Cada momento histórico tiene un modelo comunicacional y tecnológico predominante. Pero estos cambios no se dan de un día para otro, son procesos que van incorporando de forma desigual y asimétrica los modos de intercambios entre lo viejo y lo nuevo.
Hoy, la comunicación tiene como tarea principal trabajar sobre los sedimentos, las narrativas periféricas, la hibridación de los lenguajes. No dejarse encandilar por las luces del centro. Interrogando la movilidad que se produce entre texto y paisaje, entre imagen y contenidos, entre diferencia y desigualdad.
El papel de lo comunicacional en este abordaje es crucial. Porque es la única que le puede brindar herramientas a las otras disciplinas para entender cómo se complejizó la relación entre la plaza y la platea, cómo funciona una narrativa que se disfraza de batalla cultural para ejercer su hegemonía.
Si tomamos, por ejemplo, el fenómeno de las fake news podemos afirmar que no es algo novedoso como lo describe mucha de la literatura crítica que abunda por estos días.
Desde nuestra perspectiva deberíamos intentar reflexionar sobre los esquemas anteriores para comprende en qué se apoyan para alcanzar su eficacia en este presente. Las fake news se sostienen en el precepto de que no existe ninguna verdad de los mortales que no posea una estructura ficcional, que no sea mentirosa, resbaladiza. Es cierto, que las redes sociales digitales y la tecnología de los bots se aprovechan de estas características de esa verdad. Pero muchas de las miradas críticas se quedan ahí: en una sobre estimación que le otorga un estatuto ideológico a esa operación. Omiten, en cambio, una segunda dimensión sobre el carácter fantasmático de la realidad. Sin esa referencia nos perdemos inevitablemente en las neurociencias.
¿Qué es lo que estamos problematizando?
Pensar la comunicación como proceso colectivo, comunitario, donde la construcción del lazo social tiene una importancia central en nuestros diseños, no implica desconocer las lógicas que nos impone este siglo XXI. No prestarles atención a estas cuestiones nos llevará a jugar el partido todo el tiempo en la cancha de ellos.
Pasemos en limpio. Por un lado tenemos los datos que se han vuelto cada vez más significativos, no solamente para el campo empresarial sino también para el manejo de nuestras vidas cotidianas. Por otro, sabemos que el intercambio en las diferentes plataformas se ha complejizado y personalizado llevando a una radicalización de la propuesta. Porque allí también conviven viejas y nuevas tecnologías que les hablan a audiencias similares o desiguales produciéndose al interior de esas prácticas competencias y deserciones.
¿Cómo seguimos?
Milei construyo una cancha donde jugar, como dice Washington Uranga en su artículo en Página/12. A primera vista no parece tener demasiadas diferencias con otras canchas de la modernidad o incluso de la experiencia macrista. Sin embargo, la re-estructuración del escenario y la radicalización de las disputas -sin prestarle demasiada atención a los actores y las tramas que se ponen en juego- le da cierta originalidad. Ese modelo comunicacional tiene su ventaja principal en que busca ocultar las consecuencias económicas de su programa de gobierno, a través de algunas consignas altisonantes. Fragmentando y dispersando a los sectores afectados. Exponiendo la debilidad que éstos tienen en poder articular sus diferentes experiencias de conflicto. Allí lo comunicacional y su arquitectura tecnológica parecen jugar un papel casi decisivo en los modos en que se los presenta.
Por eso, sin responder -aunque sea provisoriamente- a estos interrogantes va a ser difícil salir del laberinto.
* Psicólogo. Magister en Planificación de procesos comunicacionales.