Si bien hace más de quince años que el cineasta Ulises Rosell y la actriz Valentina Bassi son pareja, nunca habían trabajado juntos en una película. Un caso raro, podría decirse. Hasta ahora, porque en el último film del director de Bonanza, la protagonista es Bassi, que tiene una importante trayectoria en la televisión y que va consolidando la que ya posee en la pantalla grande. El nuevo largometraje de uno de los nombres esenciales del semillero del Nuevo Cine Argentino es Al desierto, una ficción que acaba de participar de la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián y que anteayer tuvo su première local en la Competencia Internacional del 32º Festival Internacional de Mar del Plata. En tanto, su estreno será el jueves 30 de noviembre. 

“Tenía ganas de hacer una película sobre cautivas y había investigado el tema tal como ocurría en el siglo XIX. Me interesó mucho que cuando se organizaban rescates de cautivas algunas no querían volver a Occidente, por decirlo de alguna forma. Eso me parecía muy misterioso: cómo condicionaba la vida de una forma que ya era un camino que no tenía vuelta”, cuenta el realizador en la entrevista con PáginaI12, de la que también participa Bassi. Rosell entendía que para filmar esa historia “tenía que hacer una película de época” y en su momento descartó la idea. Hasta que conoció Comodoro Rivadavia. Allí revitalizó su entusiasmo y dijo: “¿Y si acá existiera la posibilidad del cautiverio al aire libre?”.

En Al desierto, Bassi –que es oriunda de Trelew, donde vivió hasta los dieciocho años–, es Julia, una empleada del casino de Comodoro Rivadavia, a quien Gwynfor (Jorge Sesán), un operario descendiente de galeses, le promete un puesto administrativo en la petrolera donde trabaja. Pero, en realidad, se trata de un engaño y la secuestra. Desde entonces, el dúo comienza una travesía por el desierto patagónico, donde las condiciones climáticas son hostiles. Julia, que no tenía nada que perder en su vida, sin embargo padece también estar en un lugar que no eligió y con quien tampoco desea estar. Cuando ve que no puede separarse de ese hombre porque se perdería en la inmensidad de la meseta patagónica, comienza una convivencia difícil y contra el viento del sur que parece dominar a cualquiera que esté en esas circunstancias. Mientras se refugian en cuevas y construcciones abandonadas, la ausencia de Julia enciende las alarmas de la policía de la ciudad. Y el comisario Hermes Prieto decide ir tras los dos tratando de encontrar una marca que le permita dar con el paradero de la dupla.

–¿Parte de esas historias de cautivas la contó Bassi por haber vivido en el sur?

Valentina Bassi: –Sí, soy recontra patagónica. Yo lo llevé a Ulises por primera vez a la Patagonia, por lo menos, a la parte del este, del mar. Tenía que filmar ahí. Se hacen un montón de películas en la Patagonia, pero había algo que yo sentía que todavía no estaba filmado, que un poco es lo que cuenta la película. 

Ulises Rosell: –Como la hostilidad y el desierto. Nunca se dice, pero es un desierto. Te hablan del desierto en La Rioja, pero yo nunca lo había visto asociado a la Patagonia, que es eso también.

V. B: –Se habla de la cordillera y de los lagos o del mar, pero entre el mar y la cordillera hay un desierto que es tremendo. Lo vi mucho durante mi infancia y mi adolescencia y lo viví. 

–¿Le trajo recuerdos hacer esta película?

V. B.: –¡Todos! Absolutamente. Cuando era adolescente, en las vacaciones nos íbamos con un grupo de amigos a los altares de Chubut. Yo soy de Trelew. Ibamos en auto a los altares y el lema era ver cuánto tiempo lográbamos estar ahí. Durábamos muy poco, porque íbamos con una carpa que se volaba, teníamos accidentes varios, pero la sensación de estar en el medio de Chubut y en el medio de la nada era maravilloso. Y acá volví a sentirlo.

–De aquellas historias de cautivas a ésta hay una diferencia sustancial: no tiene la carga de violencia que podría haber tenido. ¿Por qué Rosell tomó esta decisión?

U. R.: –Primero no me interesa ese costado de la vida. En general, los personajes sádicos, todo lo que sea filmar crueldad, no me interesa en lo más mínimo. Me parecía que era una forma de contar una historia de amor que se volviese quizás más atemporal, como podría haber sido desde el inicio de los tiempos, como suele decirse, cuando los hombres secuestraban a una mujer, incluso como acto amoroso, como forma de tomar la mano. Era algo previo a las reglas cortesanas. Obviamente encierra un riesgo hablar hoy de esos temas porque se puede confundir con la trata de blancas. De hecho, la película, en un inicio del secuestro, especula un poco con ese suspenso, que uno dice: “¿Este tipo qué quiere? ¿A dónde se la va a llevar?”. Y después, cuando la violencia no aparece, empezás a pensar que este tipo tiene otra cosa en la cabeza. Puede ser un loco. También puede ser que durante la película descubramos que no es el único loco y que quizás a la que eligió también le patina un poco (risas). 

–Al desierto tiene algo de road movie, de western, de película de aventuras, de misterio y también de drama. ¿Es inclasificable?

U. R.: –¡Qué lindo sería poner todo eso y que no te decepcione! El cine que me gusta tiene mucho que ver con la acción, sobre todo. Me gusta ver los personajes en acción. Y la acción es la que empieza a poblar todos estos géneros. Son todas cosas que tiene el despliegue físico. Y el despliegue inevitablemente te lleva a la búsqueda visual. 

–¿Cómo fue compartir la experiencia del trabajo?

V. B.: –Genial. Al principio, yo tenía un poco de temor porque como nunca habíamos trabajado juntos no sabía cómo iba a ser. Sí sé que todos los actores que trabajaron con Ulises lo adoran. Entonces, decía: “Bueno, a mí me va a pasar lo mismo” (risas). Y estuvo genial. También te gana la vorágine del rodaje. No tenés tiempo en el rodaje de demasiados planteos ni cuestionamientos. La naturaleza te pasa por encima y el rodaje mismo también. Estábamos re-concentrados. Todo el equipo quería hacer la mejor película posible y fue ese el trabajo. Fue hermoso.

U. R.: –Recayó sobre mí la posibilidad y quiero aclarar (risas). Concretamente, al convivir hay algo que pasa: perdés el extrañamiento. Y el extrañamiento es una de las cosas fundamentales que yo necesito para pensar una historia. Lo mismo me pasa con un documental. Tengo que empezar por ver lo desconocido. No quiero hacer películas sobre lo que conozco a la perfección. Eso no es para mí un motivo de cine. Me interesa cuando desconozco algo. Y, en este caso, estaba la vida previa de Vale, que yo no conocí, que era en la Patagonia. Y la gente de allá tiene esa atracción por el vacío, por el desierto y se va internando más adentro. Eso ya me parecía un motivo interesante. Por ahí, encontré cómo construirlo. Creo que ahora funciona de otra manera y podemos filmar juntos sin tantas vueltas. 

–¿Por qué decidió que los protagonistas no se conocieran antes del rodaje?

U. R.: –En alguna otra película ensayé y cuando fui a filmar tuve la sensación de que se perdió un chispazo que estaba en el ensayo. Después emulás, buscás otra cosa, pero hay una primera sorpresa de deslumbramiento del uno con el otro que yo creo que no se vuelve a producir sino que es algo que dura un tiempito. Es como el enamoramiento: vas tanteando, te vas conociendo y después hay un momento en el que más o menos ya sabés. La verdad es que la historia también tenía un inicio traumático: un secuestro. Entonces, pensaba: ¿Qué quiero filmar? ¿Quiero armar una coreografía de cómo la agarra y la sujeta y ella trata de zafarse? ¿O trato de ponerlos y ver qué sucede con dos personajes que están sometidos a un sol de mediodía, en medio de la meseta, con un viento de 90 kilómetros por hora y poner una cámara ahí a ver qué pasa?

V. B.: –En principio, yo no estaba de acuerdo. Me gusta mucho ensayar, conocer al otro actor, charlar mucho con el actor. Me gusta que nos pongamos de acuerdo en qué puntos nos pasa tal cosa. Es mi forma de trabajar. Pero la verdad es que empecé a entenderlo. Primero, por lo que decía Ulises. Me imaginaba en una sala de ensayo en Palermo diciendo: “¡Eh! ¡No! ¡Cuidado!”. No tiene nada que ver. Ulises dirige muchos documentales y esto tiene algo de documental. Teníamos que estar en la meseta, en la tierra, con el clima del día que nos tocaba filmar que podía ser cualquier clima. Necesitábamos la naturaleza para ensayar. O sea, no podíamos ensayar nosotros dos en una sala de ensayo. Lo entendí, me encantó y funcionó. 

–Es raro eso de estar atrapada en la inmensidad, porque la inmensidad suele estar asociada a la libertad. ¿Fue difícil construir esa sensación para el personaje?

V. B.: –Es genial. Por lo menos, para un actor, las contradicciones son lo más hermoso. Cuando vivía en la Patagonia siempre decía: “Esto es la libertad”. Hay un horizonte amplísimo, un cielo inmenso, atardeceres tremendos. No tenés ni una montañita que te tape lo visual. Es la imagen de la libertad. Estar encerrado ahí es fantástico para actuar. 

–¿Cuáles fueron las dificultades del rodaje en el desierto?

U. R.: –No sé si llamarlo “dificultades”. En realidad, me gusta más pensar la película como una experiencia. Y decir: “Me voy a someter a estas reglas”. Ahí es donde sucede la película. Incluso, a veces, hasta con dificultades económicas que todo el tiempo aparecen en las películas, más que las dificultades geográficas. Si hablás con un director, a los dos segundos estás hablando de guita. Pero yo trato de amigarme con eso y mi film anterior, El etnógrafo, lo hice con nada. Era una cámara, tres personas más, y listo. Eso sí: tiempo. Ahí abracé esto de que mientras uno defina un territorio que quiera trabajar y éste le dé algunas cosas y le quite otras, y que todo eso se sostenga con una dirección y con una intencionalidad, eso es una película para mí. 

–¿Cómo era un día en la filmación?

V. B.: –Absolutamente impredecible. Había un plan de rodaje que, a veces, se podía cumplir y otras se podía adaptar porque salía el sol, se escondía el sol; de repente, llovía en un desierto. Si algo no tenía que pasar en la película era la lluvia. Y ahí había que desarmar e inventar otra cosa. Pero la verdad es que la pasé genial. Al principio, estaba un poco aterrorizada porque sé cómo es el clima de la Patagonia. Hay días en que el viento te puede volar realmente. Tenía esos miedos. A la semana de estar allí se me fueron porque ya estábamos todos juntos haciéndola. El se maneja bien con la adversidad. La sabe llevar. No es como yo que me traumatizo más. 

U. R.: –Es muy bueno que los actores tengan esa sensación, de que las cosas están sucediendo de verdad. En el fondo, lo que hay son muy buenos productores que tienen previsto que cuando se cae tal cosa se puede hacer tal otra. 

–¿Fue el personaje más difícil de hacer por las condiciones extremas y la intensidad que requería?

V. B.: –No lo califico como el más difícil sino como el más hermoso que me tocó hacer. Sin lugar a dudas, de toda mi carrera éste fue el personaje más hermoso. Complejos son todos los personajes para mí, porque, en realidad, la complejidad la mete uno. Pero éste unió tantas cosas que a mí me gustan... Todo lo que le pasa a Julia es súper emocional, súper extremo y me identifico tremendamente con todo lo que le sucede. Y encima la hice en la Patagonia. Y que haya sido un personaje tan físico. Me gusta mucho actuar físicamente. 

–¿Cuánto tuvo de documental filmar una ficción en ese lugar tan hostil?

U. R.:-Hay algunas cosas que tomo del documental como proceso creativo. Lo que me parece específico del documental es el procedimiento de decir: “Filmo, edito, analizo, escribo, vuelvo a filmar”, que es un poco una mala palabra dentro de lo que son las clasificaciones de las películas. Hay largometrajes que te lo permiten. Este lo permitía.