Propongo un ejercicio: mientras estemos viajando en algún transporte púbico, observemos a las infancias. Cuando estemos en un café o restaurante, observemos a las infancias. Seguramente lo primero que vamos a notar es que están con un celular en sus manos. Quizá, tengan algo de casuística estas muestras no representativas que llaman tanto la atención. Entonces hagamos otro ejercicio. Detengámonos en diferentes esquinas a ver pasar los autos. También allí observamos una tendencia: quienes conducen, lo hacen con el celular en la mano. Por supuesto que no se puede generalizar, pero el consumo creciente de contenidos digitales y uso de dispositivos electrónicos se incrementa día a día en diferentes grupos etarios.

Ahora bien, ¿qué sucede con las infancias? Según el informe que realizó SomosLabi  el 46% de niñxs entre 6 y 9 años ya usan celulares”, “el 19,2% de las familias no saben que redes sociales usan sus hijxs entre 6 y 9 años con más frecuencia” y “el 23,3% de las familias tampoco saben cuánto tiempo usan las redes sociales”. En simultáneo con la publicación de este informe, en Australia se estaba presentando un proyecto de ley para prohibir a los menores de 16 años usar redes sociales. Por estos lados del planeta, últimamente sabemos bastante de prohibiciones, y no porque comamos tierra, ni porque nos gusten las aventuras de alguna china. Más que prohibir, la pregunta que podemos hacernos es ¿qué sabemos sobre los efectos que tienen el uso del celular y las redes sociales digitales en las infancias? ¿estamos subestimando o ignoramos sus consecuencias a mediano plazo?

No resulta una sorpresa reconocer que las infancias -no todas, claro, pero tampoco son las excepciones- usan el celular para ir a dormir, van a pijamadas y llevan un celular, comen con el celular, viajan con el celular. El tiempo recreativo y de ocio parece estar mediado, en parte, por las pantallas. Mientras tanto, en otro tiempo, el escolarizado, se sigue debatiendo y generando proyectos sobre el uso del celular dentro delas instituciones educativas. Más allá de los debates, posibles regulaciones y propuestas de alfabetización digital para adultxs e infancias, nada bueno puede resultar si se siguen incrementando estos porcentajes sobre el uso del celular y las redes sociales digitales en las infancias.

También pisan fuerte los contra argumentos que hacen de la necesidad una virtud, “son niñxs de esta generación, no pueden vivir aislados”. Lo que se omite, lo no dicho, en esa refutación, es la imposibilidad de pensar algo distinto, “el celular como situación de hecho” parafraseando a un libro clásico sobre la televisión en los ´90. El uso que permitimos por acción u omisión, tiene consecuencias y no parecen ser las más beneficiosas. El aburrimiento, la paciencia y la frustración son emociones que nos atraviesan, aprender a convivir con ellas es la contracara de efectos sedantes y ansiosos que provocan las redes.

Desde diferentes disciplinas se está generando conocimiento sobre este tema, con más o menos matices, se advierte sobre los problemas y consecuencias que las redes sociales generan: ansiedad, irritabilidad, problemas de autoestima, etc. Podemos recuperar la pionera discusión entre “Apocalípticos e Integrados” en término del semiólogo Umberto Eco, para pensar la era de la digitalización actual y de las inteligencias artificiales generativas. Ya no se trata de un futuro distópico, sino una realidad que nos seda sin más.

Mejor pecar de apocalípticos a tiempo, que convertirnos en un sedado eterno.

* Investigadora CONICET y profesora UBA