En 1959, la revista Centro --una publicación del Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la UBA-- publicó el cuento La narración de la historia de Carlos Correas. La revista era dirigida por Jorge Lafforgue, entonces un joven de 24 años, que en las décadas siguientes se convertiría en un editor e intelectual fundamental de la cultura argentina. Carlos Correas también era un autor veinteañero, cercano al Grupo Contorno. La narración de la historia describía el vínculo amoroso entre dos hombres. Era un relato de amor gay sin medias tintas, un tema que la literatura argentina (siempre un poco pacata) no había tratado hasta entonces como lo había hecho el joven Correas, “con una naturalidad insólita para la época”, según la opinión de su amigo Juan José Sebrelli.

Ni el autor ni el director de Centro imaginaban las consecuencias negativas de publicar ese cuento. Una agrupación católica y de derecha de la propia facultad llevó la revista a la justicia, un fiscal hizo lugar al pedido. La revista fue secuestrada, sacada de circulación y los responsables, Correas y Lafforgue fueron procesados y condenados por obscenidad a seis meses de prisión en suspenso.

El ataque no apuntaba solo al autor y a su editor, sino que intentaba desprestigiar a la universidad pública y a la labor intelectual. Alimentar la idea de que lugares de estudio como Filosofía y Letras eran antros de “degenerados y pervertidos”, en los que se propiciaba el “amor contra natura”, para usar el lenguaje florido de los censores.

Lo que hubiera podido quedarse en un episodio menor o exótico en la biografía de un escritor y un editor no lo fue. Varias décadas más tarde, Lafforgue comentaba a sus amigos cómo el señalamiento de “pornógrafo” lo acompañaba por siempre cada vez que debía renovar documentos o hacer trámites en organismos estatales, con los problemas que eso significaba. Por su parte, Correas dejó por años de escribir ficción.

Durante el tiempo que duró la persecución judicial, no hubo un apoyo masivo de intelectuales para los implicados, ni demasiadas quejas por la censura y el flagrante ataque a la libertad de expresión. Para la mayoría, un hecho de censura era algo menor ante otros episodios que estaban ocurriendo en la Argentina seudodemocrática de Frondizi: el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) --pensado para reprimir movilizaciones y protestas sociales-- sentaba las bases de la represión estatal de las dictaduras de Onganía y del Proceso.

Lo más habitual en democracia es que la censura a escritores y artistas se manifieste en medio del aumento de actos represivos, como el brote de pus en una infección que ya enfermó al cuerpo social.

El ataque de dirigentes libertarios y de la vicepresidenta Victoria Villarruel a los libros de Dolores Reyes, Sol Fantín, Gabriela Cabezón Cámara y Aurora Venturini no puede ser tomado a la ligera. No fue un simple posteo en redes sociales, ni siquiera el planteo de una mirada distinta a la literatura que debería leerse en las escuelas. La más conspicua defensora de torturas y violaciones durante la dictadura vio la oportunidad de atacar una política estatal de cultura, la posibilidad de leer, debatir, meterse con temas candentes que obligan a pensar y a tomar posición.

A la hipocresía de Villarruel pronto se sumaron políticos como Diego Santilli o Yamil Santoro. Sobreactúan una preocupación que no demuestran en otras ocasiones: como cuando el presidente habla con metáforas sexuales en un colegio, o cuando un diputado provincial de La Libertad Avanza es acusado por abusos a una adolescente menor de edad, o cuando otro diputado del mismo signo político propone quitar la Educación Sexual Integral de las escuelas para que los chicos se eduquen viendo porno. Parafraseando a Marguerite Yourcenar: esta gente desprende de sus bocas ese olor a falsa virtud, que es el mal aliento del gobierno libertario y sus aliados.

Si en 1959 un fiscal se horrorizaba con una ficción en la que dos hombres se besan, mientras el gobierno de Frondizi reprimía y encarcelaba a militantes de la resistencia peronista y de un creciente movimiento de izquierda revolucionaria, cabe preguntarse en qué momento del país ocurre este ataque a escritoras y a políticas culturales de un gobierno provincial opositor al nacional.

Cuando Milei asumió podría haberse acercado a alguna forma de la derecha tradicional, pero prefirió extremar su postura, exacerbar los discursos de odio, atacar sistemáticamente la lucha de las mujeres y de los colectivos LGTBIQ+, vanagloriarse de reprimir a trabajadores o a jubilados. Increíblemente, nada de eso es suficiente para que se enciendan las alarmas ciudadanas. Como nunca en estos últimos meses hay signos gravísimos de que La Libertad Avanza quiere convertirse en El Fascismo Avanza.

¿Qué pasa si los libertarios no pueden mantenerse en el poder a pesar de la complicidad mediática, de los grandes grupos empresariales, de políticos veletas o sumisos? La salida que planean es agitar el fantasma del peronismo. No es una cuestión menor que la caza de brujas contra la cultura haya empezado por la provincia de Buenos Aires. Si en Europa un fascista es “un burgués asustado”, en Argentina un fascista es un antiperonista asustado.

Periodistas supuestamente progres que cada vez que van a criticar a Milei se ven en la obligación de establecer una analogía con lo hecho por el kirchnerismo: esa también es una forma de alimentar el fascismo del gobierno. Al fin y al cabo, Milei no estaría haciendo otra cosa que ya hicieron los gobiernos kirchneristas.

Si detrás de una mampara se ven orejas de burro, por debajo asoman patas de burro, por el costado hay una cola de burro y rebuzna, del otro lado hay un burro. Hasta Perogrullo lo sabe. Si la agrupación política “Las fuerzas del cielo” se presenta con la misma parafernalia del fascismo, sus dirigentes hacen apología a la violencia, se muestran autoritarios y se definen como el brazo armado del gobierno, estamos ante una agrupación fascista.

Si los empresarios más ricos y poderosos del país están apoyando con dinero a la Fundación Faro que preside el ultraderechista Agustín Laje, intelectual orgánico de Milei, entonces el establishment está bancando un gobierno fascista.

Hace unos días en Mendoza, un par de militantes de este gobierno atacó a un grupo de geólogos del Conicet. Un hombre y una mujer se grabaron contando muy orgullosos cómo insultaron y hostigaron a los científicos e investigadores. Los acusaron de ladrones, corruptos, vagos, sucios. Las dificultades para expresarse oralmente, como queda demostrado en ese video, no fue problema para sacar todo su odio. ¿Cuánto falta para que estos tipos que apenas razonan ataquen físicamente a alguno de los tantos enemigos que marcan el presidente, sus voceros y sus militantes?

No tiene sentido discutir qué texto es literatura y qué es pornografía porque nadie del otro lado va a escuchar. No tiene sentido explicar que los investigadores del Conicet son fundamentales para el desarrollo de la sociedad. Uno puede intercambiar ideas con quienes están dentro del discurso democrático. No se discute con fascistas. No se les atenúa el riesgo que significan para la democracia. No se mira para el otro lado. Parece obvio, pero creo que es necesario volver a repetirlo.