El periodista y conductor de La Mañana, Víctor Hugo Morales, relató en su editorial por la 750 una escena cada vez más repetida: filas y filas de personas que buscan un trabajo y depositan allí, en esas largas horas de espera para llegar a una entrevista laboral, todas sus esperanzas por un sueldo que no alcanza la canasta básica.

El editorial de Víctor Hugo Morales

Gente que busca trabajo. Gente que se mueve en función de esa palabra tan traicionera muchas veces. Cuatro cuadras de fila de los que buscan un laburo de ochocientos mil pesos.

Un salario por debajo de la canasta básica, pero mejor que quedarse en la indigencia. Entre ellos, hay quienes quieren cambiar de empleo, y también están los que no tienen nada.

Todos están ahí por un sorteo, una tómbola, un albur, un golpe de suerte. Una tentación de fortuna. Eso van a buscar: una plegaria al azar, un sueño de que la contingencia les sea favorable en la dura lucha por sobrevivir en los tiempos del neoliberalismo.

Horas de espera. Caminan despacio, atentos a que nadie se cuele. Hacen cuentas sobre cuánto demora cada uno de los que están adelante. Llaman a casa y calculan: “Con cómo se mueve la fila, me faltan tres horas más. Yo te llamo después”.

Conversan con quien espera lo mismo: un milagro en forma de mensaje en el celular, un pulgar hacia arriba, el anuncio de un número de lotería ganador. Pero, al final, solo es un trabajo de ochocientos mil pesos por mes. En tiempos como estos, para un laburante, eso es una fortuna.

Los que hablaron al comienzo del programa son algunos de ellos. Buscadores de empleo que van con la ilusión intacta, como la de un goleador que se lanza al aire para clavarla en el ángulo, como Lautaro.

Alguna vez, piensan, el trabajador tiene que recibir un centro de Messi. Ese Lionel que frena, lo ve, y le pone el pase perfecto a ese laburante que corre por el medio del área.

Una especie de Lautaro que, al llegar al mostrador, consigue el trabajo. Sale de la fila gritando, celebrándolo al país. Con las rodillas levemente flexionadas, los puños cerrados a la altura de los bolsillos, y un grito de victoria.

Atrás, los otros aplauden desde la fila. Se alegran porque uno de los suyos logró algo bueno. Por un momento, como Lautaro, ese elegido celebra. Celebra que siempre haya un Messi, y con él, esperanza.