Para poder llevar adelante su decisión final Martha elige a una escritora. Es verdad que Ingrid no fue su primera opción pero esa amistad que hace tiempo no sucede de manera diaria entre ellas, ese alejamiento producto de las ocupaciones de cada una, es retomada cuando Martha ya sabe que no le queda mucho tiempo en este mundo.

El personaje interpretado por Tilda Swinton es una reportera de guerra que está transitando por un tratamiento doloroso para prolongar sus días frente a un cáncer de cuello de útero que tiene un diagnóstico terminal. Ingrid (Julianne Moore) llega a Nueva York para presentar su libro y va a visitarla pero no imagina que su amiga la convertirá en un personaje determinante de la historia que se ha propuesto realizar mientras agoniza.

Martha ha decidido adueñarse de su muerte, dejar de lado los tratamientos y procurarse un final digno de su voluntad: sin humillaciones médicas, sin intervenciones invasivas. Ella va a elegir una casa bellísima en Woodstock con pileta de natación y muchísimos cuartos disponibles como el escenario de su muerte y quiere que su amiga la acompañe. Necesita alguien que esté en la habitación contigua cuando ella tome esa pastilla que le brindará un final calmo, esa dosis que pudo conseguir gracias a su dinero y su astucia profesional y que la convertirá en autora de su propia tragedia.

Pedro Almodóvar ha creado un cine donde al deseo descomunal, a veces descabellado y siempre melodramático lo acechaba la idea de la muerte pero en sus últimos films, especialmente a partir de Julieta (2016) el momento de morir, el duelo y la anticipación del propio final han convertido algunas de sus piezas en dramas existenciales, en biografías donde la presencia de la muerte tiene un espacio, una magnitud, un lugar en el desarrollo de la trama que le da cierta corporalidad. Hay una voluntad reflexiva sobre la muerte que se acopla a la anécdota y que aleja a sus últimas películas de ese humor que nunca escondía un dolor apaciguado por el delirio.

La habitación de al lado recuerda a Hable con ella (2002), especialmente por esas imágenes en la reposera donde el cuerpo de Rosario Flores yacía inerte, entregado al sol, en un estado de coma que prometía una leve resurrección. En La habitación de al lado, Tilda Swinton (con esa ferocidad que siempre tiene su actuación) utiliza ese gesto y ese objeto como si buscara cargar de artificiosidad, incluso de cierta puesta en escena, el acto tan físico que implica procurarse su propia muerte. De algún modo este nuevo film del manchego (el primer largometraje en inglés aunque ya había filmado dos cortos en ese idioma, uno de ellos, La voz humana del año 2020 también protagonizado por Tilda Swinton) es la contracara o el negativo de Hable con ella. Si en ese film protagonizado por Javier Cámara existía una ilusión y una persistencia por despertar de la muerte, aquí la protagonista quiere terminar con su vida para que su cuerpo no forme parte de esa experimentación, un tanto sádica, de la medicina, aun cuando ella se aloja en un hospital de lujo que parece un hotel y pasa largas estancias en su apartamento neoyorkino de ensueño. Que las dos protagonistas pertenezcan a la clase alta del primer mundo ayuda a evitar la sordidez. Todo es tan elegante, prolijo, incluso vital, que la muerte surge como un concepto, una figura que ronda, que produce pánico y angustia, especialmente en Ingrid. Toda la carga emocional se canaliza en este personaje mientras que Martha se muestra en un plano más alejado como la autora de la escena que podrá su cuerpo para sucumbir.

El personaje de Julianne Moore se convierte en testigo de la decisión de Martha (un rol propio de toda escritora) y será la que deberá fingir sorpresa frente a los médicos y policías, asegurar que nada sabía, salvar su pellejo de esa forma de eutanasia que Martha asume plenamente consciente, con una autonomía total sobre su vida. Es decir, Ingrid le dará el tono ficcional a una situación real y aquí se unen las dos características de los personajes en torno a la escritura. Ingrid se dedica a escribir novelas de ficción y Martha publicaba crónicas de guerra donde su subjetividad tenía que permanecer lo más distante posible.

Lo interesante es cómo Almodóvar crea una tragedia acética donde el propósito de Martha está vinculado a no degradarse, a no entregar su muerte. La película podría ser una obra de teatro porque no necesitamos más que a Tilda Swinton y Julianne Moore y sus distintos estilos interpretativos para que la historia se cuente. A la forma naturalista de Moore, a su actuación construida en base a la identificación con el personaje, la acompaña ese gesto tan contenido como extremo de Swinton que pone a la actuación en un primer plano como parte de la narrativa dramática.

Cuando aparecen otros personajes la película pierde interés. Incluso un actor como John Turturro que solo tiene un rol funcional, está desaprovechado al asignarle parlamentos demasiado obvios. Desde Madres Paralelas (2021) Almodóvar agrega escenas sumamente explícitas, fuerza a los personajes a encarnar discursos políticos muy estereotipados. Aquí los momentos políticos más eficaces no son los de Damian (John Turturro, el hombre que fue amante de las dos en distintos momentos de sus vidas) cuando habla del desastre climático sino las escenas donde lo sensible de esa amistad, el redescubrimiento de esas dos mujeres maduras que comparten unos días de felicidad antes que la vida de una de ellas termine, permite pensar en la posibilidad, incluso en el privilegio de construir la propia escena de la muerte.