Acompañada de un gran auditorio, entre los que estaban referentes del ámbito de los derechos humanos, la justicia y el mundo intelectual en general, se presentó este ultimo sábado el libro de Fabiana Rousseaux, Sueños y Testimonio, Inconsciente y discurso jurídico (La Cebra, 2024).

El hecho es un acontecimiento importante en un tiempo político que amenaza con la negación de los procesos de memoria y –ahora– con la censura de determinados libros; y esa relevancia viene dada como aporte para entender los nuevos mecanismos de control social que se montan sobre la subjetividad, a la vez que abre instancias de interrogación para practicar la resistencia y la transformación desde un lugar sumamente original.

Fabiana Rousseaux –que durante más de una década estuvo a cargo de la política estatal de acompañamiento a las víctimas/testigos en el marco del enjuiciamiento de los responsables de crímenes de lesa humanidad en Argentina–, demuestra en este nuevo libro que el ámbito de los sueños no deben ser descartados del registro del testimonio judicial. Lo hace a partir de tres casos (tres sueños concretos) cuya particularidad es haber entrado en el dispositivo de la prueba testimonial y haber sido por él provocados: incrustándose en el discurso del derecho penal.

–Testigo: todo el tiempo que estuve ahí, secuestrado, se escuchaba el peloteo de una pelotita de ping pong, como si alguien estuviera jugando, o fuera una grabación. No lo pude saber hasta muchos años después que volví de visita y el equipo arqueológico del “Club Atlético” que hace un trabajo maravilloso, me dijo que tenían una sorpresa para mostrarme: habían encontrado una pelotita de ping pong. Efectivamente la encontraron debajo de un montacarga. Desde ese día puedo dormir sin el ruido de la pelotita en la cabeza y apagando el velador que tenía que tener prendido, pensando que con el velador, se me iba a ir el ruido de la cabeza.

–Fiscal: ¿Usted durmió toda su vida con la luz prendida después de que salió del centro clandestino de detención?

–Testigo: En grandes épocas sí y con la pelotita de ping pong en la cabeza -el toc toc- hasta que vi la pelotita. Fue instantánea la terapia esa de… sí, fueron más de veinte años.

(Fragmento, Sueños y Testimonio, en la página 72)

A partir de ese registro judicial procede el mecanismo de análisis. Es el “ruido” de la pelotita –tal como la define el testigo– el que no cesaba de retornar bajo el modo de un sueño-pesadilla hasta que el dispositivo arqueológico y judicial puso en evidencia la pelotita real.

Es decir, soñar y testimoniar como actos subjetivos constituidos por una proximidad lógica, y el sueño, como portador de una verdad inconsciente y de marcas traumáticas, muchas veces desconocidas o ilegibles para el sujeto que sueña, que lo interpela tanto como los recuerdos que emergen en el contexto del dispositivo jurídico en el curso de un proceso judicial, como lugar de alojamiento y duelo.

Y esto tiene que ver con algo de “justicia poética”, como bien señala Luciola Macedo en el prólogo. Se trata de “… extraer los sueños del discurso jurídico, junto con la delicadeza y el rigor que implica ponerlos a trabajar, y la advertencia de que no se trata de interpretarlos, ya que estos relatos tuvieron lugar durante conversaciones que se desarrollaron en el contexto de una experiencia judicial y no de una experiencia analítica”.

Fabiana Rousseaux

Como buena discípula del gran Fernando Ulloa, el libro de Rousseaux sigue la línea de su trabajo como nueva praxis que permita una comunicación más fluida entre el saber jurídico y el psicoanalítico, basado en la experiencia particular de los juicios de lesa humanidad, pero tranquilamente exportable a otros procesos donde la formulación del concepto “terror” como categoría clínica también tendría un vasto campo de aplicación. Me refiero a los procesos de trata de personas, violencias de Estado o víctimas de genocidios actuales, otorgando a aquellos que el terror ha enmudecido, mediante el juzgamiento y la inscripción de lo onírico en su despliegue, la restitución más viva de su voz.

En épocas anarcoliberales hechas de memorias que se pretenden sin legados, o –acaso– de destrucción de esos legados simbólicos en tanto archivos, los actos intersticiales se convierten en éticos (Jorge Alemán, dixit), pero también en políticos. Aquello que técnica y algoritmo intentan desechar del tiempo pasado como borramiento selectivo de resistencias puede ser –paradójicamente– resistido.

Por eso el análisis de la figura del testigo en los juicios resulta crucial para el tiempo que vivimos, ante la necesidad de mantenerlas más vivos que nunca en este presente, como si fuera un elemento dinamizador en medio de una disputa política que lo excede, pero que –a su vez– lo contiene. De ahí la importancia de analizar esa forma de la voz como emergencia de algo fuera de lugar, que de golpe se despierta y metamorfosea, recuerdo que relampaguean en ese instante de peligro.