El restaurador de las pequeñas historias –que transitó de la crónica literaria a la literatura crónica- se está transformando en un especialista en recuperar lo perdido. Como si escribiera una versión opuesta al emblemático poema de Elizabeth Bishop, ese que desde los primeros versos postula que el arte de perder no cuesta tanto aprenderlo y que el llanto por las cosas extraviadas dura poco, el escritor chileno Juan Pablo Meneses tiene un proyecto de ficción que consiste en luchar contra la amnesia política, que los ultrajes de la dictadura no sean convalidados en democracia y que lo macabro no sea aceptado como normal. En Revolución (Tusquets) encuentra una especie de diamante en bruto: la primera estatua en homenaje al Che Guevara se inauguró en un barrio de clase media de Santiago de Chile en 1970 durante el gobierno de Salvador Allende, y fue parte de una iniciativa más ambiciosa que intentaba crear un Jesucristo latinoamericano. Fidel Castro fue a visitarla y quedó doblemente sorprendido por el tamaño, casi diez metros de altura, y por ver a su amigo convertido en bronce. Pero el dictador Augusto Pinochet ordenó hacer desaparecer la estatua. Nadie hizo la denuncia ni la buscó. Hasta ahora.
Meneses toma esta historia real, que parece de película, para cruzarla con la ficción: Juan, un guionista de una empresa latinoamericana de streaming, está escribiendo el guion de una serie documental sobre la construcción del primer monumento al Che junto a Celia, la coguionista, dieciséis años menor que él. Los van investigando que apenas se publicó la imagen del Che asesinado en Bolivia –los asesinos decidieron lavar el cadáver, ponerle ropa nueva y abrirle los ojos, según contó el fotógrafo de la escena, Freddy Alborta--, el escritor británico John Berger publicó un texto en el que asoció abiertamente a Cristo con el Che. Y mientras escriben el guion sobre esta estatua de Praxíteles Vázquez que fue construida en San Miguel por iniciativa del alcalde socialista Tito Palestro registran el fetichismo mundial en torno al Comandante con camisetas, banderas, libretas, imanes, zapatillas, perfumes, habanos, boinas, carteras, bikinis, energizantes, helados, desodorantes, botellas de ron, cigarrillos y bolsas de hielo, entre otros productos.
El Jesucristo latinoamericano se mantuvo de pie desde el 8 de noviembre de 1970 hasta la noche que se lo llevaron, el 15 de septiembre de 1973, cuatro días después del golpe de Pinochet. Antes sufrió varios atentados con dinamita y Pablo Neruda anunció una colecta entre intelectuales y artistas de todo el mundo para restaurar el monumento. Un puñado de preguntas arroja el escritor en los ojos de las lectoras y lectores: ¿Cómo una historia en la que confluyen personajes como el Che Guevara, Fidel Castro, Salvador Allende, Pablo Neruda y Augusto Pinochet puede estar completamente olvidada? ¿Cómo puede desaparecer un monumento instalado en la calle y en cincuenta años nadie reclamarlo?
Meneses (Santiago de Chile, 1969), autor de los libros de crónicas de viaje Equipaje de mano, Hotel España y Una vuelta al tercer mundo, se puso a buscar la estatua robada. “A nadie le interesaba esta historia porque mostraba una época, un momento, una ilusión que tenía un barrio de Santiago de convertirse en el primer territorio guevarista del planeta y que ahora no querían recordar, no querían que hubiera existido”, cuenta el autor de la novela Una historia perdida en la que reconstruye lo que se extirpó del relato oficial: en pleno bombardeo a La Moneda, la sede presidencial, un piloto desobedeció las órdenes y dirigió el avión y sus misiles contra el hospital de la misma Fuerza Aérea. El ejército golpista recibió un ataque de unos de sus propios aviones. “Ese monumento al Che, que se inauguró una semana después que asumió Allende, lo mandó a hacer un municipio. Lo inauguró el partido socialista, que después terminó a cargo del gobierno muchísimos años en democracia. Lo que me llamó la atención era que había desaparecido de un lugar, pero también había desaparecido de la cabeza de las personas. Esto me motivaba mucho a contar esta historia, no sólo por eso de que si no la cuento va a desaparecer. Pinochet personalmente llama por teléfono y dice: ‘saquen la estatua del Che’. Esa decisión permanece para siempre, como un mandato que se sucede hasta hoy. Entonces me metí en el tema de investigar, de reflotar este caso: quiero que la estatua salga en muchos medios, quiero que se conozca la historia del escultor Praxíteles Vázquez. Puede pasar que llegue un gobierno fanático, en este caso una dictadura, y que tome decisiones como sacar una estatua. Pero cuando vuelve la democracia, nadie la reclama ni dice nada”, explica el autor de la trilogía de no ficción Periodismo cash, que incluye los títulos La vida de una vaca, Niños futbolistas y Un dios portátil.
Extirpar el pasado guevarista
-Por el estado de terror que generó Pinochet con el golpe era lógico que nadie se atreviera a reclamar por la estatua del Che. Tanto el intendente como el artista se tuvieron que exiliar. Pero una vez que volvió la democracia, ¿por qué el partido socialista no intentó recuperar esa estatua?
-La derrota fue tan grande, sobre todo la derrota de Praxíteles y del alcalde, Tito Palestro, que la realización de ese primer monumento al Che en el mundo fue eliminada de la historia del partido socialista. San Miguel era un territorio de un clan familiar y político, los Palestro, que estuvieron durante doce años en democracia; pero no hay nada que recuerde a ese tío que organizó la primera estatua del Che, que fue el alcalde. ¿Por qué? Porque él intentó convertir a San Miguel en un territorio guevarista y la izquierda chilena trata de ocultar ese momento. Hay muchos novelistas que dicen “mi personaje no tiene nada que ver conmigo, pero está inspirado en mí en tal cosa”. En este caso fue al revés: Juan está haciendo la investigación y de repente decide él hacer una denuncia. Y yo digo: “oye, ¡qué buena idea!”. Me inspiré en el personaje y fui a hacer la denuncia. Nunca pensé que me iban a decir que es la primera denuncia que hay porque nadie lo había hecho, ni los familiares del artista, ni el partido socialista, ni la municipalidad. Ese Che de bronce, en términos de arte político de los 60 y 70, es súper importante. Es la primera estatua del Che en el mundo. Pero nadie la reclamó, como si no existiera.
-¿El partido socialista, en democracia, intenta extirpar su pasado guevarista?
-Sí. Una semana después de que asume Allende, el mismo partido pone un Che Guevara de diez metros, a veinte cuadras del Palacio Gobierno. La obra sufrió varios atentados; la dinamitaron varias veces. Al final la decapitaron, le pusieron un collar de explosivos. Pablo Neruda hizo una colecta para juntar dinero para volver a poner la cabeza al Che. Y todo eso desapareció. Hasta Fidel Castro la fue a visitar. La primera vez que Fidel Castro vio el Che convertido en un monumento fue en Chile. En Cuba el primer monumento que se hizo el Che fue a fines de los 80. En Argentina se hizo en los 2000. En Chile se empezó a hacer en el 69 porque había un fervor por la revolución muy grande, incluso en gente que no era de izquierda. Por ejemplo, antes de Allende, el presidente fue Eduardo Frei, de la democracia cristiana, un partido de centro. El eslogan de campaña de la democracia cristiana era “Revolución en libertad”; le ponían un apellido, pero la palabra revolución tenía que estar sí o sí. Todo ese momento revolucionario me interesa porque siento que nadie se está haciendo cargo ahora.
De tatuajes y rebeldías
En Revolución se propone repensar a Guevara como una figura que va mucho más allá de la carga partidaria que podría tener hoy. “El Che me interesa por lo que puede representar. En el libro menciono el caso de un jugador de Boca, el chileno Gary Medel, que tiene un tatuaje de Guevara. En un entrenamiento, le preguntan; “Gary, ¿te hiciste el tatuaje de Che?”. “¿Quién es el Che?”, pregunta Gary. Él no sabía quién era, se lo hizo por Maradona, pero en el fondo le interesa ese espíritu rebelde”, plantea el escritor chileno, cuyos libros han sido traducidos al francés, alemán, inglés, italiano, portugués, holandés y polaco.
-Aunque muchos no sepan quién fue el Che, pareciera que algo de la rebeldía les llega igual, ¿no?
-Sí, ahora que han pasado tantos años recién se puede empezar a abordar eso. Todavía cuesta que no te digan que era “una máquina de matar” y todas esas cosas. Ya hay una generación, y sobre todo las personas que nacimos después que lo mataron, que lo puede analizar. Si tú vas a un buscador y pones “Che Guevara”, más de la mitad de las cosas que salen tienen que ver con que a alguien le dicen “ese se cree Che Guevara”, alguien que va a luchar por sus ideales y en realidad es un pinche funcionario de no sé qué. Cuando contaba que estaba escribiendo un libro del Che, mucha gente me decían: “¿Del Che, pero por qué ahora?”, como si ya hubiera pasado de moda. No quiero empujar a nadie más, pero siento que tenemos que visitar la importancia de la revolución en todo lo que nos formó.
La revolución derrotada
-Pero la revolución parece una palabra que está olvidada en un baúl lleno de polvo, que forma parte de un pasado lejano y que no está en el horizonte.
-La palabra revolución suena muy ridícula porque nos han convencido de que lo que importa son los proyectos individuales. El otro día leí que hay una apuesta muy fuerte a Kafka como escritor; es un autor para gente que está sumida en una burocracia, que encuentra respuestas individuales, que se quiere salvar a fin de mes y que todos los días tiene la pesadilla de que se va a despertar convertido en un escarabajo. Ese es el mundo en el que estamos ahora; no hay una solución colectiva. Es tal la alienación que en el fondo cualquier concepto de revolución se ve como algo imposible. De hecho, se ha instalado la idea de que la revolución está derrotada ciento por ciento.
-“No hay que cambiar el mundo, hay que aceptarlo como es”, podría ser el lema de estos tiempos...
-Sí, hay que aceptarlo como es y tratar de vivir tu vida individual con lo que te toca.
-Juan dice que “la explotación del Che es la gran vergüenza del capitalismo, aunque nos quieran decir lo contrario”. ¿Estás de acuerdo con lo que postula el personaje?
-Estoy de acuerdo, pero una vez que lo dijo él. No estaba de acuerdo antes porque ni siquiera me lo había cuestionado; es increíble cómo al final ganó el capitalismo porque se venden todas las cosas del Che. Uno de los que estuvo en la brigada que mató al Che se llevó un mechón porque pensó que después lo podría vender por mucha plata. Alguien que piensa eso automáticamente frente a un cuerpo muerto está destruido por el sistema. Pero vendió el mechón a otro que lo dividió en dos partes para ganar más, una cosa macabra. La derrota del capitalismo va a venir del propio capitalismo. Ya está pasando. El sistema está hipertrofiado. Vivimos en un sistema que nos dice que tenemos que salvarnos por nuestra cuenta. Falta un poco de humanidad, aunque pueda sonar ingenuo.
El trauma de la dictadura
El escritor chileno confiesa su admiración por el poeta chileno Enrique Lihn (1929-1988), que escribió un poema titulado “Elegía a Ernesto Che Guevara”, incluido en su libro Escrito en Cuba. “En la fantasía de mucha gente el Che es alguien que puede aparecer por la puerta y pegarte un balazo; todavía lo ven como un peligro -afirma Meneses-. En más de un medio de Chile me dijeron: “¿por qué tienes que traer estos problemas?” ¿Cómo va a ser un problema el Che? Todos crecimos con el tema de la revolución en la cabeza. ¿Cómo no lo vamos a poder abordar si es parte de nuestra historia?”.
-Si todo buen guion es una exploración de eso tan primitivo como comercial que es el miedo, ¿qué explora una buena novela?
-Yo vengo de la no ficción, de escribir libros más periodísticos. Toda la no ficción aborda un problema. Hay tráfico de niños; entonces voy a escribir un libro de niños futbolistas. La novela tiene que abordar un trauma. Acá hay un trauma concreto que tiene que ver con el olvido, con hacer desaparecer algunas historias que fueron importantes, hacer desaparecer una estatua de bronce que nadie reclama. El trauma de la dictadura es algo que descubrí escribiendo novelas. No pude escribir nunca de mi país, de la dictadura, desde la no ficción, porque para mí no era un problema. Pero me he dado cuenta de que era parte de un trauma y por eso lo he podido abordar desde la ficción. Hay un tema que obviamente no he terminado de resolver: no puede ser que de la única manera que pueda hablar de Chile sea desde la ficción.
-El hombre que en la novela se llama Marambio y se comunica para decirte dónde está la estatua del Che, ¿existe?
-Sí, nuevamente siento mi conexión con Tomás Eloy Martínez, que es un escritor que siempre me gusta citarlo porque lo admiro mucho y lo conocí. Él había escrito en sus libros que lo llamaban y le hablaban para aportarle datos. Y es increíble cómo eso termina pasando, porque hay mucha gente que está olvidada de la historia, que te ve dando una entrevista o hablando y te llama y dice: “oye, yo sé realmente lo que pasó”. Es cierto que una persona me escribió por Instagram para contarme lo que sabía y yo mezclé algunas cosas que sabía, que muchos exrepresores tienen supermercados para mascotas. Yo creo que desde la ficción se puede avanzar en el periodismo. De hecho unos jóvenes universitarios hicieron una campaña en la que se preguntan dónde está la estatua del Che a partir de la novela. Yo mismo hice la denuncia, vamos a ver qué pasa, si avanza.
Los trofeos de guerra
En Revolución, la novela de Juan Pablo Meneses, un exmilitar llamado Marambio, el personaje que se comunica con Juan, el guionista, descarta que hayan destruido la estatua del Che que hizo Praxíteles Vázquez. Y sugiere buscarla en dos lugares: en algún rincón de FAMAE, un depósito de chatarra militar y secretos castrenses, el mismo lugar donde estaría la estatua de tres metros que Augusto Pinochet mandó a hacer en París; o en la piscina semiolímpica de la Escuela de Infantería, según otra versión, porque en el hoyo de esa piscina metieron muchas cosas que querían esconder. El escritor revela que no están buscando la estatua en Chile ahora mismo. “Hay una cosa todavía más simple y previa que no hicieron. El Consejo de Monumentos Nacionales es un órgano que por ley recibe las denuncias y dentro de su consejo tiene representantes de la ciencia, de las universidades y de los militares, porque muchas de las estatuas son de militares. No se le ha preguntado a ese representante militar, en las reuniones del consejo, ¿qué pasó con la estatua del Che? Podría eventualmente decir lo llevamos y lo fundimos. O voy a preguntar. Pero no ha habido el coraje para preguntar. Eso es bien brutal, ¿verdad? No era tan fácil fundir la estatua por el tamaño. Como es un trofeo de guerra, los trofeos de guerra nunca se destruyen. Eso es lo que me dijeron varios militares”.