, "la azucena de la rueda vomita tierra de los labios furiosos" y cosas por el estilo.
Por supuesto que no cambié el verso. La poesía no es una sopa de letras mezcladas ni parte de una mera combinación de palabras o de una especie de alquimia verbal azarosa. Creo que primero está la intuición poética y luego el poema se va desprendiendo por sí mismo, va exigiendo ser escrito, ya sea de manera llana o hermética. Acude o no acude, he ahí la cuestión. Después se lo puede corregir, mejorar, etc., pero el poema se escribe solo, o, mejor dicho, alguien, algunos fantasmas, algunos espectros, nos los dictan.
En síntesis, no hay que hacer grandes esfuerzos para escribir un poema ni devanarse los sesos combinando palabras. La poesía está esperando a que alguien la escriba, a que alguien ponga la mano blanda y deje que otros escriban a través de él. Borges solía decir que a sus poemas los escribían sus "mayores". No hay poesía sin relación al Otro del lenguaje.
La poesía, como el inconsciente freudiano, suele ser lo que está más próximo, pero que por ello mismo pasa generalmente inadvertida. Se la puede encontrar muchas veces en un giro del habla corriente o en los textos de las películas, en los diálogos de la ópera, inclusive en textos científicos o del psicoanálisis, etc.
Pero esa poesía que está allí, al alcance de la mano, en todas partes y fundamentalmente en el lenguaje, suele, perdón por la crudeza, acabarse cuando algunos poetas, felizmente unos pocos, se ponen a escribir. Por eso no hay que forzar las cosas ni obligarse al poema. La poesía no es un empleo, sino una necesidad en la travesía humana. Y si no hay necesidad, mejor es dedicarse a otras actividades más seguras y redituables.
Solamente, y en soledad, hay que escribir cuando no quede otra alternativa, cuando no haya otra salida, cuando el poema insista en ser escrito y venga a tocar la puerta a altas horas bajo la tormenta. Si no es mejor callar, guardar respetuoso silencio. Y recordar que la poesía no es un ejercicio surrealista ni una sopa de letras, sino un extraño imperativo humano. Nietszche, que era fundamentalmente un poeta, creo que en Ecce Homo, refiriéndose al poeta Meletos (el que promovió el juicio contra Sócrates), dice que aquel estaba tan obsesionado en ingresar en el territorio de las musas como ellas en prohibirle la entrada. También dijo Nietszche de algunos poetas: "Enturbian sus aguas para que parezcan profundas. Yo un día arrojé mis redes en sus mares buscando extraer buenos peces, más siempre extraje la cabeza de un viejo dios".
Otro aspecto a tener en cuenta es la gran inflación de la poesía en este tiempo, que podría constituir una virtud o, por el contrario, un problema, según el punto de vista desde el que se lo mire. Por un lado, sería muy bueno que todo el mundo fuera poeta (en cierto modo todos los seres humanos lo somos, al menos cuando soñamos), ello podría contribuir quizá a un mundo menos materialista e impiadoso, pero, por otro lado, si todos lo fueran, la poesía dejaría de constituir una excepción, el punto de fuga y de interpelación a la regla general, es decir, pasaría a formar parte de la regularidad y normalidad cotidiana, dejaría de ser antagónica al discurso del Amo.
En definitiva, la poesía no es excepcional en el acontecer humano, por el contrario, es concomitante a la estructura misma del lenguaje. El sujeto va en su río a sus expensas, sujetado, hablado por el lenguaje. Sin embargo, hay que diferenciar entre la condición poética estructural al lenguaje (en ese sentido todos somos poetas) y el hecho de escribir poesía y publicar libros. Un amigo mío decía con ironía: “En este país hay cinco poetas por habitante, conozco a poetas que publican un libro antes de escribirlo e inclusive pensarlo”. Más allá de la desdichada ironía ¿cuál es la causa del frenesí actual de publicar poesía? Estas razones pueden ser muchas y complejas y entre ellas está seguramente la cuota de narcisismo lógico y necesario de todo escritor que quiere ver su obra completada en el lector. Pero por sobre todas las razones, opino que hay una que opaca a todas las otras.
En el mundo actual, postmoderno le llaman algunos, han declinado los ordenamientos simbólicos y el Otro de la cultura ya no estaría en condiciones de alojar a los sujetos. Y Sabemos que lo que el sujeto humano busca es un lugar en el gran Otro, un alojamiento, un nombre, una pertenencia, una inscripción en su ciudad, en los otros, en definitiva, algo que lo trascienda ya sea por medio de una obra, una empresa, los hijos, etc. Es la pregunta constituyente ¿qué me desea el Otro?, ¿qué me quiere el otro? Los lugares en donde esa inscripción era posible ya casi no existen y los seres humanos, a partir fundamentalmente del desarrollo tecnológico y las transformaciones civilizatorias, han pasado a constituirse en meras cifras, datos, números, estadísticas, por no decir en restos y desechos de la operación capitalista.
Alguien, en palabras más sencillas, me decía: “la gente hoy tiene una mayor necesidad de visibilizarse”. Claro que es más fácil visibilizarse, aunque más no sea imaginariamente, a través de la poesía que del estudio de la ingeniería o de la física nuclear, con la ventaja de que la poesía y el arte poseen además la presunta función de hacer más soportable lo insoportable de la condición humana y transformar la desdicha en un goce estético, en síntesis, de tramitar el malestar en la cultura. Quizá la inflación poética actual se deba precisamente a ello: a que ya es demasiado lo insoportable y la desdicha en el mundo. Es una posibilidad. Jacques Lacan sostenía que el arte es lo que enmarca el vacío, en definitiva, aquello que hace más tolerable lo real. Hay poesía porque hay un imposible de decir, aunque no todo lo que se escriba como poesía lo sea.
Es cierto que la poesía, la literatura en general y el arte, inclusive si se trata de obras de entretenimiento, dicen lo que el discurso social quiere acallar, aquello de lo cual nada se quiere saber. En realidad, el discurso social (lo socialmente aceptable, la norma, lo regulable, lo estipulado, lo disciplinable, etc.) y la literatura, son, por estructura, antagónicos (T. Adorno: “Discurso sobre lírica y sociedad”). En ese sentido toda obra artística y literaria (lo que viene a descompletar, a interpelar los temas centrales del acontecer humano) sería de “denuncia” aun cuando hable de la naturaleza o de los pájaros. Pero la pregunta es: Si hoy todos escriben y publican poesía ¿qué es lo que vendrá a oficiar de excepción al discurso social?, ¿a través de qué se dirá aquello de lo cual el discurso social y los amos nada quieren saber?, ¿cómo se tramitará el malestar en la cultura?
El amigo mío en cuestión me tranquilizó diciendo: “Hay poetas y hay otra gente, la mayoría, que escribe poesía, no son lo mismo, aunque no estemos nosotros en condición de juzgarlos”. Inmediatamente vino a mi memoria aquella ocurrente frase de un reconocido poeta salteño: “En esta ciudad donde hay tantos poetas… y tan pocos poetas”. Aunque esos pocos poetas, a diferencia de lo que opinaba Platón en La República, sean quizá también necesarios. Es la época diría Jean Paul Sartre.
*Escritor y psicoanalista.