“Los habitantes de la costa, lo que hacemos es cremar a los cuerpos de los familiares que mueren y llevarlos al mar. En verano, el turismo lo habita y lo vuelve su lugar de recreación, y fuera de temporada nos acercamos a la costa a depositar a nuestros muertos. El mar es nuestro cementerio”, comienza reflexionando Toto Castiñeiras, flamante director de teatro y dramaturgo que actualmente tiene en cartel “Las lágrimas de los animales marinos” en el Teatro Nacional Cervantes.

Castiñeiras es marplatense, comenzó a actuar a los catorce años. Desde el año 95 que pisa las tablas, realizó más de veinte espectáculos como actor, director y payaso. Es parte de Cirque du Soleil, como coach de actores, creador, clown y diseñador cómico. Con la compañía recorrió más de cincuenta países. “Las lágrimas de los animales marinos” está completamente atravesada por el lenguaje circense y clown, hay un despliegue de destreza física con más de veinte intérpretes en escena entre acróbatas, bailarines, actores y músicos.

La historia sucede en una ciudad de la costa bonaerense fuera de la temporada turística. En invierno, un grupo de jóvenes (dos amigos y una amiga un poco más lejana) tienen que volver al mar, porque hay una muerte de la que ocuparse.

“En este presente el tiempo parece suspendido. Como si esto fuese posible. Camino por la orilla, en un tiempo, por fuera del tiempo de la “temporada”. Es uno de esos días fríos en la costa, cuando los balcones también quedan suspendidos, vacíos. Y la ciudad es abandonada, arrojada a un clima que no es verano, no es otoño, ni ninguno de los demás climas. Estar solo en la ciudad costera puede ser, es, de una hermosa densidad. Construyo un recuerdo en mi memoria, uno de a pedazos, un espacio del pasado en el presente. Nombro un cielo. Me sumerjo en la marea de la reconstrucción improbable de algo imposible. Imposible porque ya no está. Sigo caminando por la playa hasta llegar al puerto, para encontrarme, de sorpresa, frente a frente -si es que los animales tienen frente- con una bestia marina. Un animal marino dormido al sol. Haciendo ruidos. Indiferente”.

Así se anuncia la obra en la programación del teatro, haciendo carne dos de las características que tendrá este espectáculo en donde el texto funciona como un largo poema sobre la tristeza y a la vez como una invocación onírica para los espectadores, que cuestión de creer o reventar, seremos inducidos en una suerte de hipnosis llevados por la voz de quien narra el comienzo de la obra.

“Una colega vino a un ensayo y usó la palabra “hipnótico” para hablar de lo que le había pasado como espectadora. Me sorprendió. Yo venía investigando el tema, pero no lo trabajé de forma consciente en la puesta. Si bien uso mucho la repetición, como recurso para lograrlo y también el regreso al presente, como en las meditaciones o ceremonias de ayahuasca. Esta importancia de estar en el “ahora”, traer la mente a lo que está sucediendo, que no se vaya de viaje a lugares que no le conviene. Me parecía importante encontrar una forma que pidiera una inmersión más comprometida de los espectadores que vienen de la pantalla y de resolver sus cuestiones en un celular, con otra dimensionalidad del tiempo, que pudieran entrar en la obra. Me encantaría que algún teórico que practique la hipnosis viniera a ver qué le parece, a ver si efectivamente hay algo que se haya traspasado de mis lecturas” comenta Castiñeiras.

Es interesante porque la obra se entrelaza entre un tono suave, por momentos íntimo y mundano, y un tono bravo, fuerte, invasivo, donde los intérpretes como monstruos invaden la soledad y las reflexiones de los personajes acorralándolos una y otra vez contra ellos mismos.

También la trama de la obra corre por dos caminos paralelos. La historia de quién muere y los vínculos afectivos de quienes viven, que parecieran ilustrar el desencuentro entre quienes se aman, pero no saben bien cómo. Un hombre mayor y su nieto. Ese mismo hombre que busca la pasión de un jovencito que lo usa por su plata. Una chica que desea a su amigo gay. Un chico gay que gusta de su amigo y no entiende qué le pasa a él. Una mujer que disfruta de su soledad, pero podría enamorarse de su vecino.

La muerte pareciera unir ambas tramas, porque lo que antes no molestaba que siguiera su curso sin definición ahora exige ser nombrado, visto, ordenado, delimitado, como si al fin y al cabo la muerte viniera a quitar los velos y pidiera una verdad sin maquillaje, aunque no por eso solemne o excesivamente triste. “Me interesaba trabajar con las estructuras románticas y los límites del amor, del deseo. Ese desconocer al otro o armarse una imagen del otro que no es, o el deseo en relación a ser amoroso con el otro o con uno mismo. Creo que es imposible pensar en la muerte sin pensar en la sexualidad, es imposible pensar en el deseo sin pensar en los límites y en la concreción de ese deseo y en la posibilidad de que ese deseo pase al plano de la realidad y pueda concretarse” reflexiona Castiñeiras.

También le interesaba indagar el vínculo de la amistad como soporte emocional. “Ese momento en que un amigo se transforma en otra cosa. Como ante ciertos traumas o dolores de la vida, la amistad cobra otra forma de sostén. Los amigos se vuelven la familia de uno en los momentos más bravos, más difíciles. El material no pretende hacer una bajada de línea sobre eso, sino simplemente flotar, de hecho, tenemos una escenografía flotante en escena. Nos proponemos vagar ante estos temas, explorarlos, no cerrarlos” dice, y la pregunta hace sentido en un momento donde los vínculos parecieran líquidos que toman forma y se evaporan a pedido del contexto. No parece casual que la obra inicie con un hilo de agua que atraviesa un balcón y se vuelve un problema. El hilo se ensancha, empieza a tomarlo todo. “La obra no surgió de un episodio biográfico sino de una imagen, la del hilo del agua. Algo muy chiquito en la vida de uno se convierte a veces en una cosa inmensa, muy difícil de abarcar” explica.

Una de las protagonistas dice “Ahora no como harinas, no como carne, no tomo alcohol y no puedo ni siquiera llorar”, pareciera que la obra y su recorrido nos permiten reconciliarnos con cierta ternura que está más cerca de estar manchada que de ser intachable. En el reino de las redes sociales dónde todo debe ser etiquetado, se agradece que los problemas no queden sellados y no haya manual para aplicar contra la tristeza. Al fin y al cabo como dice un personaje “no hay que creer en todo lo que dicen los carteles”.

La obra va y viene, entonces, como el mar y en cada ola, nos mete más adentro.

El elenco lo conforman: Chacha Alvarado, Guillermo Angelelli, Gregorio Barrios, Gonzalo Carmona, Payuca, Ignacio Torres, Boris Bakst, Oliver Carl, Rocío García Loza, Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucio Mantel, Marcelo David Martínez, Maximiliano Más, Damián Pleitto Castillo, Ezequiel Posse, Julieta Raponi, Consuelo Rodriguez Fierro, Jorge Thefs. La música en escena es de Lucía Gómez, Julieta Laso, Lucio Mantel, Maximiliano Más. La escenografía de Gonzalo Cordoba Estevez y la iluminación de Alejandro Le Roux.

Con una propuesta escénica de primerísimo nivel y una música excelente, el espectáculo enciende el fuego de jueves a domingos a las 20hs en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815), para que se acerquen aquellos espectadores que buscan hacerle espacio a preguntas incómodas. “Las lágrimas de los animales marinos” se une a las distintas obras que fueron necesarias alumbrar después de la pandemia, son acaso gestos o modos de elaborar la tragedia que vivimos. El teatro históricamente ha sido un espacio para canalizar las emociones y quizás sea hora de alojar los ritos fúnebres que no pudimos hacer y necesitamos.