Vagamente recordada de viejos catecismos, queda la idea de que el demonio es inherente a nuestra realidad. Anda por ahí, inspirando rencores y actos que van de diabluras infantiles a holocaustos adultos. En este balance, el mandinga está para sacarnos lo peor, para habilitarnos en eso de ser impecables y cariñosos padres de familia que bombardean niños ajenos porque es nuestro trabajo. 

Un deber humano es, para prácticamente todas las religiones, resistir el llamado del mandinga. Ninguna práctica moral admite dejarse llevar por el mal -con disculpas a los Wiccam, que andan abrazando árboles disfrazados de druidas- entre otras cosas porque es un signo de debilidad. Ser virtuosos, nos enseñan, da mucho laburo, exige autodisciplina para no meter la manito ahí, ordena sacrificar lo que sería facilongo conseguir. El mandato más difícil jamás inventado es ese de tratar al prójimo como nos gustaría que nos traten. Quien diga que es fácil, que pase este diciembre siendo impecable, a ver si llega al 31...

Pero hay tantos que no pasan nunca de ese estadio de nenes chiquitos, del "mío" arbitrario que arma peleítas en la plaza entre contrincantes de pañales que apenas caminan y hablan. Los adultos miran, median, sonríen, tratan de convencer a uno de devolver el chiche amado y al otro de prestarlo, nociones ambas intolerables. Así siente la vida un tipo como Donald Trump, que no tolera contradicciones a su egoísmo y construyó hace rato una justificación moral para el tendal que va dejando: son perdedores, no importan.

Alisa Zinovyevna Rosenbaum se dedicó a filosofar sobre el egoísmo a partir de un trauma, la Revolución Rusa y la construcción del poder soviético. Alisa era una chiquilina de doce años cuando el asalto al Palacio de Invierno y una joven de 21 años cuando la familia llegó a Nueva York en 1926. Ahí se cambió el nombre de Rosenbaum a O'Connor y se puso a escribir bajo el nombre de Ayn Rand. Filósofa y mala novelista bestseller, Rand tuvo éxito creando la escuela de pensamiento que llamó Objetivismo. Como su vida había cambiado por una revolución predicada en la solidaridad de clase, el comunalismo y la generosidad entre pares, ella se centró en el mismo opuesto. Objetivismo es explícitamente una manera complicada de decir egoísmo.

Y no se trata de una doctrina económica o política de las que explican que a la no tan larga el egoísmo inherente en el capitalismo da mejores resultados para todos. Rand explicaba que una persona que pasa por la orilla de un río, ve un chico ahogándose y se arroja a salvarlo es un idiota y un amoral, alguien que descuida sus intereses propios por un desconocido. Para esta pensadora, el altruismo no es inherente a los humanos, como tantos afirman, sino una deformación social, un lavado de cabeza, un adoctrinamiento. El humano perfecto es aquel que es perfectamente egoísta y cuida lo suyo y nada más.

Para Rand, la misma idea de educación pública, de hospitales abiertos y rutas sin peaje eran inmorales. Si a uno se le incendia la casa y los bomberos vienen a salvarte, les debés la visita que te deberían facturar. Los impuestos eran moralmente legítimos sólo para cosas como el ejército o la policía, ya que es complicado pagarles por cada intervención que hagan. Pero el resto... ¿por qué voy a pagar por rutas que no uso? ¿para qué voy a poneme con las escuelas si no tengo chicos? 

Esto es cruel, pero Rand recomendaba la crueldad como norte social, la indiferencia a los demás como norma. Si hay pobres, hay que recordar que siempre los hubo y en la antiguedad no tenían Estados de bienestar social. Tampoco había sindicatos, que son una aberración moral grave. El único derecho real es el de la propiedad privada y que las cosas se hagan sin violencia física. Curiosamente, la filósofa se proclamaba una moralista opuesta al hedonismo, con lo que fue complicado explicar su tremenda pelea, ya a los setenta, con uno de sus novios varias década más joven.

En fin, cada uno con lo suyo, pero el tema es la herencia de Rand. Descartada por los filósofos serios por su falta de rigor -básicamente, ella baja como reglas lo que le parece correcto, sin molestarse en sostenerlo investigando- lleva vendidos 37 millones de libros y es una estrella del universo "libertario". Lleva 42 años muerta, pero su nombre es marca registrada del egoísmo.

Lo que nos lleva a sus epígonos berretas. Donde hubo una Rand, debemos conformarnos con un Gordo Dan. Donde hubo una escuela de pensamiento con periódicos propios, fallutos como eran, debemos arreglarnos con trolls apenas alfabetizados. Trump nunca se molestó en pretender que filosofa, él es rico y "hace". Pero Javier Milei es básicamente un fracasado que llegó a presidente, finje que tiene un doctorado y un arsenal de ideas randianas, vive predicando. La diferencia se ve en su extraordinaria agresividad ante la menor contradicción, su incapacidad de explicar algo con tranquilidad. Rand nunca levantaba la voz, te miraba con una superioridad bien ensayada y muy tranquila te explicaba en qué estabas equivocado.

Pero estos epígonos berretas sí tienen una cosa en común con la ruso-norteamericana: la idea de crueldad. Perdedores, ensobrados, comunistas, terroristas... ya nos cansan con los insultos que buscan definir la gente de bien de los demás. El rol de la gente de bien es votarlo a Milei, el resto callarse la boca y si la levantan son terroristas, comunistas, etc. Esto es muy argentino y central a la cabeza del conservador local, que siente más que piensa que este país sería Canadá si los negros, que son peronistas, no votaran.

A esto va la manía desambladora del Estado, a sacarle ayudas "indebidas" a los negros perdedores, a recortarle empleo a los comunistas, a desregular a favor de la gente de bien y las multinacionales. Muchos nos preguntamos a qué viene la pasión por abrir la economía, destruir entes eficientes como Arsat o el Conicet, expeler científicos, desindustrializar y un largo etcétera de barbaridades. ¿Así se construye un país? 

El tema es que ni Rand, ni ninguno de estos tipos habla nunca de país o países, sólo hablan de sociedades en abstracto. En ese universo no hay país, nación ni patria, conceptos irrelevantes a la construcción de una "sociedad libre". Si lo que quede de la clase media argentina veranea en Miami, el Top Ten vuelve a tirar manteca al techo y la mayoría es una peonada ahi tirada, está bien. No va a ser un país, pero va a ser una sociedad libre donde el Estado se retiró como mediador.

Estas tonteras, mezcladas con el gas mostaza del Opus Dei y el reaccionarismo primario de la vicepresidente, forman el abanico de ideas del gobierno. No hay que tomárselo en serio, porque es simple egoísmo infantil, crueldad silvestre. El problema es el daño que hacen y cómo validan a los que simplemente odian y quieren ser crueles.