Con fuertes reminiscencias de las clásicas películas de monstruos del Estudio Universal, pobladas de Dráculas y Hombres Lobo, pero particularmente aquí con guiños a "La novia de Frankenstein”, aquella maravillosa película de James Whale estrenada en 1935, "La bicha" descubre el telón en una extraña sala de operaciones: bajo las intrigantes melodías del piano, Leticia espera impaciente que una doctora remueva de su cuerpo una aspiradora que se incrustó en su interior, creando una fusión simbiótica y una nueva forma de vida entre ella y el aparato.
Mediante técnicas médicas tan alternativas como bizarras que no escapan a las miradas fogosas que surgen entre ambas, la obra poco a poco deviene en un trío amoroso lésbico en el que la aspiradora cobra un papel fundamental en el deseo qua ya ha cooptado la relación médica-paciente. Ideada por Sol Zaragozi y Malena Laurent, que también protagonizan la obra, “La bicha” tiene su germen en un ejercicio teatral mediante el cual se buscó darle vida ficticia a un objeto y así, durante un año en el espacio Área 623, reinó la improvisación, las grabaciones y las ideas que fueron apareciendo junto a la directora sobre el lugar de la aspiradora, objeto icónico en el rol de las ama de casa dentro del más rancio patriarcado, hasta transformar su función por completo. Finalmente, entre experimentos y experiencias, el grupo ganó un día la convocatoria para participar del “Ciclo Les Actuantes” en Caras y Caretas, lo cual planteó un gran desafío.
Dirigida por Violeta Marquis, con dramaturgia y actuación de Malena Laurent y Sol Zaragozi, la música en vivo de Sebastián Sonenblum y las coreografías y movimientos diseñados por Fioreya, “La bicha” se sitúa en un pasado distópico que combina la ciencia ficción con el terror en un mundo puertas adentro en el cual la transhumanidad, el deseo lésbico, el animismo de las máquinas y la materia vibrante, como la llamaría la filósofa contemporánea Jane Bennett, realizan una combinación de los deseos más extraños y, por eso mismo, fabulosos, atravesando tópicos como el amor imposible, las huidas, los reencuentros, los truenos y la pasión, utilizando los roles clásicos de la estructura melodramática hasta volverlos monstruosos desde un lugar entrañable y deseable, como afirma su directora en diálogo con SOY: “Fue ahí donde empezó a aparecer lo lésbico más a fondo, si bien había algo ya sugerido, fue en los ensayos donde nos empezamos a preguntar cómo sería un vínculo entre un ama de casa de los ‘50 y una doctora que no entra en los cánones de la medicina. Y no solo lo lésbico, sino la disidencia en sí. Es que la aspiradora no solo metaforiza sobre el vínculo que tenemos con los aparatos electrónicos, sino que también nos sirvió para pensar cómo un cuerpo distinto puede ser para la sociedad visto como monstruoso, pero para otrxs visto como un valor. De hecho, algo que pensamos mucho fue ¿qué hace la aspiradora en Leticia? Y, finalmente, descubrimos que lo que hace es llevarla a estar más cerca de su deseo”.
Buscando invertir la relación tradicional entre “la señora de la casa” y los objetos que ella debe utilizar para cumplir con su rol ante el resto de la familia, Violeta da cuenta de cómo el arco de la obra transforma y supera ese espacio doméstico rancio: “Un ama de casa, fanática de comprar electrodomésticos y de usarlos para pasar llenar sus días, se transforma, casi, en uno de ellos, y desde ahí, descubre que hay otras cosas que le gustan y finalmente se anima a vivirlas. De alguna forma pasa de ser ‘el estereotipo de mujer de los 50’ a ser un elemento monstruoso que lleva sus deseos a cabo. Monstruosos como decir disidentes, diferentes, lejanos a lo que la sociedad pretende de ellxs”.
Existiendo una enorme y fascinante producción de literatura de ciencia ficción escrita por mujeres como Ursula K. Le Guin, Octavia E. Butler o Margaret Atwood, por nombrar solo algunas, pero ante la casi total falta de obras teatrales de ciencia ficción en cartelera, y mucho menos lesbofeministas, Violeta comenta que la base para armar “La bicha” en el marco de la ciencia ficción teatral fue un fuerte apoyo en la convención teatral, en el hecho de que nadie crea realmente que la actriz tiene una aspiradora en el cuerpo, aunque durante un rato se acepte que sí. El universo reconocible de una consulta médica, en dos personas que se empiezan a enamorar y que están marginadas de la sociedad por no entrar en los estándares que plantea la coyuntura de la época, habilita la introducción del elemento fantástico, sumando, como otro factor crucial, la incorporación de Sebastián Sonenblum que toca la música en vivo tanto para narrar el universo melodramático como para dar cuerpo a “la voz” o los movimientos de “La bicha”, la aspiradora que ingresa en el cuerpo de Leticia: “Nos influyó mucho el ‘Manifiesto Cyborg’ de Donna Haraway, y también Leonor Silvestri, las películas de Cronenberg, la última de Lanthimos, Fernando Broncano y Bruno Shultz, entre otrxs”.
Frente a la realidad sociopolítica actual, que supera en muchos aspectos a cualquier historia de ciencia ficción, Violeta asegura “que es muy importante, en este contexto, juntarse a imaginar mundos fantásticos, dejar volar un poco la imaginación, reírse, encontrarse y también pensar. Pensar qué queremos, cómo lo queremos, desde qué queremos narrar hasta qué queremos en nuestras vidas. Creo que todo es cada vez más alienante, que cada vez estamos más solxs y que de alguna forma, hacer teatro, ver teatro, y crear historias es una manera de estar menos solo y de opinar, y generar posición sobre lo que estamos viviendo”.
Sábados 23 y 30 de noviembre a las 17 en Caras y Caretas 2037, Sarmiento 2037.