En su famoso texto de 1929, “El malestar en la cultura”, Freud defendió la tesis de que no hay civilización sin malestar. ¡Este no es su primer escándalo! ¡Pero qué preciosa subversión en nuestro tiempo que hace del bienestar un mercado jugoso, y quisiera imponer, no sin ferocidad, la felicidad generalizada como respuesta ilusoria a este malestar!

Freud ya interpretó el malestar como un irreductible a lo que hace la civilización para los cuerpos hablantes. Su tesis en este texto va a contracorriente del discurso del amo de su tiempo, así como del nuestro.

Como tal, no es pesimista. Es un científico lúcido, iluminado y no creyente. Esclarecido y esclarecedor por las consecuencias de la existencia del inconsciente y del no creyente en cuanto a la salvación a través del progreso de la ciencia y la tecnología. También enfatiza que este malestar no es una desgracia. No dice que la desgracia esté en el corazón de la civilización. ¿De qué es este matiz?

El malestar no es ni equivalente a la desgracia, ni lo contrario de la felicidad. Se sitúa en una desviación de la oposición imaginaria de la felicidad y la infelicidad. La felicidad, como la infelicidad, se toma del eje de la relación especular con el Otro y del tenerla. En efecto, "tenemos la impresión de que el ser humano suele medir las cosas con varas que son falsas: codiciando para sí mismo y admirando en los demás el poder, el éxito y la riqueza, subestiman los verdaderos valores de la vida". Freud advierte de la imposible permanencia de una felicidad ligada a la satisfacción inmediata de las "necesidades acumuladas" que sólo pueden ser puntuales, "episódicas". Lo que da satisfacción está en el "contraste" y no en la estabilidad de un estado. Freud especifica que "cualquier situación anhelada por el principio del placer perdura, en ningún caso se obtiene más que una sensación de ligero bienestar". 

El malestar, tal como Freud despliega el concepto, no es ni una contingencia ni una posibilidad, es una necesidad. Adopta diferentes modalidades según la época, pero, para decirlo en términos lacanianos, corresponde al hecho de que lo real que oculta no deja de manifestarse. Está lo real irreductible que existe y con la que choca el parlêtre, y esto invalida la idea de una armonía entre el ser humano y la civilización. En este sentido, la dimensión del malestar descompleta el campo de lo imaginario, lo retuerce, para dar cabida a lo real que existe, y que incluye.

*Psicoanalista. 18/11/2024. Blog Psicoanálisis Lacaniano. Fragmento.