Después de unas elecciones en las que los asuntos vinculados al género, a los derechos reproductivos y a la soberanía sobre las decisiones del propio cuerpo constituyeron uno de los ejes centrales de las discusiones de campaña, el triunfo de Donald Trump desató una ofensiva masculinista despiadada. El influencer de extrema derecha Nick Fuentes echó a rodar la frase "tu cuerpo, mi decisión" ("your body, mi choice"), contraponiéndola a la consigna feminista "mi cuerpo, mi decisión" y regodeándose en las políticas restrictivas que en materia de derechos reproductivos anticipa la futura gestión republicana. 

La consigna vengativa encontró una amplia resonancia en el ecosistema de canales y redes masculinistas, aumentando exponencialmente el acoso cibernético a las mujeres.

¿Hasta dónde puede llegar la revancha masculinista de hombres que -por suerte- no representan a la totalidad de su género?

Uno de los elementos que nos deja la elección en Estados Unidos es la intensificación y el ensanchamiento de una cisura que ya venía ampliándose y que acabó por ocupar un lugar central en el debate público. Situado en el centro de esa grieta entre hombres y mujeres se halla una disputa por la soberanía sobre los cuerpos. 

¿Cuáles son las condiciones para que, tan desembozadamente, un grupo de hombres pueda anunciar y celebrar, a viva voz, su potestad sobre el cuerpo de las mujeres? ¿Hasta dónde puede llegar la revancha masculinista de hombres que -por suerte- no representan a la totalidad de su género?

Otra de las frases diseminadas en la campaña de ciberacoso demandaba que las mujeres "vuelvan a la cocina" y hasta llegaban a poner en cuestión el voto femenino. Los hashtags con los que se echó nafta a la campaña se volvieron trending topic en redes como X, facebook y Tik Tok. La campaña también encontró aliadas, sumándose a la ola algunas influencers, exponentes de las "trad" wifes, expertas en hacer de la opresión una pasión.

Asistimos a una auténtica venganza de los propietarios, al alarde de un espíritu de dueñidad que se arroga su potestad, no solamente sobre la tierra, sino sobre el cuerpo de las mujeres. El falocentrismo, amenazado durante algún tiempo por las rajaduras que el movimiento feminista y las disidencias supieron producirle, ha vuelto recargado, en un plan de resurrección vengativa, voraz y feroz. 

Allí están, blandiendo sus instrumentos como prolongación fálica, Bolsonaro y sus metralletas, Milei y su motosierra, Trump y su índice que, cual gesto soberano, sentencia: "you´re fired!". Personajes de un tiempo decadente, obligado a una performance hiperbólica de la masculinidad que no hace sino revelar su carácter de artificio y su fragilidad. Caricaturas de sí mismos. Sostén imaginario y punto de identificación para millones de hombres que se regodean en la omnipotencia que supura el narcisismo de sus líderes.

Pero un cuerpo dominador, un cuerpo poseedor -dueño de sí y de los otros-, no precisa solamente de esa jactancia frontal, de esos prolongamientos capaces de representar el poder fálico. El proceso de constitución de un cuerpo dominador tiene su aspecto dorsal. La opulencia del falo -tan ostentado en el espacio público- no es suficiente para el armado de esos cuerpos, que precisan también de la costura trasera, de la impenetrabilidad como verdadero índice de la masculinidad. 

En esta sobreactuación de la virilidad desnuda, sin embargo, el pánico y la angustia identitaria recorrea a ciertas masculinidades heterosexuales.

El kit masculinista de Bolsonaro incluye, para su parte delantera, un arsenal bélico; para su parte trasera, su medalla de la triple I: Inmortal, Imbrochável (referente a la eficacia en el acto sexual), Incomível (es decir, impenetrable). Esa medalla que, en auténticas escenas de fratria, Bolsonaro obsequió, entre otros, a Donald Trump, Vladirmir Putin y Javier Milei. En esta sobreactuación de la virilidad desnuda, sin embargo, el pánico y la angustia identitaria recorrea a ciertas masculinidades heterosexuales. 

La pasividad aparece como la posición que, a toda costa, debe ser conjurada. De vez en cuando resulta útil volver sobre las intuiciones y la capacidad analítica de Guy Hocquenghem en "El deseo homosexual" -refrescadas por Preciado en textos como "El terror anal", "Manifiesto contrasexual" o "Pornotopía"- para observar la complejidad de estos procesos genealógicos, constitutivos de la subjetividad. Insumos imprescindibles para comprender la hondura de lo que hoy se encuentra en juego, así como las cuerdas íntimas que los discursos reaccionarios logran tocar, alcanzando un alto involucramiento subjetivo en muchos de sus seguidores.

Hoy el falo aparece menos en su dimensión de función simbólica o reguladora, que como un arma, instrumento de venganza. En el espacio público, la ostentación del poder fálico, que yergue el recuerdo del dominio masculino. En el espacio privado, bien oculto, sustraído a la representación: el ano. Esa parte del cuerpo sobre cuya represión se garantizan las costuras de la identidad heterosexual masculina. ¿Qué nos informa acerca de nuestra época el hecho de que estos ejemplares masculinos se vean conminados a insinuar públicamente asuntos que, hasta hace no tanto tiempo, permanecían silenciados? ¿Qué los mueve a hacer alusiones que remiten a su economía libidinal y, específicamente, a la analidad? El prototipo de estos líderes de aires tiránicos ni siquiera responde a la construcción de una masculinidad hegemónica. La representación pública de líderes políticos clásicos respondía a una escenificación fuerte pero mesurada, porque la templanza -desde los griegos a esta parte- suele ser una de las virtudes cardinales de la representación política. En estos casos, se trata de masculinidades que se deleitan en el paroxismo, en la proyección de una crueldad alejada de cualquier tabú.

La transformación que estos personajes proponen llevar adelante es tan extrema, que precisan reponer el imaginario de un soberano sin límites. Grandulones que buscan imponer su arbitrio y su capricho sobre unas sociedades que preferirían compuestas de súbditos antes que de ciudadanos. Quizás a eso respondan sus apariciones caricaturescas y la exageración de su masculinidad. Si para reponer este imaginario deben ceñirse las costuras de estos cuerpos penetrantes e impenetrables, si deben resaltarse los contornos de estas identidades al punto de parecer paródicas, es comprensible que hayan elegido a los feminismos y a las disidencias sexuales como su blanco predilecto. La exhibición de su falo busca recordar dónde reside el poder en la sociedad. La medalla de la impenetrabilidad anuncia que son una fratria de poseedores, jamás poseídos.

Una madeja en la que se enredan los procesos constitutivos del cuerpo y de la subjetividad con los procesos y las estructuras sociales. Una política sobre los cuerpos de la que depende la distribución del poder y de la circulación en la sociedad. Ahora que un haz de androginia atraviesa todo el cuerpo social -y no es exclusivo, ya quisiéramos, de la extrema derecha- y amenaza con desmontar los derechos obtenidos tras décadas de lucha, ¿cuál será la posición de todos aquéllos partidos, pero también de todos aquéllos referentes políticos y mediáticos que se oponen a estos proyectos reaccionarios? ¿La única salida que puede vislumbrarse es a través de una estrategia imitativa que replique -pero "de este lado"- la personalidad violenta de estos prototipos extremistas? Ahora que todo el racimo de influencers que orbitan en el espectro peronista se deleita con invitados que derrochan testosterona y se pliegan con facilidad -cuando no con éxtasis- a la retórica anti-feminista, ¿cuál es la fisonomía del proyecto alternativo que se insinúa?

Cuando una ola está en su cresta, son muchos y muchas quienes se precipitan a ser parte de ella. Al momento de refluir, veloz sucede la dispersión. ¿Desconocerán la persistencia de la marea? ¿Pensarán que todos los cambios que nos acontecieron no nos han transformado para siempre? No somos les mismes después de la marea verde. No somos les mismes después de las luchas y la conquista del matrimonio igualitario. No somos les mismes después de la conquista de la ley de identidad de género. No somos les mismes. Se ha transformado nuestro modo de percibir. Ha cambiado nuestra forma de escuchar. Ha mutado nuestra forma de habitar el espacio público. Han cambiado las relaciones sociales.

¿En serio creen que vamos a volver hacia atrás?