“De casta yo no tengo un pelo”, dice el cartel de cartón, pintado con fibra negra, que Diego lleva entre las manos. Está parado a 50 metros de uno de los portones de ingreso a la quinta de Olivos, junto al resto del grupo del hospital de día de la Fundación CPI, especializada en personas con discapacidad psicosocial. Diego se quedó pelado hace años, así que el chiste se cuenta solo. La ironía de l