Como economista no me sorprende más el análisis técnico/tecnócrata de las medidas de política económico y de sus resultados que algunos colegas suelen realizar. Muchos de ellos tienen un pensamiento progresista y bien intencionado, que los lleva a preguntarse cómo es que se cometen tan groseros errores en algunos programas económicos, errores con consecuencias desastrosas que obligan a tomas medidas correctivas mucho mas duras aún. Son los mismos que suelen porfiar cuando recuerdo el viejo teorema del Chapulín Colorado: todos esos errores estaban fríamente calculados.
Las discusiones sobre teorías conspirativas pueden durar una eternidad, y es razonable; es muy difícil convencer a alguien cuando no hay evidencias palpables. Por eso, suelo recomendar la lectura de los autores “clásicos” sobre el tema, aquellos que construyeron las teorías y plantearon las principales hipótesis sobre las que se basa una determinada política económica. A veces allí se expresa sin medias tintas el objetivo real, oculto luego en los discursos políticos.
Esta introducción viene a cuenta de una discusión que tuvimos la semana pasada con dos viejos compañeros de estudios sobre la política tributaria en marcha y las reformas propuestas. Mis entrañables amigotes se alarmaban por la caída de la recaudación y sus consecuencias, el déficit fiscal y el endeudamiento. Les resultaba difícil digerir que los buenos técnicos con los que cuenta el gobierno pudiesen cometer semejantes errores. En eso último estábamos de acuerdo. Recordé entonces un viejo trabajo de Herbert Giersch, titulado “La economía europea en 1991, tareas de política de ordenamiento en el este y el oeste”, un clásico de la política neoliberal que marca algunas pautas claras y dirime la discusión.
Herbert Giersch (1921-2010) fue uno de los economistas alemanes más influyentes en la política de su país en la segunda mitad del siglo XX. Director del prestigioso Instituto de Economía Mundial de la Universidad de Kiel (una de las principales usinas del pensamiento neoliberal), entre 1986 y 1988 presidió el think tank neoliberal por excelencia, la Sociedad Mont Pelerin, creada en 1947 por Friedrich August von Hayek, Ludwig von Mises y Milton Friedman.
Giersch siempre se caracterizó por ideas tan radicales como provocativas, en la que se expresaban objetivos muy concretos y estrategias políticamente arriesgadas para alcanzarlos. El tipo planteaba las cosas sin medias tintas ni tibiezas. Como muestra basta el trabajo citado, en el cual extraía algunas lecciones del derrumbe que se estaba produciendo en el mundo socialista, y proponía en consecuencia políticas de ordenamiento para los países de Europa oriental y occidental.
En definitiva –plantea Giersch–, la crisis del bloque soviético pondría de manifiesto la supremacía de la economía de mercado. Esta, prosigue, surge de la suma de diferentes aspectos complementarios: descentralización, subsidiariedad, competencia, autorregulación, privatización, propiedad privada, individualismo. Al que no lo atemoriza la palabra –prosigue–, debe llamarlo capitalismo o, más precisamente, capitalismo concurrencial. Pocas veces alguien ha definido tan sintética al neoliberalismo.
Apela entonces a generar las condiciones para el despliegue sobre toda Europa de esa “forma superior” en plena expansión en buena parte del bloque occidental, una tarea que debe basarse en la privatización y la desregulación, así como en un recorte de los gastos estatales. Sin embargo –y aquí viene la provocación que hoy cala hondo en Argentina– el proceso de adelgazamiento del Estado debe enfrentar la resistencia de la burocracia y de los receptores de subsidios (aquí debe interpretarse la alusión de Giersch en el sentido más amplio posible, que incluye la seguridad social o la acción de los sindicatos). Por eso, explica, primero es necesario gestar las condiciones para que la batería de reformas neoliberales aparezca como una necesidad candente y no como una imposición. Su propuesta consiste en que “el proceso debe comenzar sencillamente por una reducción de impuestos”, para poner en marcha “el dictado de las cajas vacías”. Se trata de generar un enorme déficit fiscal financiado por una expansión del endeudamiento público, que obligará a la postre a un drástico recorte del gasto. El slogan que acuñó (era un gran inventor de frases y términos rimbombantes como “Euroesclerosis”) todavía se usa regularmente en Alemania para justificar ajustes.
El límite temporal del proceso es difícil de fijar a priori, pues depende del mercado de capitales. Sin embargo, desde el inicio, la tensión sobre el mercado de capitales se manifiesta con un aumento de las tasas de interés, que afecta la realización de inversiones privadas con potencial de crecimiento. Ya en ese punto aparecen las primeras presiones para reducir los gastos y el déficit. Es decir, comienza a generarse las condiciones para que actores con poder impulsen la política deseada por Giersch. Las tasas de interés resultan una señal de ese proceso y atribuirlas a la política monetaria –señala explícitamente– sería un diagnóstico equivocado e impulsaría una terapia errónea. El camino es claramente el recorte de los gastos de consumo y de inversión del sector público que parezcan menos significativos. Allí abre la puerta para que cada gobernante pueda decidir discrecionalmente qué gastos poda.
El camino parece entonces claro: la imposición de los preceptos neoliberales se inicia con una serie de medidas aparentemente neutrales, aparentemente inofensivas para la mayoría de los individuos, pero que, a mediano plazo, generan graves efectos “no deseados” –los errores que creían ver mis amigos–. Esos efectos disparan una política de disciplinamiento que toma como blanco a lo que Giersch llama corporativos, responsables de los déficits y desequilibrios. Los menciona “con nombre y apellido”: las corporaciones de obreros –los sindicatos–, los grupos empresarios nacionales, los conglomerados de consumidores o los beneficiarios del Estado de Bienestar.
La expansión del déficit por medio de una reducción de impuestos directos –en general en el planteo de Giersch, en concreto en la política económica argentina– busca explícitamente un descalabro de las finanzas públicas como motor para un drástico ajuste, que comprende un recorte gigantesco de los gastos del Estado, la privatización, la conversión a pautas de mercado de todo aquello que pueda generar ganancias privadas y un drástico recorte de derechos laborales y de la seguridad social.
Nada nuevo para la economía argentina, donde ya se ha naturalizado la idea de que el abultadísimo déficit fiscal proviene de demasiados gastos y de la manutención de vagos y jubilados, olvidando que en el medio se quitaron impuestos al capital y que lo que creció fue el gasto en intereses de la deuda. Herbert Giersch brindaría a la salud de los técnicos en funciones en el gobierno de Macri y todos juntos entonarían aquella vieja canción que insiste en que nada de esto fue un error.
* Investigador Idehesi-UBA/Conicet.