• Cuando sucedió el advenimiento de Juan Baglietto, su figura y talla reproducida en todos los medios, su voz exacta y su popularidad creciente, al granuja aquel se le encendió la lamparita. Estudiante a los saltos, venido de un pueblo y más pobre que una laucha, tuvo una epifanía. Siempre le habían dicho que se parecía fisicamente al portavoz de la Trova Rosarina, y se le ocurrió utilizar aquello en su propio beneficio. Así que munido de una guitarra y las canciones pertenecientes al repertorio del rubio promisorio, un mameluco blanco, gorrita y una caradurez a prueba de balas, empezó a promocionar shows en solitario. Logró algún que otro engaño y algunas monedas debido a que la figura de Juan aún no era muy conocida. El embrollo se le armó cuando programó un espectáculo en un barcito de un pueblo mientras que a cercanos 50 kilómetros el otro, el Juan verdadero, lo hacía en un club de básquet. Los organizadores, un poco ingenuos, no entendieron como hizo para en fracción de minutos terminar lo multitudinario para caer en un bar repleto por una suma módica. ‑Es que me gusta estar con una multitud y en la cercanía del público también, -declaró. Y terminó como pudo, temblando ante la posibilidad de que lo descubriesen y fuese linchado.

    ‑¿Y como es que te volvés en bondi? -inquirieron.

    Se puso reflexivo: ‑Me gusta estar con el pueblo, -dijo y se subió al micro, rogando que arrancase enseguida.

     
  • Aquel integrante de la Trova era demasiado futbolero, y encontrándose en Córdoba se enteró de que el horario del partido nocturno de Central coincidía con el desarrollo de su show. Los dueños ‑el boliche se llamaba Adagio, en Córdoba capital, tan futboleros como él- entendieron el asunto y lo remediaron. Usaron tres retornos para que el músico oyera: el tercero fue un televisor camuflado con un mantel negro y con el volumen bajo. El Canalla ganó sobre la hora esa noche y el recital fue brillante.

    ‑Lo vi muy tenso al comienzo,luego se soltó -comentó un asistente. Es que un partido que se gana sobre la hora por 3 a 2, peleando una clasificación para escapar del promedio bajo, no es moco de pavo. Sea en cualquier cancha, en cualquier escenario.

     
  • Fútbol, y música van juntos a veces. Se tocaba en un sitio muy bueno, con público silencioso y atento. El show salía perfecto. Lo único que notaba el cantante de aquella formación trovera era que el guitarrista, si bien tocaba cada una de las notas con exactitud, lo hacía con rigor pero sin alma, como si estuviera en otro cielo, en otro asunto. En un solo donde habitualmente se lucía, lo hizo módico, sin desplegar ninguna palanca, vibrato o acople interesante. Solo cumplió. Lo extraño es que en el medio susurró: "¡Gol!".

    El cantante empezó a sospechar. La gente, en cambio, deliraba de gozo. Cuando se cerró la primera parte del show fueron a camarines y el cantante que seguía de cerca al guitarrista descubrió que llevaba en el oído un cablecito escondido en su melena: se lo quitó y comprendió que era el complemento de una radio minúscula que el violero llevaba adosada a la parte interna del pantalón. Había estado oyendo el match decisivo a la vez que completaba el show. Lo retó delante de todos para atestiguar quien era el líder. Luego, lo llevó al baño para seguir amonestándolo. En su lugar de eso le susurró:

    --¿Y? ¿Cómo salimos?.

    El guitarrista le hizo la seña del dos a cero con los dedos. Desde el camarín, el resto de la banda oyó el festejo y uno, el más sentimental, solo dijo:

    -‑Se están amigando, es por eso que gritan de alegría.

     
  • El personaje estaba muy serio cuando se acercó al living donde algunos integrantes de la Trova descansaban antes del show. Era en Caleta Olivia. El tipo se presentó como antropólogo y comenzó una charla común sobre la búsqueda de huesos, oportunidades, gloria y dinero. En un momento, confidentemente, deslizó que la Trova le cantaba mucho a la mujer. Los músicos se miraron.

    -‑No, no tanto supongo, -contestó uno. El profesor ‑que así se hizo llamar‑ replicó con una frase.

    -‑Díganme, en confianza ¿Quién es esa chica a la que le cantan tanto?

    El grupo se miró entre sí:

    ‑-¿A quien te referís? -deslizó uno. El científico aspiró de su pipa y arrojó la frase histórica:

    ‑A esa Lala Larirei que tanto la nombran en los estribillos y en los finales.

    Estaba serio y no parecía ser una broma. Al rato, los músicos estallaron de risa cuando comprendieron el equívoco. Es cierto que usaban mucho esa frase pero no era referido a dama alguna sino un simple jugueteo vocal consistente en un "¡La la la ri rei, la la la ri rei, la la la ir rei!". Le mintieron que era una musa y el profesor se fue muy satisfecho de haber develado la oración oculta en muchas de esas canciones.

     
  • El tipo había estado en el comienzo de la Trova y participado muy activamente. Luego pasó a otros estratos con otra música y ámbitos disímiles. En uno de sus viajes, en un micro latoso con sus colegas amigos del chiste y la dispersión, apareció un monito en la tripulación. Lo había comprado alguien de la troupe, un inconsciente. Dicen que dijo que lo notó muy sereno al animal, y por eso al verlo tan calmo decidió adquirirlo. Claro, es sabido que los vendedores emborrachan al animal y por ello luce tan manso. Al llegar a las cercanías de Posadas, mientras comían en un parador, un camionero vino hasta ellos para avisarles que "había algo raro, ruidos fuertes en el micro de ustedes". El pobre simio, una vez repuesto de la embriaguez y la resaca estaba despierto, enojado y destrozando todo. Como pudieron le abrieron la puerta y el bicho escapó campo traviesa. Una estupidez grave de esas que se pagan con la culpa y muchos instrumentos destrozados. Creo que para vengarse, además, le ensució con sus excrementos la mayoría de sus ropas a la moda.

     
  • Carlos Luchese, quien partiera hace muy poco, era un amigo de la Trova pero un profundo enemigo del consumo, la fama y los relatos de triunfo. Actuó en las sombras pero con una disciplina que solo tienen los anarquistas, los bohemios entendidos y los locos sagrados. Era intachable y de un excelente sentido del humor. En tiempos de dictadura se acercaba a los patrulleros a entregarles su DNI. ‑Antes de que me lo pidan, se los doy -argumentaba, burlón.

    Participó de cuanto movimientio de resistencia o vanguardia o teatro loco o grupos de free jazz hubieron. Su fama de arisco y anti sistema se dispersó entre los mandamases y fue así que muchas veces, para que no prohíban el recital, tuvo que tocar escondido pero con honor, atrás de un biombo. Con muchos como él la música sería otra cosa, más genuina, más noble, más querible, más audaz.

     
  • ¿Qué se puede agregar del Topo Carbone, el de la canción de Lalo de los Santos, qué no se ha dicho, oído, comentado y disfrutado? Es un ser de otro planeta ‑literalmente‑ con un sentido de la desubicación y la inocencia de un pibe de cuatro años. No obstante, su coeficente mental supera por lejos a muchos "inteligentes". Anduvo coleteando por la Trova, mítico y bufón, exótico y rebelde, incapaz de una acción artera, de consumir drogas o abandonar su instrumento. Fue aquella noche muy recordada: llegaba el Topo con un áurea de imbatible y ya tenía sus fans. Lo que hizo en medio del show fue extraordinario. Cuando le correspondía su parte de solo de batería y en el medio de ella, sencillamente extrajo de su bolsillo trasero un pañuelo y se sonó las narices por un largo rato. Cuando entendió que ya se sentía despejado, dobló en cuatro la prenda, se la colocó donde correspondía y continuó como si nada. Recibió por su desparpajo una aclamación que duró largos minutos. Fue el "solo de nariz" más aplaudido del mundo.
     
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