“A contramano por el aire van cantando
por la calle candombeando
que la voluntad es eterna
y las manos no lo son”.
Roque Narvaja, Por la calle candombeando,
LP Chimango, 1974.

¿No siente usted, queridísimo lector, que está/mos yendo a contramano? ¿No se identifica usted con ese personaje del chiste que, manejando en la autopista, escucha la advertencia: “¡Cuidado, hay un auto a contramano!”, y responde: “¡Uno no, son diez mil!”?

¿No ve que las señales del tránsito le marcan que es usted quien va en el sentido correcto, pero a la vez percibe la soledad de seguir ese sentido? ¿No le parece que el sentido de la Historia es pasar de la Edad Media a la Moderna, y luego a la actual, y no al revés? ¿No le resulta raro que “la izquierda luche por el capitalismo, y la derecha por el medioevo”, como suelo decir sin que nadie me desmienta? ¿No le parece extraño que tanta gente apoye el neoliberalismo, un casino donde se pierde todo sin necesidad de apostar? ¿No siente que los temas que se debaten hoy en día no son otra cosa que árboles, o menos aún, arbustos, puestos ahí a propósito para tapar el bosque? ¿No se siente abrumado por tanta estadística “al flato” mientras escasea la comida en tantos platos? ¿No le llena los genitales (del sexo que los tenga usted) tanta excusa progresista por su propio fracaso, ya no en impedir el triunfo de las derechas, pero sí al menos en usar herramientas creativas de resistencia?

¿No cree usted que no nos estamos yendo al carajo, sino que ya llegamos? ¿No le parece que uno de los más tremendos éxitos del gobierno es convencer a la gente de que está todo mejor que antes? ¿No le parece que otro de los más tremendos éxitos del gobierno es que la difunta oposición deba dedicarse a convencer a la gente de que no estamos tan bien como afirma el gobierno? ¿No le parece que “si la gente vota emocionalmente” –como dicen–, no se trata de entrar en ese juego, sino de ofrecer argumentos convincentes de que eso no le sirve? ¿No cree que es hora de armar una agenda propia? Si usted quiere ganarle a Messi, ¿no sería más correcto jugarle al ajedrez que al fútbol? ¿No se le ocurre que si el sentido común nos trajo hasta acá, la manera de salir podría ser apelar al absurdo?

Sí, ya sé, querido lector, son demasiadas preguntas. Y encima suelo hacérmelas mientras camino por la vereda; por eso decidí llamar al Licenciado A., porque por lo menos en su consultorio no me iba a atropellar nadie por cruzar la calle distraído preguntándome sobre la determinación certera, sociológicamente hablando, de la inmortalidad de los cangrejos en celo como elemento contundente para derrocar al neoliberalismo y volver adonde nunca se estuvo, pero mejores.

Lo llamé y me atendió, por teléfono.

–Licenciado.

–Sí, ya sé, Rudy.

–¿Cómo puede saber que soy Rudy, si no le dije nada?

–Porque hoy me desperté lacaniano y estoy “en el lugar del supuesto saber”.

–No me joda, licenciado, usted no es de esos.

–Tiene razón, Rudy, veo que va mejorando.

–Ay, licenciado, no me diga eso que me sonrojo, y después ven mi cara enrojecida y no me dan crédito.

–¿Quién no le da crédito, Rudy?

–Nadie me da crédito, licenciado, porque además no lo pido, porque lo necesito, y yo sé cómo funciona este sistema: “si querés que te den un crédito, tenés que demostrar que no lo necesitás”.

–Bueno, Rudy, dejémonos de postergaciones neuróticas, que el tiempo pasa y el café aumenta. Dígame qué necesita.

–Nada, licenciado, por eso lo llamo, porque no necesito nada… Yo sé que el análisis es como el banco, que si uno demuestra que no lo necesita…

–Rudy, ¿por qué me llamó?

–Ay, licenciado, si yo lo supiera, no lo hubiera llamado. Pero se me ocurre que fue para hacerle una pregunta.

–¿Cuál sería esa pregunta?

–No sé, licenciado, porque además, desde que me atendió el teléfono, no para de hacerme preguntas usted a mí. Al final me voy a ir con más preguntas que con las que vine.

–No, Rudy, usted no se va a ir, porque tampoco vino, estamos hablando por teléfono.

–Ya sé, licenciado, era una matéfora.

–Querrá decir una metáfora.

–No, una matéfora, porque mientras hablo con usted, estoy tomando mate.

–Rudy, veo que por lo menos no ha perdido el sentido del humor.

–Es el único sentido que no perdí, licenciado.

–¡Guau, me parece que le voy a dar el alta!

Corté. Me pregunto si debería haberle avisado al licenciado A. que tuviera cuidado, que hay un montonazo de gente circulando a contramano.

Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy y Sanz “redes y algoritmos”: