El 20 de noviembre se conmemora el día de la Soberanía Nacional, en homenaje a la batalla de Vuelta de Obligado. La soberanía no es un tema menor, es un requisito irreemplazable a la hora de que un conglomerado humano, asentado en un espacio geográfico común, pueda considerarse Nación. La gesta del Paraná es soberanía en estado puro, y constituye uno de los hitos fundacionales de nuestra identidad nacional… y popular. Es sin duda una de las páginas más extraordinarias y significativas de nuestra historia.
El inicio se desarrolló en San Pedro, provincia de Buenos Aires, en 1845. Lo que no entiendo es porqué se recuerda la Vuelta de Obligado (primera escaramuza, que perdimos) y no la de Punta Quebracho, última batalla de este conflicto, donde derrotamos a los invasores, si ambos enfrentamientos son rayos de la misma rueda. Siete meses después de Vuelta de Obligado -el 4 de junio de 1846, cuando la armada anglo-francesa regresaba de su periplo al Paraguay- los vencimos con todas las letras. Las fuerzas comandadas por Lucio V. Mansilla escribieron una de las páginas más extraordinarias de nuestras luchas soberanistas, injustamente olvidada. Cargaron sobre el invasor al grito de “viva la soberana independencia”. Mansilla les gritaba que la nuestra no era una independencia cualquiera o formal -sólo de gorro, bandera y vincha- como querían los unitarios: iba al fondo de la cosa. Épico por donde se lo mire!
Punta Quebracho es un recodo geográfico del Paraná, localizado a unos 35 km de Rosario, hoy distrito de Puerto Gral. San Martin. El Paraná sigue siendo un brazo estratégico de nuestra soberanía política y económica. Reclama a gritos que lo volvamos a defender de la cipayada local que lo entrega siempre que puede. En los ‘90 Menem lo entregó a Hidrovía SA, y ahora Milei lo vuelve a regalar a los yankis. Donde se desarrolló la batalla de Punta Quebracho, hoy está emplazado el puerto de Cargill (!) Mudaron el monolito recordatorio de la batalla para emplazar en su lugar un enclave colonial, como son los puertos privados. Antítesis si la hay de la lucha por la soberanía sobre nuestros ríos. Perdón Mansilla y sus bravos!
Las consecuencias del triunfo patriota en la batalla del Paraná fueron varias y deben servirnos de gran lección. Recuperamos la flota propia, que estaba en manos enemigas, y la soberanía sobre la Isla Martin García. Se puso fin al bloqueo naval anglo-francés del puerto de Buenos Aires y hubo un reconocimiento expreso a la soberanía argentina y a nuestros derechos a disponer sobre la navegación de los ríos interiores. Se obligó a los invasores a saludar con 21 cañonazos la bandera argentina. Lo simbólico también juega, por eso debemos festejar cuando derrotemos al imperialismo, no cuando perdemos. Esto se consiguió con lucha, no en el chamuyo patriotero. Debemos recuperar el contenido de efemérides que expresan el triunfo del pueblo sobre las ideas coloniales; e incorporar nuevos hitos: la recuperación de los FF.CC, Aerolíneas, YPF, el sistema previsional; cuando pusimos satélites en órbita; cuando salió el primer rastrojero, el Pulqui, la moto Puma o el primer tractor Pampa… Son algunas de las fechas que merecen recordarse y glorificarse, porque son ejemplo y guía. Demuestran que al imperialismo y la oligarquía no hay que temerles, hay que enfrentarlos y se les puede derrotar.
La batalla del Paraná es parte del hilo rojo que vincula toda nuestra historia de lucha por la soberanía. Una porción mayoritaria de la clase dominante vernácula elige ser colonia antes que patria. “Patria sí, colonia no” no es una mera consigna de cartel: expresa en forma acabada cuál es la madre de todas las batallas. Son los patriotas de Mayo, como Moreno y Castelli, luchando por la independencia. Es la disputa entre San Martín y la oligarquía porteña rivadaviana. Es la pelea del puerto y el librecambio vs. el interior popular. Es el IAPI, enfrentando al modelo agroexportador. Es Rosas defendiendo la “independencia soberana" que gritaba Mansilla. Es Braden o Peron. Es el No al Alca. Es el desarrollo de una política de ciencia autónoma. Es todo eso y mucho más. Sin soberanía no hay patria ni bienestar.
La constitución neoliberal de 1994 empoderó económicamente a las decadentes oligarquías provincianas, transfiriéndoles la potestad sobre el subsuelo. También, el Pacto de Olivos otorgó autonomía a la Capital Federal. Estos hechos constituyen un auténtico corsé para las políticas soberanistas. Necesitan un remedio urgente: la reforma o sanción de una nueva constitución nacional. Esa es la Punta Quebracho de este tiempo. Ayer fue el Partido Unitario la cara de la dependencia; después, el golpe del 30; luego la fusiladora; en 1976, el golpe cívico militar. Hoy es el Partido Judicial Mediático, cuyo mascarón de proa, Milei, es el vasallo que defiende los intereses del tecno-feudalismo del que habla Varufakis. La entente judicial-mediática fue el principal ariete para que perdiéramos las elecciones en el 2015. Logró, transformar un suicidio en asesinato (Nisman) y vincular infamemente a nuestro candidato a gobernador de Buenos Aires, con el triple crimen de General Rodriguez. Y que una buena porción de la población les crea. “La verdad tiene una sola figura, la mentira demasiadas”.
Pero, ¿por qué la Soberanía es tan importante para la cotidianidad popular? Sencillo: su incidencia es directa sobre su nivel de vida. Es una de las pocas reglas matemáticas que se puede aplicar a la política argentina: a más soberanía mayor bienestar general. Se traduce en mejores salarios, mejor alimentación, mejor salud, mejor todo. Y lo prueba claramente nuestra historia.
Veamos: los tres periodos históricos en los que llegamos al Hambre Cero y superamos y/o arañamos el 50 % de participación de los sectores populares en el PBI, fueron los de mayores márgenes de soberanía nacional.
Brevísima reseña: la década de 1945 a 1955 fue un lapso histórico signado por abundantes y exitosas políticas públicas soberanas. Argentina se negó a entrar al FMI. Braden o Peron es la mayor metáfora-símbolo de autonomía de la época. No se necesitan mayores precisiones para verificar la regla.
Otro periodo pletórico de soberanía fue desde 1973 a 1975, con Osvaldo Dorticos y Salvador Allende en las tribunas del congreso nacional saludando al nuevo gobierno. Una época en la que estatizamos nuestro comercio exterior y las bocas de expendio de los combustibles; la del pacto social, que controló los precios en los alimentos y bajó la inflación. Todo realizado -también- sin deuda externa. Sobran los hechos e ideas soberanistas en la etapa.
El último, de 2003 a 2015, fue cuando cancelamos al FMI, le dijimos No al Alca y re-estatizamos YPF y Aerolíneas Argentinas, al tiempo que repatriamos más de 1000 científicos. Pusimos satélites en órbita y financiamos investigaciones biotecnológicas como el trigo HB4.
Fueron los tres momentos históricos de mayor bienestar popular, con altos salarios y jubilaciones; cuya consecuencia más potente fue el HAMBRE CERO. Más soberanía mejor calidad de vida, ¿es matemático o no?
Ninguno de los ministros de Economía de esas tres etapas estudió, ni se capacitó en los EE.UU. Detalle clave, pero no matemático. El lugar de formación de los ministros de Economía, como de los jueces o militares, no es un dato trivial: actúa como una alerta temprana para detectar cipayos, fundamental si queremos ser Patria. Sino vean los resultados de “los capacitados por el imperio”: Cavallo, Caputo, Guzman, Machinea, Lacunza, Sanderis (e interminable etc.) versus los nuestros en las etapas soberanas, todos nacionales con terminales en el país, Miranda, Gelbard, Amado, Axel, etc. Ahí es donde floreció robusta la semilla de Rosas y Mansilla.
Cada vez que un ministro de Economía viaja a Washington deja en migraciones jirones de calidad de vida y salarios de su pueblo. Como lo dijimos: soberanía es sinónimo de calidad de vida. Una regla matemática, tal vez la única, que tiene la política argentina. Nunca falla. Por eso persiguen y proscriben a CFK, igual que a Perón, igual que a Rosas, que fueron sus ejecutores. Así de sencillo.