Es domingo al mediodía, y el agite comienza desde un grupo de whatsapp y unas cuantas publicaciones en Instagram que empezaron semanas atrás. Los mensajes se amontonan: “Cómo vienen”, “Ya saliendo”, “Acá la sombra está re linda”, “este año no estoy, que sea hermosa”, “¿alguien sabe a qué hora llueve?”.
Este año la amenaza de lluvia está latente. Sin embargo a las 15 ya hay más de 10 motos apostadas sobre el lado lateral de la Plaza de Los dos Congresos, sobre la calle Hipólito Yrigoyen. Las motos se van acomodando a 45° debajo de los árboles. Mientras dos de las organizadoras instalan un Fotomatón con un paño blanco, un trípode y un paraguas para el flash. Motoquerxs y butaquerxs van pasando y desfilando con sus motos y outfits para la ocasión. Hay cascos con orejitas de conejo, con trenzas, pelos de colores, extensiones brillosas, globos, mucho arnés, cuero y fantasía. Una de las organizadoras, Jose Nico, se para sobre su moto blanca y azul, Hero Xpulse 200, con una pistolita de agua y dispara, mientras otras motoquerxs la sostienen, la captura nos quedará a todes como recuerdo.
Big bang mototrolx
La idea surgió hace más de cuatro años, era 2021 todavía se mantenían algunas medidas del confinamiento por la Pandemia de coronavirus, sobre todo en marchas o encuentros como el Plurinacional, ese año la marcha del orgullo tenía otra impronta y el outfit incluía barbijo.
En ese entonces, en el barrio de Boedo un grupo de amigas lesbianas y motoqueras, decidió reunirse, montarse y salir con las motos a hacer una recorrida por el la Ciudad en el mes del orgullo. Daf Alfie y Mana Muscarsel Isla fueron dos de las 5 personas que esa tarde salieron a hacer ruido por la Ciudad. Hoy ambas están viviendo en México de manera temporal y no pudieron sumarse a la caravana, sin embargo agitan en redes para que más motos se sumen.
"La pandemia nos obligó a buscar otras formas de visibilidad, y salir a dar vueltas en moto por la ciudad, tocar bocina, lookeadas con la bandera del orgullo para visibilizar a mujeres, travas, lesbianas, bisexuales”, cuenta Daf que se presenta como psicóloga, lesbiana y salteña. Para ella, como para muchas de las entrevistadas, la moto es una forma de sentirse libre, y de habitar la ciudad de manera diferente “andar en moto combina muchas cosas como llegar rápido a los lugares, que es económica, placentera e invita también a la grupalidad, a los viajes y a la aventura”.
Sobre estos inicios Mana, artista, recuerda que cada marcha del orgullo entre sus amigxs nacía la fantasía de marchar con las motos, como las Dykes on Bikes, lesbianas de Estados Unidos que encabezan la marcha con sus motos desde los 70: “la sobriedad que requiere manejar no nos parecía compatible con nuestro principal deseo en la marcha: estar de fiesta. Entonces elegimos una fecha en ese mes y nos subimos a las motos y organizamos nuestra primera caravana de tres motos". Previo a la pandemia, hubo una experiencia similar que se organizó para ir al 34° Encuentro Plurinacional en La Plata, ambas también formaron parte. Se convocó a partir de un evento de Facebook en el que más de 30 pibxs se organizaron para viajar y a pesar de la lluvia torrencial que hubo ese fin de semana y los contratiempos, más de 20 personas se sumaron a la que fue la primera caravana motoquera en la historia de los Encuentros.
Amigues y motos, lo mejor de la vida
Daf agrega que hay ciertas actividades que siempre se asocian al patrimonio de la masculinidad, como el fútbol y las motos. “tratamos de romper con eso, nosotras andamos en moto, nos encantan las motos, sabemos de motos. Y por otro lado, el disfrute de salir en grupo con amigas, con personas que tal vez no conocés, pero que compartís ese mismo gusto por las motos. El origen fue ese, encontrar puntos de encuentro y desplegarlos”.
Sobre este tema, muchas entrevistadas coinciden en que sigue siendo un ambiente muy masculinizado, por eso la necesidad de generar espacios de encuentro: “Nosotras nos metemos, hacemos, estamos, tratamos de plantar una semilla de deconstrucción en esos lugares, no sé si lo logramos pero en esa estamos”, cuenta Pola para quien andar en moto es un estilo de vida, tiene una XR 150 blanca y roja, adelante le puso el pañuelo verde de la Campaña Nacional y un cartel que representa la consigna de esta caravana “mucho sexo gay”. Trabaja haciendo mensajería desde hace 8 años. Asegura que heredó la pasión por las motos gracias a su viejo que andaba en una Siambretta 150. Pola arrancó la militancia LGBT con la ley de Matrimonio igualitario “llevaba la bandera a todos lados, primero con la bici, después en la moto”, cuenta la motoquera que viajó por muchas rutas argentinas con su moto y su compañera de vida, la caniche Pampita.
Pola se sumó a la manija de la caravana en 2022, así como Sofi, que gestiona una cuenta en Instagram llamada “Motocrotas”, que reúne a motoviajeras. Su moto es negra, una Tenere 250, tiene un abanico de colores adelante y del baúl cuelga una bandera del orgullo y muchas tiras plateadas. “En estos tiempos es importante poder manifestarnos desde todos los espacios que ocupamos. Para muches la moto es una herramienta de trabajo, para otres una de disfrute, ámbitos que hoy en día se ven afectados por la crisis y las políticas de derecha que estamos viviendo”, cuenta Sofi que este año también forma parte del equipo que organiza la movida. Reconoce que le costó encontrar un espacio de moteros que no sea de derecha, por eso se siente profundamente identificada con esta caravana antifascista: “levantar banderas desde una caravana motoquera transfeminista es romper con los mandatos y normas sociales. Visibilizar que hay otras identidades más allá de los varones cis qué también andamos en moto”.
Para opinar sobre este tema Mana recurrre a su historia personal, para ella el lesbianismo y la moto vinieron casi al mismo tiempo, considera que fue un momento de anirmarse a cosas que suponían no eran para ella: “lo queer y la moto, de distintas maneras tienen que ver con la autonomía, tener la capacidad de moverte por donde quieras. El antifascismo tiene lugar en nuestra caravana porque somos personas políticas, nos interesa construir un mundo que querramos habitar, motorizando un mensaje de orgullo de ser lesbianas, bisexuales, mujeres o personas queer de todas las formas posibles porque nuestro corazón nunca va a estar a la derecha”.
La manija colectiva
Además del brillo y la fantasía, tal como relatan sus organizadorxs, la caravana es una acción política. Algunas motos invocan los colores de Palestina, carteles con la consigna “mucho sexo gay”, “travo en moto”, “no binarie resistiendo”, “ni hombre, ni mujer” banderas del orgullo, de lesbinanas y bisexuales. Motos de todas las cilindradas van llegando al punto de encuentro, algunes se saludan, se conocen, otres más tímidxs se acercan y presentan.
Rober sacó el registro hace un mes tiene una Honda Wave roja que combina con su camisa a cuadros, sus amigxs le enseñaron a andar sobre dos ruedas, la acompañaron a practicar y a rendir. Su llegada se festeja con aplausos y abrazos, estopa emocionada por haberse animado y estar ahí. Esa organización y acompañamiento es la que vivió la mayoría de lxs motoquerxs que participa de la caravana. Muchas veces une tarda en subirse a una moto o en verlo como una posibilidad por miedo, por comentarios familiares o porque nadie se acercó a decirnos “la moto también es para vos”. Para eso están las amigas, un tíx, una compañera de trabajo, alguna de fútbol, un novie o chongx que te anima a subirte y a sentir el viento en la cara, la autonomía, la libertad.
“Me costó mucho aprender a andar, en mi entorno tenía unos pocos amigos a los que le agradezco profundamente que me hayan querido enseñar pero yo necesitaba de otro tipo de explicaciones y entendimientos”, cuenta Piru que es la primera vez que se suma a la caravana, tiene una Honda Twister 125 color rojo a la que llenó de bombuchas de colores en el manubrio. Lo hizo con timidez, llegó sola dejó la moto un poco lejos porque no conocía a nadie, al minuto se acercaron otrxs motoquerxs. “Me ayudaron a tunear la moto, hablamos sobre cosas de mecánica, todo con una generosidad, de una forma muy cuidada que te das cuenta que quieren que seas parte, que la goces, que brilles y que se entere la ciudad que las mujeres, tortas, travas, trolxs, trans y demás existimos, vivimos y también hacemos comunidad motoquera”. A la charla se acerca Lui y nos recuerda otro gesto de esta comunidad, “el año pasado tardamos en salir porque no había combustible y las que saben de mecánica le pasaban nafta a otras para poder sumarse”.
Son las 16.30, ya casi todxs lxs motoquerxs pasaron por el fotomatón. Ahora la consigna es seguir a una camioneta blanca tipo utilitaria, que tiene en el techo un parlante que musicaliza la caravana. “No es la nave, es el piloto. Vos decime "Butaquera", en tu tutú puse mi toto. Saquemo' un par de foto' mientras colgas tu moto. Con esta Barbie de copiloto” y al ritmo del hit de la Joaqui, motoquerxs y butaquerxs se van acomodando en la línea de salida sobre Hipólito Yrigoyen. El tránsito está tranquilo, hay algunas pocas personas que pasean por la plaza y se detienen unos segundos a ver. Los autos intuyen la intención de las motos que calientan motores y tocan bocinas. Una señora en la esquina aplaude al ritmo de los bocinazos. Una butaquera cuenta 25 motos que ya bajaron del cordón. El ruido de los motores al unísono acelerando generan palpitaciones.
La caravana arranca desde la plaza de los dos Congresos hacia el centro, pasa por Plaza de Mayo, la Catedral, vuelve a Congreso para seguir por Rivadavia, Anchorena, Sarmiento, hasta el Parque Centenario que es el punto de llegada. En las más de 40 cuadras hasta el parque, se grita, se cantan canciones “mucho sexo gay, contra Milei, mucho sexo anal, contra el capital”, se agitan las banderas del orgullo mientas en la mitad del trayecto empieza a lloviznar. La caravana sigue. Un butaquero saca un burbujero y de la fila de motos salen muchas burbujas sumando humedad y ensueño al paisaje.
En el trayecto, se suman dos motoqueras que estaban circulando por la zona y se sintieron convocadas; una de ellas se une muy cerca del parque. Otra, al llegar al mástil del Centenario, se acerca curiosa a la ronda: “¿Quiénes son? ¿Motoqueras lesbianas? ¡No lo puedo creer!”, exclama. Con una charla basta para sumarse al grupo de WhatsApp, que también funciona como una comunidad donde se intercambian consejos, números de mecánicxs, cursos, se pide ayuda en caso de alguna circunstancia en las calles o si alguien quiere cambiar de moto.
“La moto, para muchos, es solo un objeto, pero para nosotras es una herramienta política, una forma de decirle al mundo que existimos, que estamos en las calles, que somos orgullosamente moterxs. Estar arriba de la moto hoy, cuando ser lesbiana, puto o travesti se ha convertido en un pecado nuevamente, es una reivindicación”, concluye Sofi, contenta por el alcance de este año y con ganas de organizar el próximo. También espera que más motoquerxs de otros territorios se sumen a este tipo de caravanas.