Tenía un barrio y lo perdí. Ahora mis vecinos votaron Milei y pasan los días mirándose los zapatos. Tenía un país y se escapó entre las manos, permanece sin embargo la ilusión infantil y nocturna, como la primera vez que ves el mar. Lo toqué en un sueño febril de horizonte espléndido y creí que me había quedado solito chupando un clavo descalzo cuando desperté, como dice el Nano. Decidiría que los sicarios del mal y de lo abominable, los torturadores de la vida cotidiana de la mayoría de mis iguales, mis conciudadanos, se esfumaran como por arte de un embeleso y también de nuevas políticas de Estado. Pero hay que arremangarse y batallar. Por ahora están ahí, en las bancas, en el Congreso, en las gobernaciones, en las provincias, al frente de los organismos públicos que empiezan a auditar mientras agitan con sus megáfonos de última generación y baten un merengue a lo McCarthy. Es extraordinario saberse en una época que también es un eco macabro de otras profanaciones, eso quiere decir que siempre tendremos algo real a lo que asirnos, para no morir de pena y temblor escuchando el canto de sirenas de naufragio.

Por estos días se presentó Aquí, Argentina. Crueldades, política y mariconerías, conjuros culturales para interpretar un país, escrito por Gabriela Borrelli Azara. La tarde fulgía a las puertas de La Libre, librería y cooperativa, emplazada en un solar histórico, en Chacabuco 917, San Telmo. Fue en medio de la calle y tronando en las veredas. Estuvo acompañada de las palabras insurgentes de Gabriela Cabezón Cámara, las lúcidas de Feda Baeza y César González, las sonrientes de Pedro Rosemblat. Un rato antes, La Libre había sido declarada de "interés cultural" por la legislatura porteña. Feda habló del capítulo Ser puto, ser Eva, y no imagino mejor transexualidad que la de la revolución, el cooperativismo que transforma, la trama revertida y eviscerada de la visibilidad de los que una vez fueron nombrados descamisados. Esa desnudez que no es sólo social o económica, sino profunda y vigente; cuántos descamisados y cuánto desamparo y cuánta verdad de lengua caliente que vence el silencio que aplasta, no el otro, el sensual. Ser descamisado, ser puto, ser Eva. Si hasta la aventura de Eva en seda y mostacilla con La Paca Jamandreu no es más que un contrapunto musical parecido a la complementariedad de los orgasmos en las camas amantes. Pilcha fina y desnudez campante. Nunca estuve de acuerdo con la lectura lacaniana de Antígona, porque los muertos merecen sepultura y los símbolos renacen en una ética insoslayable y humana más allá de los Creonte y las autoridades ciegas. Sobre esas sepulturas vendrán flores nuevas. Gabriela, la autora, leyó el capítulo El señor Tijeras, que comienza con la referencia a Pequeñas anécdotas sobre las instituciones de Sui Generis. 1974, albores de la Triple A, Tato el censor, Ente de Calificación Cinematográfica, más otros talismanes electrificados para que podamos entender. Creo que ella dijo “es un libro urgente”, o eso imaginé, y pienso que es una verdad de oro encontrar la diferencia entre urgente y simple catarsis, entre visibilizar y exhibir, entre subvertir y adaptar, entre decir y callar.

Qué bien se siente la tardecita noche en la mansedumbre agitada de los aparecidos que no nos conocemos todavía, cada quien con sus colores y sus frondas. Y después, a picotear algo y a beber vino tinto o lo que quieras, a polinizar o agigantar el alma con Rosángela y Marcelo, los padres de Anshi, que sin ellos no me hubiera enterado del encuentro ni hubiera salido ese día de la cueva interior.

Tenía una vida y siento que la estoy perdiendo también. Un tornado arrasó a mi ciudad y a mi jardín primitivo, la voz de Luca y la lisergia contusa de Sumo me sacuden hasta lágrimas divinas. No era una gran vida, pero era una vida en la que creía que tenía compañeras, compañeros, compañeres, iguales ante la escasez y también miradas solidarias. Estoy pensando si es mi estupidez o mi delirio, o en si simplemente soy un soñador. Si fuera así, y sigo las palabras de mi amigo John, no soy el único. Pero es época que me resulta difícil, salvo en las marchas y en los días de celebración social que acontecen en las calles, muy contados, y a las puertas y en las escalinatas de los todavía edificios públicos con sus proyectos de políticas públicas. Son días en los que a veces siento que ya no hay ronda, que ya no hay mano sobre mano, ni beso contra beso. Estoy pensando que al menos en esos lugares que siempre nos parecieron lejanos, porque geopolíticamente ocurren en el hemisferio norte y allende los mares, las persecuciones de McCarthy o los asesinatos a los presidentes, los magnicidios o las invasiones de los totalitarismos tenían voces contrapuestas. Desde Martin Luther King, Malcolm X, antes lo fue John Steinbeck y sus Viñas de Ira, o el propio Milan Kundera, escribiendo fuerte y condenando. Por acá tenemos a la China Iron, poderosa también, decisiva. Ante los arrasamientos incesantes y dolientes, preguntándonos cómo es que el agua se nos vuelve a escapar de entre las manos de cuenco vacío, solapado el puño que se cierra en fragilidad y en señal de impotencia.

Pero no es tiempo de arrepentimientos ni de excusas, sino de despertar y remontar. ¿Cómo es que volvemos a ser colonia, aventura cipaya, delirio ucrónico? Parece que ni Juarroz ni Osvaldo Lamborghini hoy podrán rescatarnos, porque se dieron la mano los totalitarismos y la berretización. Tampoco Viñas y su alocución de una historia argentina que empieza con una violación, y en eso estamos. Pero dejémosle a ese loco célebre su concesión y su espesura de que estaba construyendo una auténtica ficción, y no sólo lectura de la realidad de su país.

¿Cómo es que nos entregamos tan serviles al ojo de tormenta del capitalismo, no es acaso señores vecinos que éramos otra cosa, lejana balconada, ajena, que se pregunta todavía quiénes somos? ¿Cómo es que el agua no ha logrado finalmente desvanecer tanta sangre que llegó al río, para nuestro país y para nuestra cultura? ¿Cómo es que perdí un patio en mi barrio? Y ya hay días que no huelo los jazmines desde los jardines próximos a las veredas, ni encuentro bares resguardados para pensar, discutir y reposar por las tardes. Pero la noche, la noche, se hizo para amar y retornar.

Yo tuve la mejor flor, la mejor de la planta más dulce. La música revuelve cuerpos y cabezas, y Gabriela también nos recuerda que Instituciones comienza así: yo miro por el día que vendrá, hermoso como un sol en la ciudad, Y si me escuchas bien, creo que entenderás. Tenía un jardín y lo perdí, nada de lágrimas ni cocodrilos. No era el paraíso, pero era un edén compartido. Y cuando nos mirábamos, sabíamos que había una expresión en el hacer juntos que hacía que los días fueran soportables y más dignos y menos duros. Días cooperativos. Vendrán nuevos, haremos jardines, país, también edenes, creo que entenderás.