Se presenta el 26 de noviembre en el bar que les dio nombre, celebrando el día en que hubiera cumplido 80 años, una compilación de las columnas del Negro para Rosario/12, editadas por Horacio Vargas para el sello local Homo Sapiens. Entre 1990 y 1995, cada viernes, la sección Contratapa ostentaba en un ángulo el simpático camello con la pelota de fútbol bajo una de sus patas al pie de un portal de estilo arabesco, el ícono que había dibujado el Negro Fontanarrosa como marca de su propia columna: Desde El Cairo. La extensión variaba. A veces ocupaba toda una contratapa; otras, era una fina columna con una viñeta mínima pero siempre jugosa, desbordante de humor. Con el beneplácito de los herederos del autor, salen reunidas en formato libro gracias a una intensa labor de edición y búsqueda en archivo por Vargas, jefe de redacción de Rosario/12 desde sus inicios, y por sus colaboradores en esta aventura de rescate digna de un Indiana Jones.
Era otra ciudad, si bien la misma, ya que era otro siglo. Era otro bar El Cairo, en la misma esquina de Sarmiento y Santa Fe pero otro, mucho más funcionalista, es decir: sin nada de ornamentos. Lo mínimo de un bar: mucho espacio para muchas mesas, una barra y dos kioscos, mozos con la autoridad de lo que entonces era un oficio y gente que venía a encontrarse bajo la luz intensamente blanca de aquellos tubos fluorescentes que ya no existen más en ninguna parte. Y con esa simpleza de nerolite y madera, El Cairo era un principado en sí mismo. Las mesas en El Cairo se tenían, es decir: tenían cada cual su dueño tácito, que podía ser individual o colectivo. Para sumarse a una, era preciso ser aceptado. Cada mesa, una tribu dentro de la gran nación cairota. Eso era democracia, con mucho de aristocracia del espíritu. No era preciso agendar el número de nadie: el sábado al mediodía ibas y estaban todos ahí. Todos sabían que kairós, en griego, es el nombre del instante presente vuelto eternidad. En ese no-tiempo se vivía. No existía el temor a los efectos deletéreos del tabaco fumado en interiores, o del café torrado. El cine del mismo nombre quedaba a la vuelta y en el bar se debatían las películas. No había distinciones entre académicos y salvajes. Todos éramos cultos, cada cual a su modo. Había un look El Cairo: minifalda y medias can can, morral y rulos. En El Cairo, la vida estaba hecha de charlas. Se hablaba de todo y con todos, casi sin límite de tiempo.
¿Qué diría hoy el Negro ante la remodelación de "la mezquita", como él la llamaba en sus columnas? ¿Qué chiste haría al ver su efigie en tamaño natural junto al buzón rojo? Para nada ajeno al carácter de universo paralelo que tenía el viejo Cairo, del cual él era habitué recalcitrante, Fontanarrosa lanzaba la pregunta: "¿Estado independiente?" y le imaginaba un nombre: "Principado del Paraná". El bar El Cairo como un país aparte: un chiste, sí, pero un chiste que como toda buena broma contenía un germen de verdad.
En la irónicamente autodenominada Mesa de los Galanes, que gracias al Negro y a este libro quedará en la literatura como "La corriente de pensamiento surgida de las mesas que nunca preguntan", el humorista y sus amigos conversaban, como se nos advierte en la contratapa del libro, de "boludeces". Fontanarrosa las hacía constar en su hábil pluma y años más tarde recordaría su columna como "un juego divertido de ficción, un rincón apropiado para la mentira y una linda ejercitación en el delirio". Categorizadas por el editor según sus temas, podían versar sobre el bar mismo, sobre el río y las islas, sobre visitantes ilustres que pasaron por la ciudad o sobre actividades culturales en la galería Krass que Gilberto Krasniasky dirigía no lejos de allí, en San Martín entre Santa Fe y San Lorenzo; también rendian homenaje a muertos entrañables, narraban las peripecias de la errancia de los Galanes en busca de una nueva mesa luego del cierre del bar (que por muchos años estuvo cerrado), contaban los viajes del Negro por el mundo, satirizaban el imaginario paso de la realeza por la ciudad (que luego se concretó, en el Congreso de Lengua donde el Negro se lució con su ponencia sobre "Las malas palabras" en 2004) o urdían una fantasía con la estrella más bella del Hollywood de entonces: Kim Basinger.
Y a no olvidar lo más apasionante: Rosario Central, el fútbol, la OCAL. La celebración de uno de los aniversarios del gol de palomita de Aldo Pedro Poy contra el rival local toma la forma de un delirio lleno de palomas, guiño para "canayas" entendidos. Las columnas del Negro en Rosario/12 celebran una Rosario que en gran medida ya no existe, donde era cómico hacer chistes sobre las amenazas mafiosas, que solo se veían en las películas de gángsters (y no en la sección de noticias locales, donde hacen llorar). O sobre la censura, o el ocultamiento de los pobres: imágenes hiperbólicas que se leían como ficticias pero que hoy son parte de la distópica realidad. Algo de aquel humor envejeció, debido a la corrección política de estos tiempos violentos. Pero no es mucho lo que se pierde en gracia y es muchísimo lo que ganan estas columnas de humor con los años: hoy se leen como estampas costumbristas rosarinas que, al entretejer los nombres de los amigos del Negro entre sus líneas, dan cuenta de un mapa en lo social. Son como un show de stand up que Fontanarrosa hacía cada viernes. Y sirven de nostálgica entrada a la obra del humorista y escritor rosarino que nos dejó en 2007.
Desde El Cairo se presenta el martes 26 en el bar de Sarmiento y Santa Fe, a las 18.45. Participarán junto al editor del libro el intendente Pablo Javkin, el director de este diario, Pablo Feldman, el técnico Miguel Angel Russo, los escritores Marcelo Scalona y Melina Torres, la periodista Patricia Dibert e integrantes de la Mesa de los Galanes:Pitufo Fernández, Negro Centurión, Rodolfo “Belmondo” Perassi, Colo Vásquez, Chelo Molina y Chiquito Martorell.