Hace unos meses, cuatro juveniles del Real Madrid, de entre 20 y 21 años, fueron imputados por grabar y difundir un video sexual con unas menores. Los chats fueron difundidos por el diario digital El Confidencial, que desnudó el contenido de las conversaciones: “vaya perras”; “si lo peor es que tenía 16′′; “serán putas”. En ese “serán putas” se condensa el odio y la concepción de la mujer como instrumento, como mero objeto, reducida a un cuerpo siempre disponible. 

La historia reúne todos los elementos del Me Too: la impunidad de los agresores, los “vicios” de la víctima, la cultura del abuso y la violación, la perpetuación del poder y, cómo no, el presunto consentimiento. En el marco del Derecho no hay “presuntos” agresores, ni hay, por tanto, “presuntas” víctimas. Solo la inocencia es presunta.

En el ámbito de la libertad sexual, que haya o no delito depende del consentimiento. Pero la lucha actual de la mujer no es por la defensa de un sexo consentido, sino por una igualdad real que supere la cultura del consentimiento. Centrar el debate solo en el “permiso” es hacerlo sobre una proyección del punto de vista masculino. Lo que realmente fortalecería la definición de “violación” o de “violencia sexual” no es incluir el consentimiento sino añadir el reconocimiento explícito de las desigualdades de género, de clase, de raza que las posibilitan. Los abusos sexuales y las violaciones se producen en un contexto de desigualdad estructural donde quien tiene poder se arroga el privilegio del acceso sexual a otros cuerpos. Así, no todo comportamiento machista es violento, ni siquiera todo sexo violento es violencia sexual.

Hasta ahí todo bien. Pero cabe preguntarse si no son excesivos los casos de violencia sexual que rodean a los jugadores de fútbol. Uno quisiera creer que no más que en otros ámbitos de poder. Pero no es así. Cuando se juntan factores como la mala formación, el machismo, la fama, el dinero, la relevancia social, eso puede suponer un potencial riesgo de tener conductas sexuales violentas. Tenés poder y un hábito adquirido en el que se te facilitan todas las cosas. Tengo lo que quiero y cuando quiero. Y eso se traslada, en ocasiones, a las relaciones humanas. Todo ello absorbido en un mundo futbolístico tan normalizado con la violencia de amplio espectro: de género, de raza, homofóbica. Un fútbol que encaja bien con el perfil hiperhormonado de supremacista blanco, y, por supuesto, heterosexual.

¿Cuál es el mayor problema de acoso sexual relacionado con el fútbol? La impunidad y la falta de mecanismos efectivos de denuncia y de protección. A menudo las víctimas de futbolistas no se sienten seguras para denunciar debido al miedo a las represalias y a la falta de apoyo.

Se lucha contra la violencia sexual reconociendo y reforzando nuestra capacidad de decidir, de alumbrar prácticas y señalar límites. Hay valor en la denuncia que se impone a la fuerza y a la violencia del otro; y hay voluntad de seguir avanzando defendiendo una moral sexual que exija acuerdos, no una moral sexual puritana que nos diga qué prácticas, con quién, cuándo, dónde y para qué. Es necesario achicar este infierno que nos habita. Nos olvidamos que todos hemos atravesado el cuerpo de una mujer al nacer.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979