ALERTA: esta nota contiene spoiler.
La serie se estrenó mundialmente y cuenta con un elenco de grandes figuras argentinas como Luis Machín, Soledad Villamil y Paola Barrientos, Muriel Santa Ana y Esteban Lamothe, pero los verdaderos protagonistas son los actores emergentes que dan voz a los jóvenes protagonistas de la tragedia: Olivia Nuss, José Giménez Zapiola, Toto Rovito, Lautaro Rodríguez y Eloy Rossen, entre otros.
La historia es contada desde la perspectiva de un grupo de adolescentes de Villa Celina, partido de la Matanza, y está centrada en Malena (Nuss), una chica fanática de Callejeros que anhela ser estrella de rock. El marco temporal oscila entre diciembre de 2004 y el año 2008 en el que las víctimas y sus familiares llevan adelante el juicio a los responsables de la masacre y lidian con el trauma de haber sobrevivido. El suicidio de Javier, quien salvó a Malena del incendio, la reconecta con un pasado que intentaba infructuosamente dejar atrás.
La serie recrea los hechos ocurridos el 30 de diciembre de 2004. En el agobiante calor de fin de año la banda Callejeros tocaba el último de una serie de tres recitales consecutivos en el club nocturno República de Cromañón en el barrio porteño de Once. En el local, de una superficie de 1500 metros cuadrados, habilitado para 1300 personas, había esa noche más de 3500. A menos de dos minutos de comenzado el show, una bengala incendió la media sombra que se encontraba en el techo generando el incendio que llevaría a la muerte de 194 jóvenes y al menos 1432 heridos. Este hecho marcó un antes y un después en el rock argentino cambiando el panorama de la música nacional además de dejar una marca indeleble en una generación de jóvenes.
Llamativamente, la música de Callejeros está ausente de la banda de sonido, dado que la banda no quiso ceder los derechos. Sin embargo, sí tiene temas de bandas contemporáneas como Intoxicados, Jóvenes Pordioseros o los Ratones Paranoicos, y además contiene canciones hechas especialmente para la serie, interpretadas por los actores y por artistas como Santiago Motorizado, Mujer Cebra y Lucy Patané.
El dedo en la llaga
Cromañón es la primera ficcionalización de los hechos después de múltiples documentales. La mayor virtud de la serie reside en lograr navegar el desafío de contar una historia tan sensible para la sociedad argentina como aún latente en muchas de las vidas de sus protagonistas, la mayoría de los cuales son hoy en día jóvenes adultos.
“Si bien esta historia se basa en hechos reales, personajes, incidentes y diálogos fueron ficcionalizados o inventados con fines de dramatización. Con respecto a dicha ficcionalización o invención, cualquier similitud con cualquier persona, viva o muerta, cualquier compañía, es completamente para fines dramáticos y no pretende reflejar el carácter o la historia real de nadie”, declara el disclaimer al principio del programa.
Esta ficcionalización cumple diferentes propósitos: además de resguardar a las víctimas y sus historias, aporta posiblemente el elemento más rico de esta obra: evocar el clima de época del clímax de la era del rock barrial. Una de las primeras escenas es la de una navidad celebrada en el barrio de Villa Celina. La escena despierta en el espectador una espiral de estímulos y referencias dosmilosas llenas de nostalgia: un brindis con pan dulce y golosinas nacionales, padres fumando cigarrillos en frente de sus hijos, hijos fumando prensado a escondidas de sus padres. El barrio como lugar de socialización primaria y el kiosco de la familia de Malena como punto de encuentro y sitio de intercambio social por excelencia. Adolescentes con una estética marcadamente popular: pulseras compradas en ferias de artesanos, flequillos, rulos, tatuajes, zapatillas Topper, pañuelos alrededor del cuello, micro mini shorts y polleras de jean, musculosas batik y de bandas con las mangas cortadas a los hachazos.
A pesar de la crisis y la austeridad económica post 2001, la serie logra generar añoranza por un pasado menos glamoroso y curado: el conurbano rollinga y sus diversiones desprovistas de consumismo ―los placeres barriales cotidianos de fumar, tocar la guitarra y tomar birras en la vereda, los besos adolescentes en piletas de pelopincho―. La serie exuda una sexualidad irreverente todavía no atravesada por los filtros de Instagram.
El personaje de Lucas, el novio de Malena, ilustra la tensión entre “lo político” y la cultura del aguante que operaba como estandarte de orgullo para los seguidores del rock barrial. Independientemente de la discusión sobre si el rocanrol, la cerveza en la vereda y los porros eran elementos alienantes o símbolos de la resistencia en el contexto de crisis económica, cierto es que lo político tiñe toda la serie. Cromañón logra retratar la vida en los barrios obreros, la lucha por la supervivencia en la década del 2000, la precarización laboral y el trabajo de las organizaciones sociales sin caer en facilismos propios de un cliché costumbrista. La cuestión de género es explorada con virtuosismo, mostrando cómo el machismo atraviesa orgánicamente el rock pero también la vida de estas mujeres, tanto en sus trabajos como en sus parejas como en el transporte público. Los desafíos que se le presentan a Malena exponen la dificultad de las mujeres para penetrar el mundo de la música en una clave que no sea la de musas, objetos de deseo o meras fanáticas.
En Cromañón se hace explícita también una denuncia en la que la responsabilidad de Omar Chabán en la masacre es señalada sin innecesario ensañamiento. Chabán tuvo un rol fundamental en la emergencia de numerosos músicos argentinos como propietario tanto de Cromañón como de Cemento, lugares icónicos para la escena local. El personaje de Julia, empleada precarizada de Cromañón, señala como Chabán cortaba el agua de los baños del boliche para vender más en la barra y su negativa a arreglar los numerosos desperfectos que hicieron del local una trampa mortal. Como consecuencia del incendio se abrió una investigación judicial que involucró a múltiples actores y dejó a la vista la connivencia del poder político y económico que habilitó las condiciones para una tragedia evitable. Chabán fue condenado a diez años de prisión por permitir el uso de pirotecnia en un lugar cerrado y por las irregularidades en el establecimiento. Los miembros de Callejeros fueron asimismo procesados y condenados por incitar el uso de pirotecnia.
La serie presenta a sus productores un enorme desafío: ¿cómo encapsular el clima de una época tan lejana y a la vez tan reciente? ¿Cómo retratar respetuosamente el dolor de los padres, familiares y sobrevivientes sin caer en el morbo ni en mensajes moralizantes? ¿Cómo abordar el tema de la justicia y la memoria colectiva? ¿Cómo contar la historia de miles de jóvenes y sus familias destrozadas a partir de los ojos de apenas diez personajes? El sexto episodio, en el que finalmente se retrata el incendio, tiene una crudeza inusitada, al retratar la desesperación de las víctimas y el heroísmo de muchos de los jóvenes que perdieron la vida intentando rescatar a amigos y desconocidos. La desoladora escena, difícil de mirar, dura más de treinta angustiosos minutos. La serie culmina con una escena del juicio en agosto de 2008 en la que la multitud que espera el cierre del proceso clama: “Ni la bengala ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción”.
Cromañón, sin embargo, no se queda en un retrato puramente descriptivo: ilustra el rol del rock barrial en generar un profundo sentido de pertenencia en contraste con la música masiva local actual que pareciera (excepto contadas excepciones) atravesar un momento de profunda atomización y despolitización. Canciones como Imposible, Prohibido, 9 de julio, entre muchas otras de Callejeros y otras bandas de rock de la época presentan demandas políticas y culturales, tratando temas como la homosexualidad, el aborto, las drogas, la marginalidad y la violencia policial. El rock chabón no fue solo una postura estética sino una ideología entrelazada con la cotidianidad barrial en la que los jóvenes veían en las bandas un reflejo de sus identidades sociales, políticas y de clase. Cromañón logra crear un retrato donde no hay villanos, solo jóvenes que, cada uno con sus egos, inseguridades y sueños intentaba encaminar su vida sin saber para dónde salir corriendo.