“Soy una realizadora de Afganistán y la mayor parte del tiempo me enfoco en temáticas sociales, especialmente aquellas sensibles o consideradas tabú que hoy en día enfrentan las mujeres de mi país. Luego de la caída de Kabul mi sueño era hacer una película que hablara sobre esa situación, y con la ayuda de mis productoras Jennifer Lawrence y Malala Yousafzai lo he logrado”. Las palabras de la documentalista Sahra Mani refieren a su segundo largometraje luego de A Thousand Girls Like Me (2018), el retrato de una joven afgana víctima de abuso sexual a manos de su padre, y su lucha por obtener justicia. 

En Pan y rosas, documental que viene de recorrer diversos festivales de cine y contó con producción de la célebre actriz de Hollywood, además del apoyo como productora ejecutiva de la activista y ganadora del premio Nobel de la Paz, Mani recorre los meses siguientes a la toma del poder de la capital de Afganistán por los talibanes, con la consiguiente pérdida de derechos por parte de las mujeres del país, algo que la cineasta define como un auténtico apartheid de género.

A partir del material filmado por la realizadora, imágenes tomadas de redes sociales y el registro en video de las protagonistas, Pan y rosas –que estará disponible en la plataforma Apple TV+ a partir de este viernes 22– describe entre otras la vida de una joven dentista que, poco a poco, ve cómo su consulta comienza a peligrar, dedicándole cada vez más tiempo al activismo. Otra de las mujeres cuya historia es central en la película decide emigrar junto a una amiga a la vecina Pakistán, donde debe enfrentar no sólo el drama del exilio sino las escasas posibilidades laborales y económicas. 

Mani conversó con Página/12 en una entrevista grupal junto a la productora ejecutiva de la película, la reconocida activista pakistaní Malala Yousafzai –radicada en el Reino Unido desde el atentado perpetrado contra su persona a los quince años–, y Jennifer Lawrence, cuyo alto perfil en la industria del cine le ha permitido producir documentales de temáticas complejas y urgentes como Pan y rosas y la aún inédita Zurawski vs. Texas, dirigida por Maisie Crow y Abbie Perrault, acerca de un grupo de mujeres texanas dispuestas a demandar al Estado ante la imposibilidad de ejercer el derecho al aborto.

“Creo que la comunidad internacional podría hacer más cosas”, continúa Mani ante la mirada atenta de sus compañeras. “Las mujeres afganas sufren la situación y el silencio del mundo. Esperamos más apoyo”. Yousafzai toma la palabra y, por si hiciera falta, afirma que “toda mi vida, desde que tengo memoria, he luchado para defender los derechos de las chicas. Comencé mi activismo a los once años porque un grupo de hombres llamados talibanes, en mi pueblo de origen en el norte de Pakistán, decidieron que las mujeres no debían ir a la escuela ni trabajar. Siendo una niña, no podía comprender cómo estos hombres le tenían miedo a una mujer educada, empoderada. La clase de mujeres que le traen tantos beneficios a la sociedad. Pero incluso olvidando eso, se trata de un derecho humano básico”. 

Fogueada en el activismo, el discurso de Yousafzai es claro, directo e indiscutible. “Es realmente shockeante que en 2024 esto le esté ocurriendo a más de veinte millones de mujeres en Afganistán. Que no puedan trabajar, que no puedan terminar su carrera universitaria, que no puedan participar de ninguna actividad política o social. Básicamente, estas mujeres están viviendo bajo un régimen de apartheid de género. Así lo llamamos los activistas por los derechos humanos, ya que es una opresión sistemática y va mucho más allá de una persecución o una discriminación de género. Los talibanes tienen a las mujeres como blanco de muchas maneras, más de las que imaginamos. Cómo se mueven, cómo se visten, cómo hablan. En definitiva, las mujeres ya no son pares, seres humanos iguales. ¿Por qué lo hacen? No tengo respuesta. ¿Tienen miedo, no quieren ver a las mujeres, las quieren como objetos? Sean cuales sean las razones, estas son absolutamente absurdas e injustificables. No creo que los talibanes tengan ningún tipo de legitimidad para hacer eso y debemos ayudar a las mujeres afganas, al tiempo que los responsables de estos crímenes deben ser enfrentados. No debemos dejar que este tipo de ideologías extremas florezcan tan fácilmente”.

Jennifer Lawrence acota que ella tampoco tiene una respuesta respecto de las razones del accionar de los talibanes, “ese deseo por querer controlar a las mujeres. Pero claramente todo está conectado, la forma en la cual la humanidad se trata a sí misma. Uno puede cerrar los ojos o mirar hacia otro lado porque es algo que ocurre muy lejos y no está pasando en tu país. Pero cuando la apatía comienza a crecer y termina reemplazando a la empatía hacia los demás, porque se tiene otro color de piel o se pertenece a otro género o sus experiencias de vida no se reflejan en la tuya… es terrible, horrible”. Para Mani “la comunidad internacional suele ponerse una venda en los ojos para no ver la realidad, diciendo que los talibanes han cambiado. Pero los talibanes siempre fueron y siguen siendo terroristas. Y son la misma gente de siempre, no han cambiado. Siguen sumando edictos y la situación de las mujeres es cada día más complicada”.

-¿Cómo fue el proceso de organización de todo el material filmado por las protagonistas, la realizadora y las imágenes tomadas de los medios no oficiales que forman parte del montaje?

Sahra Mani: -Los procesos de rodaje y edición fueron paralelos. Es decir, mientras filmábamos también íbamos editando el material. Digamos que las historias se iban desarrollando en la vida real al mismo tiempo que se producía la película. En cierto momento Jennifer y mi otra productora, Justine Ciarrocchi, volaron a Suecia, donde el film tuvo el montaje final. Discutimos a partir de un primer corte, conversamos a propósito de la estructura, porque para mí la historia era clara, pero tal vez no tanto para una audiencia internacional. Tuvimos una gran discusión sobre ese tema, cómo cambiar algunas secuencias para lograr ese objetivo. Como suele ocurrir en todos los documentales, el proceso de montaje es decisivo.

Jennifer Lawrence: -Me puedo conectar con las tres protagonistas de diferentes maneras. Con Zahra, que se recibió de odontóloga y tenía su propio consultorio y finalmente tuvo que cerrarlo cuando los talibanes le quitaron la licencia. Me encanta mi carrera y trabajar, no puedo imaginar cómo sería que mi gobierno me dijera que no puedo trabajar más, que no puedo participar en ninguna película más. Luego está Taranom, llena de luz y optimismo a pesar de que debe exiliarse y dejar a su familia en Kabul. Es ella quien dice en cierto momento de Pan y rosas que las mujeres fuertes siempre están solas. Me resulta admirable cómo lleva adelante su vida frente a situaciones increíbles, perdiendo a sus amigas una tras otra. Y luego está Sharifa, la persona más educada de su familia y quien gana el dinero para mantenerse y mantenerlos, y que luego de la llegada de los talibanes es obligada a quedarse en casa a lavar la ropa. Hay una escena hermosa en la cual sale al patio a cantar una canción que le gusta. Hoy eso mismo sería considerado ilegal. Creo que el objetivo de hacer películas como Pan y rosas o Zurawski vs. Texas es llegar a la mayor cantidad de público posible y lograr que haya un cambio.

Malala Yousafzai, Jennifer Lawrence, Justine Ciarrocchi y Sahra Mani.

-La situación en los últimos meses sólo ha cambiado para peor. Es evidente que el lanzamiento de la película se produce en el momento adecuado.

Malala Yousafzai: -Este documental es urgente, en parte porque describe la situación en Afganistán, que efectivamente ha empeorado desde que lo terminamos. Las mujeres viven ahora bajo restricciones más fuertes que antes. Pero también es un film sobre las generaciones futuras de mujeres afganas. Las niñas afganas saben que nunca podrán completar la escuela o conseguir un trabajo. Nunca podrán ser doctoras o ingenieras o ser líderes del país. Esa ya no es una realidad posible. Lo que espero es que la situación cambie, que la gente tenga solidaridad con las mujeres de Afganistán y empuje a sus líderes a presionar sobre los talibanes. Debemos hacer todo lo que podamos para apoyar a las organizaciones de activismo que funcionan en Afganistán. Que sigan existiendo las escuelas secretas y métodos alternativos de educación. Liderar campañas para que las voces de las mujeres sean escuchadas y se ponga un fin al sistema de apartheid. Que esas chicas que se ven obligadas a estudiar en secreto vean finalmente el día en el cual los talibanes ya no estén en control, y puedan salir a reconstruir y darle una nueva forma a su país.