Wicked. Parte 1 - 5 puntos 

Wicked. Part 1, Estados Unidos, 2024 

Dirección: John M. Chu 

Guion: Winnie Holzman y Dana Fox, basados en el musical de Winnie Holzman y la novela de Gregory Maguire 

Duración: 160 minutos 

Intérpretes: Cynthia Erivo, Ariana Grande, Jonathan Bailey, Marisa Bode, Michelle Yeoh, Ethan Slater, Jeff Goldblum, Andy Nyman. 

Estreno en salas.

Como en cualquier otra religión, la cinefília suele ser conservadora y nadie toma nada bien que venga cualquiera a querer tocarle el culo a sus dioses. El canon es el canon, los clásicos son los clásicos, y qué necesidad hay de meterse con ellos. Pero el negocio es el negocio, dicen los almaceneros del cine, y si un producto se vendió bien una vez, por qué no seguir llenando las góndolas con ellos. Esta dicotomía renace cada vez que a Hollywood, cuna del canon popular y fábrica de clásicos, se le ocurre hacer experimentos (remakes, spin offs, precuelas, continuaciones, etc.) con películas inolvidables que, en virtud de su carácter único, quizás deberían ser dejadas en paz.

Ojo: a veces la cosa sale bien y tocarle el culo a Dios se convierte en una fiesta. No es el caso de Wicked. Parte 1, intento de continuidad de El mago de Oz, monumento del cine y vaca sagrada del musical, que estaba bien como la habían dejado Judy Garland y Víctor Flemming en 1939. La base de esta intervención sobre el clásico es un musical homónimo, basado a su vez en una novela publicada en los 90, que narra la historia de origen de la Malvada Bruja del Oeste, villana del original. Por supuesto, acá se pone en cuestión todo lo que se vio en aquel y resulta que la bruja que era mala en realidad no lo es tanto.

Pasar a los villanos clásicos por el ecualizador de la corrección política lo único que hace es aplacar sus picos, que son los que los hacen atractivos, para poner todo al mismo nivel. Y así la cosa se aplana. El dato representa la primera marca visible de una época que ha desarrollado una molesta intolerancia a la maldad y compulsivamente necesita justificarla a través de recursos como los traumas de origen y similares. No es que no haya malos en Wicked, pero claro, segundo signo de estos tiempos, que ese lugar sea ocupado por una mujer, que además era fea y verde, también resulta intolerable para los parámetros actuales.

Eso no sería lo peor. La cosa ya arranca mal en la primera escena cuando una bandada de monos voladores claramente digitales hacen que el espectador crea que en lugar de cine está viendo un videojuego en pantalla gigante. La magia del cine consistía en que el artificio pasara inadvertido, algo que el exceso ha convertido en utopía y Wicked es el botón de muestra. La cosa no mejora en el terreno musical. Porque si bien algunas canciones resultan aceptables, también es cierto que las coreografías en general están filmadas de un modo burdo y montadas de forma harto fragmentada, impidiendo gozar de la continuidad natural y sostenida del movimiento, que es (o era) el corazón de cualquier coreografía. En ese sentido, Wicked es al musical lo que Transformers al cine de acción: un pastiche atolondrado y torpe que oculta más que mostrar y donde el frenesí le gana la pulseada al ritmo.