Uno podría afirmar sin sonrojarse que Landman, la nueva serie de Taylor Sheridan ya disponible en Paramount+, le debe su impronta y su energía a su protagonista: Billy Bob Thornton. Incluso con el peso que tiene el "universo Sheridan" desde la gestación del éxito de Yellowstone, la deriva de sus múltiples satélites -1883, 1923- y su reinado en el streaming como el artífice de la recuperación del serial tradicional americano. Esta vez Billy Bob le regala a su Tommy Norris algo más que la presencia escénica, el aura sureña con el jean y la camisa blanca, el sombrero de cowboy y el cigarrillo siempre en la boca; le obsequia una cadencia ejemplar en las palabras y la conciencia del desencanto, que recoge algo del propio, el que lo alejó de Hollywood en los últimos tiempos. Por suerte ya era tiempo de regresar.
En la primera escena de Landman, Tommy Norris negocia, con la cabeza encapuchada y a punta de pistola, la firma de los derechos de explotación del suelo de Midland con una banda narco que opera en el corazón de Texas. Como nos explica con su agitada voz en off, su rol en el negocio del petróleo consiste en lograr la cesión de explotación del territorio y controlar a la gente que lo habita, sus reclamos, exigencias, resquemores. El "producto" que maneja el cartel mexicano seguirá distribuyéndose sin problemas sobre la superficie, mientras Norris asegura a su compañía la explotación del otro "producto" que recorre las profundidades. A cambio, el conglomerado petrolero de Monty Miller (Jon Hamm) promete rutas, mejoras en infraestructura para la ciudad y un cheque abultado para sus interlocutores. Siete años después, la región de Midland y sus alrededores ostenta sus torres que bombean sin cesar, sus enclaves urbanos, sus cafeterías con chicas vistosas, sus millones circulando de un lado a otro. Norris sigue con su cigarrillo en la boca corriendo a contener las crisis. Esa es su tarea.
Así como Yellowstone recogía aquella tradición del serial del Oeste, que se remonta a clásicos como Bonanza, Valle de pasiones o La ley del revólver, Landman explora el mundo del petróleo, siguiendo las evidentes coordenadas de Dallas y Dinastía, pero situada en el presente, en el negocio de la extracción y exportación de hidrocarburos como principal alimento de esa región al sur de los Estados Unidos, donde se aloja el nuevo sueño americano. "Antes los que habían fracasado emprendían el camino hacia el Oeste, hasta California, con el objetivo de conseguir el éxito o morir en el intento. Pero ya no hay soñadores por allá, solo ladrones e idiotas. Ahora los soñadores vienen al pozo, a ganar o morir". La reflexión de Norris destinada a su hija Ainsley (Michelle Randolph), una joven rubia y escultural que despliega su frivolidad con encanto y astucia, resume la filosofía de Landman y su protagonista. Ganar o morir, cumplir el sueño de sangre y oro negro. No hay otra alternativa.
Pero sí la hubo para Billy Bob Thornton cuando se alejó de las ilusiones de Hollywood y se recluyó en su música, en actuaciones esporádicas, en una vida privada fuera de los reflectores y los desencantos. De gira con su banda de rock Boxmasters por Connecticut, protagonizó un incidente con un hombre que lo llamó "imbécil condescendiente" y con el que conversó luego al borde del escenario hasta quedar amigos. El incidente asomó en los titulares y resultó una buena oportunidad para revisitar su relación con la fama ante el inminente estreno de Landman, una forma de regreso a la primera línea de fuego de ese batallón amenazante que resulta ser la industria del entretenimiento. En una larga entrevista con The New York Times, el músico, actor, guionista y director recorre sus cuentas pendientes con aquella notoriedad que supo tener y padecer, y la larga lista de sinsabores que solo de vez en cuando lo reconcilian con su profesión.
"Estoy un 50 por ciento triste y un 50 por ciento feliz todo el tiempo, al mismo tiempo", revela con cierta sabiduría recogida con los años, que desplaza de nuestra memoria aquel halo de chico malo y pendenciero, que supo vender en la pantalla y fuera de ella. "Es inseguridad, tristeza y miedo, todo junto. Y, por otro lado, soy una persona bastante abierta y feliz. Sé que suena un poco complicado, pero es la verdad". Su vida fue dura en la infancia, criado como un niño pobre y maltratado en las montañas de Arkansas, y a sus 69 años esas heridas han dejado una estela de contradicciones, amargura y satisfacción por igual. Con Hollywood pasó algo parecido, el Oscar por el guion de Resplandor en la noche (1996), su ópera prima como director y una de sus actuaciones más celebradas, dio paso a cierto ninguneo de la industria –y una pública disputa con la Miramax de Harvey Weinstein–, a algunos hits como actor de la mano de Sam Raimi en Un plan simple (1998), o de los Coen en El hombre que nunca estuvo (2001), y a la vigencia de su rostro en la exitosa Un santa no tan santo (2003) y sus numerosas secuelas. Como corolario, una larga batalla con la exposición mediática tras su matrimonio con Angelina Jolie, su fama de irascible y su progresivo desconcierto con los nuevos rumbos del cine.
El conglomerado Sheridan fue una puerta atractiva para regresar, como lo fue para muchos de aquella vieja guardia: Kevin Costner en Yellowstone, Sylvester Stallone en Tulsa King, Sam Elliot en 1883, Harrison Ford y Helen Mirren en 1923, la propia Demi Moore que regresa también en Landman luego de su resurrección después del reciente éxito de La sustancia (2024). Y allí Billy Bob Thornton da su propia voz a Tommy, lo habita con sus gestos y su cadencia al caminar, recreando un poco esa mística que otros intentaban pedirle prestada. La televisión lo había recibido con cierto beneplácito en el desembarco en la primera temporada de Fargo (2014), y luego en la muy buena Goliath (2016) de David E. Kelley. Pero Tommy Norris parece evocar la sustancia de Thornton a lo largo de todos los papeles de su carrera, y condensar además el estilo de televisión que venera Sheridan, popular y nada pretensiosa, permeada de frases ocurrentes, de una crítica oblicua al sistema, y también propensa a exorcizar fantasías masculinas con cowboys y chicas rubias.
Landman es el mejor regreso para Billy Bob Thornton. Y para ello recupera a un personaje que siempre estuvo allí, en la árida tierra texana ahora floreciente con los ríos de gas y petróleo que la surcan desde sus profundidades. Los sueños de los que allí se dirigen para convertirse en millonarios, para cobrar salarios abultados por poner su vida en riesgo en la boca de pozo, pueden convertirse en cenizas cualquier día en una explosión. Un mundo concreto y frágil al mismo tiempo, donde la riqueza tiene un costo que la empuja a la tragedia. Pero Tommy Norris sigue allí, por esas carreteras de petrodólares construidas con la sangre de operarios, apagando nuevos incendios, persiguiendo viejos sueños.