En lo que refiere al campo de la salud mental, en especial en los abordajes terapéuticos, desde hace tiempo se privilegia la mirada por sobre la escucha, las imágenes por sobre las palabras. Si nos detenemos en un manual contemporáneo de diagnóstico, en la descripción del Trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) pueden leerse los siguientes incisos: (a) a menudo mueve en exceso manos o pies, o se remueve en su asiento, (b) a menudo abandona su asiento en la clase o en otras situaciones en que se espera que permanezca sentado, (e) a menudo está en marcha o suele actuar como si tuviera un motor (DSM-5). Se aclara, al mismo tiempo, que seis o más de estos signos de desatención deben persistir por al menos seis meses.

En la época del imperio de las imágenes, el pragmatismo americano encuentra su legitimación en la observación directa, sin importar cuánto nos alejemos así de la complejidad de la práctica clínica. La mirada se impone a la escucha y, en definitiva, el observador al clínico. Los grandes maestros de la psiquiatría han sido reemplazados por una modesta sucesión de ítems, bajo la lógica del múltiple choice y su búsqueda ciega de eficiencia de medios y recursos.

No interesa tanto el pronunciarse sobre las hipótesis causales, ni detenerse demasiado en una pregunta sobre las formas de malestar en la existencia, basta con establecer la norma y su desviación. El paso siguiente, según los modos consensuados en la época, suele ser la prescripción de psicofármacos. En su horizonte, se persigue allí la utopía del “diagnóstico automático”, sea reduciendo la figura del clínico al observador, sea elevando la IA a la función del clínico. En consecuencia, el uso de los manuales de diagnóstico ya no se circunscribe a los dominios específicos de la psiquiatría, la sencillez de su mecanismo les permite alcanzar escuelas, gabinetes, juzgados, etc.

En su tiempo, el neurólogo francés Jean-Martin Charcot (1825-1893) se defendía de las críticas que era objeto su teoría de la histeria utilizando los siguientes argumentos: “Pero, en realidad, mi labor allí es únicamente la del fotógrafo; registro lo que veo”. Efectivamente, han llegado hasta nuestros días los archivos fotográficos de sus pacientes histéricas en el hospital de la Salpêtrière. Charcot pasaba por alto algo muy significativo, al igual que muchos entusiastas de espíritu científico eclipsados en la observación, que la lente de la cámara no captura lo real, sino una composición de la realidad, que es algo muy distinto.

El fotógrafo, lejos de encarnar un ojo neutral que sólo describe, ¿acaso no decide cómo, cuándo y qué será capturado?, ¿acaso no configura el encuadre, el enfoque, la iluminación y la perspectiva? En suma, todos estos elementos componen una escena, es decir, una ficción. A diferencia de la observación, reconocer allí una mirada permite reintroducir al sujeto en la escena de la cual pretende escabullirse.

En el mismo sentido, los manuales de diagnóstico contemporáneos se presentan como ateóricos. Sin embargo, en la experiencia de lo humano no hay fuera de discurso, siempre es necesario admitir un conjunto de ideas y preconceptos que orientan y legitiman las prácticas de la vida cotidiana. O bien renegamos de este estado de las cosas embrollados en un ideal de objetividad, o bien tratamos de explicitar aquello que sujeta al pensamiento.

*Psicoanalista, docente y escritor.