Los sonidos de un viejo sintetizador se escuchan en la pista de audio mientras el montaje alterna imágenes de unas cámaras de vigilancia. Afuera llueve y el día de trabajo parece estar tranquilo en el hogar de los Felpeto, un clan del sur del conurbano bonaerense dedicado a levantar apuestas ilegales. De pronto, el presente se funde en pantalla con el pasado: una serie de fragmentos de videos en VHS se entrelazan con la narración en off de Maribel Felpeto, la hija de la familia. “Mi papá fue el primero en tener cámara y videocasetera en el barrio. Se juntaban todos a ver películas en la casa de él”. El tren inglés pintado de rojo, verde y ocre que pasa por la estación y la calidad de la imagen, con su raya de tracking en el piso del cuadro, no mienten: se trata de un registro de los años 80 o, a lo sumo, comienzos de los 90. En rápida sucesión, algunos planos de una jovencísima Alejandra, la madre de Maribel, un viaje en teleférico, una parada en la costanera, una visita a un acuario. La voz continúa relatando someramente la historia de Hugo, el hombre que andaba siempre con plata y cambiando de auto, el pater familias y fundador del negocio. Un hombre que ya no está físicamente, pero cuya presencia se hace notar en cada escena de la película.

El nuevo largometraje de Hernán Rosselli, el director de Mauro y Casa del teatro, fue presentado en mayo en la prestigiosa sección Quincena de los Cineastas del Festival de Cannes, pero es recién ahora que llega a las pantallas locales: se exhibirá los sábados de diciembre en el Malba (a las 20) luego de una única proyección en Contracampo, la “acción” cinematográfica que por estos días se presenta en la ciudad de Mar del Plata como reacción al festival oficial de esa ciudad y a la gestión de las nuevas autoridades del Incaa.

Algo viejo, algo nuevo, algo prestado es uno de los grandes títulos argentinos de este año, una película compleja en su entramado ficcional, en parte orquestado a partir de materiales reales, pero de una tersa y transparente exposición narrativa. Un relato de quinieleros de Temperley que intentan mantener el negocio ante la amenaza de un operativo judicial y la presencia de otros grupos dedicados al mismo métier. Un film que vuelve a poner de relieve, como ocurría en Mauro, las pequeñas batallas de la supervivencia económica y social. No tanto docu-ficción como invención moldeada a partir de ámbitos y seres reales, el film confirma el talento de Rosselli para construir relatos cinematográficos potentes con materiales y procesos poco usuales en el cine nacional.

LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS

“Todo esto nace más o menos en la época del estreno de Casa del teatro, en 2018. Se me acercó Maribel Felpeto, que es una persona que conozco desde hace muchos años por ser vecina del barrio. Ella es artista visual y tenía un montón de material en VHS que su padre había filmado a lo largo de los años y quería hacer algo con todo eso, tal vez una instalación. Cuando vi por primera vez esas grabaciones me sorprendí muchísimo. Por un lado, ver todas esas imágenes de una Buenos Aires diferente, que es la que tenía en la cabeza como recuerdos de infancia y que es también la de la efervescencia de la vuelta de la democracia. Algo muy de barrio, esa Lomas de Zamora y ese Temperley de los años 80. Por otro lado, me llamó la atención que no se trataba de simples home movies, sino que había una idea clara de puesta en escena. Hugo Felpeto había querido estudiar cine y nunca lo hizo, pero tanto él como su esposa Alejandra trabajaron un tiempo filmando casamientos y eventos. Tal vez por mi oficio de montajista, cuando vi eso pensé que era algo genial, porque cuenta muy en detalle el noviazgo de ellos, la etapa de enamoramiento, cuando se compran la casa, cuando nace la hija, Maribel. Sin tener muy en claro qué, de inmediato pensé que ahí había una película posible”. Las palabras de Rosselli describen a la perfección el origen de Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, una película que surge de las semillas de ese material de archivo, resignificado por completo gracias a las escenas de ficción escritas y filmadas por el realizador en tiempo presente.

De más está decir que nadie en la familia Felpeto se dedicó jamás al negocio de las apuestas ilegales, aunque un espectador poco familiarizado con este tipo de formatos cinematográficos podría pensar exactamente lo contrario. Es parte del juego que propone Rosselli: que la realidad y la creación pura y dura se entrelacen de tal manera que sea imposible separar una de la otra. “Imaginé que podía llegar a darse esa confusión, por eso en las charlas posteriores a las proyecciones siempre aclaro que los Felpeto no tienen nada que ver con la quiniela. Debo decir también que todos ellos son muy cómplices del proyecto, de la película, de los giros de la ficción, del artilugio. Pero eso es justamente algo que me interesa, esa indeterminación de la película que hace que el espectador se pregunte todo el tiempo por la naturaleza de lo que está viendo”.

El largo proceso creativo, de casi seis años en total, comenzó con simples entrevistas testimoniales a los miembros de la familia. “En esas charlas, sobre todo conversando con Hugo, siempre terminábamos hablando de cine, en particular de lo que yo considero los grandes clásicos de la clase trabajadora suburbana: El padrino, Érase una vez en América, Buenos muchachos. Empecé a pensar en las aspiraciones de la clase media, las pulsiones de la clase trabajadora. Conozco bastante bien el mundo de la quiniela, porque cuando mis viejos se separaron mi mamá trabajó un tiempo como data entry para el Chino Sabella, un banquero muy conocido de la zona. Y esa fue mi propuesta: hacer una versión del conurbano de una de esas películas de gánsteres, que muchas veces tienen un relato paralelo en el pasado, los momentos fundacionales. Las imágenes en VHS podían servir para hacer precisamente eso”.

HERNÁN ROSSELLI

MATAR AL PADRE

Los ensayos comenzaron en 2019. La pandemia detuvo esa etapa seminal, pero Rosselli aprovechó el encierro para digitalizar todo el material de archivo y tomar notas. En poco tiempo el realizador tenía un borrador de un posible relato del pasado de los Felpeto en la ficción, mezclando circunstancias y anécdotas reales de esa familia con otras de su propia madre y, finalmente, hechos absolutamente ficcionales. “Lo que me interesaba de ese rodeo alrededor de la ficción era que íbamos a poder hablar de cosas tal vez incómodas para los Felpeto. Es la libertad que te permite la ficción, a diferencia del documental, que inevitablemente te pone en situaciones donde tenés que tomar decisiones éticas”. En pantalla, en la ficción, Maribel, Alejandra y el resto del equipo de quinieleros, viejos trabajadores del rubro, levantan el teléfono, anotan los números a jugar, suman y restan las deudas y anotan los nombres de los deudores y acreedores. El realismo es notable y las actuaciones, naturales y precisas, aportan varios granos más a la sensación de estar asistiendo a un registro de vidas y situaciones que no existieron solamente para ser registradas por la cámara. La representación como imitación de la vida, algo que Rosselli ya había logrado con creces en Mauro, cuyo protagonista no era pasador de apuestas sino un falsificador de billetes, otra criatura del conurbano.

Algo viejo, algo nuevo, algo prestado introduce varios elementos extra a la descripción de estilos de vida y el día a día del trabajo. Sobre todo, la presunción de Maribel, aparentemente confirmada luego de una búsqueda en Internet, de la existencia de un posible hermanastro, y el acecho de los sabuesos, con la amenaza cierta de una redada que acabe temporal o definitivamente con el negocio. En medio del círculo dibujado por un compás imaginario el padre, autor de las imágenes luminosas del pasado. Hugo, la gran figura ausente y fantasmal del relato. El Hugo de la ficción, desde luego, ya que el real está vivito y coleando. “Maribel estudió teatro mucho tiempo durante la adolescencia, pero luego abandonó. Más allá de eso, es una actriz de un talento increíble; ya en los primeros ensayos era notable verla. Es alguien de una personalidad muy combustible, y eso impregnó todo. Durante la pandemia pedí un permiso para ir a Temperley y un par de veces por semana ensayábamos con ella y Leandro Menéndez, el actor que interpreta a su pareja. Ellos se ocuparon de impregnar a los otros actores del registro que necesitábamos. Filmamos en tres etapas diferentes, en 2021, 2022 y 2023. Con Alejandra se dio algo similar. Ella es abogada y tiene algo histriónico. Pero además tanto ella como Maribel fueron filmadas por Hugo todo el tiempo en la vida real, crecieron con una cámara delante de ellas, así que están muy acostumbradas a su presencia”.

Hernán Rosselli supo desde un primer momento que tenía una estructura cronológica para la historia, que se duplica en dos tiempos: el del material de archivo grabado por Hugo y el propio. “Lo que tenía que inventar era lo que sucedía un poco de manera subterránea, que está ligado al mundo del trabajo. Eso es lo interesante del dispositivo. Por ejemplo, la gente no publica en las redes sociales los momentos de crisis, todo eso forma parte de un fuera de campo. Eso me daba mucha libertad para inventar, y la voz en off de Maribel es una especie de contrapunto a las imágenes en VHS, que sólo ofrece instancias aparentemente felices. Pero uno como espectador puede inducir cosas. Tal vez Alejandra tuvo una crisis después del embarazo. Es parte de la invención”. La idea del hermano apareció gracias a una anécdota familiar de un vecino, un poco como esas variaciones del chiste del niño con facciones similares a las del lechero. Finalmente, uno de los cambios más extremos de la primera versión del guion y la película terminada es la condición de Hugo. “Originalmente estaba vivo, aunque separado de Alejandra. Pero la verdad es que no se llevaban bien con Maribel en los ensayos, así que decidimos ‘matarlo’. Por otro lado, el hecho de que el personaje esté muerto habilita la entrada con fuerza del pasado, además de la elaboración de un duelo. Todos quedaron agradecidos por esa muerte”, afirma entre risas Rosselli. “Fue como un acto psicomágico”.

Suele decirse que el trabajo define a una persona. También el dinero o la falta de él, aunque en nuestra sociedad es considerado de mala educación tocar el tema de manera directa. “A mí me gusta hablar de plata”, afirma Rosselli. “Abiertamente. De qué trabajo, cuánto gano, cuánto voy a cobrar. Hay una relación un poco hipócrita con esa cuestión, un poco sentirse culo sucio. Siempre laburé, desde muy chico, y no tengo problema en hablar abiertamente de eso, incluso de la plata mal habida. Tal vez haya incluso algo de provocación. Y respecto del juego clandestino, también existe una gran hipocresía, porque los límites entre lo que está dentro y fuera de la ley son muy finos. Esa línea difusa es algo que me interesa. Esto quizá sea muy estructural, pero me resulta interesante pensar en cómo se mezcla el dinero con los afectos. La tensión que existe entre las generaciones, quién mantiene a quien, cómo funciona en una pareja, si es algo que ayuda o se interpone. La mezcla del amor y el dinero, que es algo poco transitado. Además, la plata es un objeto muy interesante de filmar, porque es algo concreto que conecta a los personajes”.