El cine es el arte de la mirada. Puede ser analizado, pensado, clasificado, desde varias posibilidades, pero en todas ellas el acto de mirar está presente. Hay películas más logradas que otras, algunas son obras maestras, o directamente son obra de maestros, como Hitchcock. ¿Qué es lo que sucede en el plano íntimo, construido entre quien mira y la pantalla? En todo caso, allí ocurre una situación intransferible, inconfesable. Mirar cine es el gran espectáculo compartido con los demás, y todos en soledad.

Con dirección de Romina Tamburello y Federico Actis, Vera y el Placer de los Otros indaga de manera consciente en esta premisa. Además, lo hace desde un argumento cuyo protagónico elige a una adolescente, una piba que se descubre y que mira; o, mejor dicho, que escucha. Y que al hacerlo, fantasea. Algunas de estas imágenes, tal vez, cobren una materialidad próxima, en la que Vera podrá entonces sentir aquello que la mirada, que su escucha, le promete.

En la película de Tamburello y Actis, Vera (Luciana Grasso) alquila un departamento a jóvenes de su edad, para que tengan sexo. Les comparte una bolsa de dormir, y les cobra un dinero. Casi como si fuera una suerte de laboratorio, al cual hace ingresar a los sujetos de sus experimentos. Pero no son experimentos, son experiencias: para quienes comparten su intimidad, y para quien de algún modo les espía. No se trata, necesariamente, de un mirar voyeurístico; antes bien, Vera enciende su sentir de varias maneras: escuchando, imaginando, al limpiar el lugar. En otro orden, espiar puede ser placentero, pero implica también riesgos. Y eso es algo podría, justamente, trocar en algo más.

Ese riesgo aparece de maneras diversas: en la posibilidad de ser descubierta por la vecina (interpretada por la propia Tamburello) o por las amigas (las propias compañeras de vóley, que elucubran con malicia sobre la identidad de quien alquila este departamento), o en la posibilidad aún peor de ser descubierta por la madre (Inés Estévez), responsable de administrar el departamento vacío. Como sea, Vera se sitúa en un lugar incómodo, placenteramente incómodo. Y mientras pueda conservar este equilibrio delicado, lo disfruta.

Pero hay decisiones que tendrá que tomar. En ese devenir, el personaje de Vera crece y el argumento avanza con ella. Su cuerpo, en todo caso, es el territorio donde tendrá lugar el pleito o el juego, o la película misma; y con una salvedad: ella es consciente de las decisiones que toma. A todas luces, se trata de una joven que puede no tener claras ciertas cuestiones -al fin y al cabo, es adolescente- pero que sabe muy bien qué derechos tiene ganados. Lo relativo a las decisiones sobre su cuerpo y su placer, por ejemplo.

En cuanto a los riesgos asumidos, hay uno más o menos imprevisto, en una escena que bien puede relacionarse con aquella famosa, de Terciopelo Azul (1986) de David Lynch, cuando el escondite forzado de Kyle MacLachlan le obliga a presenciar lo que tal vez no hubiese querido ver. Algo semejante le sucederá a Vera; a partir de allí, la película encontrará su bisagra en relación a la progresión argumental y el vínculo entre ella y su madre.

En este vínculo repercute además la decisión sustancial del film, la de priorizar la relación y la concomitancia entre los personajes femeninos: Vera con la madre, con las amigas, con su amour fou. Sintetizados y leídos por su mirada. Dicho sea de paso, hay una gran escena entre Grasso y Estévez, rodada en un único plano, en la que Vera no disimula con sus ojos el fastidio que le produce la madre, que está encima de ella, y desde un registro que no se priva de notas humorísticas.

Además, y por todo esto, la de Vera es una mirada que promete: se trata de alguien que busca porque curiosea; por eso, abre interrogantes; y por eso, le provoca al film un horizonte. La mirada de Vera es luminosa.

Vera y el Placer de los Otros es una producción de Pez Cine y cuenta con un equipo de trabajo integrado por muchos rosarinos, además de haber sido rodada en la ciudad. Hay un mérito mayor en este caso, ya que la Rosario que asoma no es la de la consabida tarjeta postal o la de los lugares habituales, sino que aparece como una ciudad dispuesta a ser trozada según las necesidades del montaje y su puesta en escena; de este modo, será “cortada” y “articulada” según se requiera. ¿Es Rosario, no es Rosario? Sí, es Rosario. Una Rosario imaginada desde la tarea poética. Desde una labor por la cual Romina Tamburello y Federico Actis fueran premiados en el rubro Mejor Dirección del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2023.

Vera y el Placer de los Otros 8

(Argentina, 2023)

Dirección y guion: Romina Tamburello y Federico Actis.

Producción Ejecutiva: Santiago King.

Música: Pablo Crespo.

Fotografía: Lucas Pérez.

Montaje: Danalí Riquelme.

Intérpretes: Luciana Grasso, Inés Estévez, Estefanía Nicoló, David Zoela, Mariano Raimondi, Carlos Resta.

Duración: 103 minutos.