El Museo Picasso de París es uno de los espacios culturales más destacados del mundo dedicados a la obra de Pablo Picasso, una de las figuras más influyentes del arte del siglo XX. Resguarda un vasto conjunto de pinturas, serigrafías, cerámicas, esculturas y documentación del célebre pintor español. Más de 5.000 piezas que abarcan todas las etapas de su carrera, desde sus primeras obras del periodo azul y rosa, hasta sus innovaciones en el cubismo, el surrealismo y su producción tardía. Entre las obras más emblemáticas sobresalen Autorretrato (1901), Las bañistas (1918) y El hombre del cordero (1943).

La institución conserva también objetos personales y obras de otros artistas -como Cézanne, Degas y Matisse- que formaban parte de su colección privada, y que ayudan a contextualizar las influencias y relaciones artísticas de Picasso.

Este museo tomó como sede el “Hôtel Salé”, un palacio barroco ubicado en el barrio de Le Marais, pleno centro de París. El edificio histórico fue construido a mediados del siglo XVII para Pierre Aubert, recaudador de impuestos sobre la sal, razón por la cual adquirió el nombre de Salé (salado). Con el paso del tiempo, el edificio tuvo múltiples usos. En 1968, la construcción fue adquirida por la ciudad de París y declarado monumento histórico: un lugar ideal para albergar una colección de arte tan significativa.

El proyecto de un museo dedicado exclusivamente a Picasso surgió tras su muerte, en 1973. En aquel momento, el gobierno francés implementó una ley conocida como "dación en pago", que permitía saldar impuestos de sucesión mediante la entrega de obras de arte al Estado. Los herederos de Picasso optaron por esta modalidad y entregaron una extraordinaria selección de obras del artista. Luego de realizar importantes trabajos de restauración y adaptación para convertirse en un espacio expositivo, el museo abrió sus puertas al público.

El museo, además de preservar y celebrar el legado de un artista cuyo impacto trasciende fronteras y generaciones, se dedica a organizar exhibiciones temporarias y actividades que establecen un diálogo entre otros artistas, la obra del malagueño y la arquitectura.

La capilla forma parte de la historia del Palacio Salé. Las familias nobles solían incluir oratorios en sus residencias, que no solo cumplían una función religiosa, sino también denotaban el estatus social de sus propietarios. A medida que el edifico fue adquirido para diferentes propósitos, la capilla perdió su función original. Se fue adaptando a las necesidades del momento. Pero luego de que el edificio fue declarado monumento histórico, la capilla fue restaurada y puesta en valor.

Teniendo en cuenta el objetivo del museo de fomentar nuevas interpretaciones y ampliar lecturas posibles, se convocó a Guillermo Kuitca para realizar una gran obra en la capilla, con la estética que el argentino desarrolló a partir de la 52ª edición de la Bienal de Venecia, en 2007, en la que cita el cubismo.

En aquella oportunidad, la bienal se tituló Piensa con los sentidos, siente con la mente” y planteó una reflexión sobre las tensiones entre percepción, memoria y conceptualización. Este marco temático se alineó perfectamente con las inquietudes centrales de Guillermo Kuitca, quien explora las intersecciones entre lo físico y lo emocional, lo colectivo y lo individual, a través de su particular tratamiento del espacio y la cartografía. El prestigioso Ateneo Veneto, una construcción también del siglo XVII, ofreció un espacio adecuado para que Kuitca presentara una selección de obras que sintetizaban las preocupaciones conceptuales de su práctica, al tiempo que introducían nuevos desarrollos en su lenguaje visual.

Pinturas de casi cuatro metros, montadas sobre paneles revestidos en cuero negro, convivían con la arquitectura que se caracteriza por sobrecarga de ornamentación, la abundancia de relieves y frescos, como si fuera una gran puesta teatral. Esos trabajos mostraron por primera vez un lenguaje inspirado en el cubismo, que.

Desde aquella Bienal de Venecia, en junio de 2007, Fabián Lebenglik escribió para este diario: “Se trata de cuatro pinturas que homenajean tanto el cubismo analítico de Braque y Picasso, como las pinturas de Alfredo Hlito y Lucio Fontana, entre otros. Son obras desconcertantes, que rompen con el camino que Kuitca venía recorriendo hasta ahora y tal ruptura es del todo pertinente para el contexto de la Bienal. Un cambio fuerte, sin dejar de ser esencialmente pictórico, en un marco que no podía ser más notorio. Los múltiples segmentos que dividen pequeños planos en cada tela juegan con la luz y el contraste hasta la obsesión y el detalle. También podrían funcionar como autocitas en clave cubista de las plantas y proyecciones de planos de departamentos característicos de una larga serie de pinturas del artista.”

Volviendo a la intervención que Kuitca realizó para el Museo Picasso, el edificio le propone una escenografía perfecta para esta presentación: luego de subir una majestuosa escalera de mármol y atravesar salas donde abundan las arcadas y los detalles decorativos con algunas de las más renombradas obras del maestro español, nos recibe un imponente y colorido mural del artista argentino que ocupa el espacio interior de la capilla con formas angulares fragmentadas, líneas que se entrecruzan y pliegues en el espacio. Estas referencias al cubismo de principio del siglo XX, se mezclan con otros elementos de su gramática como los planos arquitectónicos, las camas, y la noción de espacio como una metáfora de la psique humana.


“La Chapelle” involucra al espectador como participante activo. Kuitca crea un entorno inmersivo que invita a la introspección, pero también a la interacción. Al recorrer la capilla, el visitante se convierte en parte de la obra, proyectando sus propias memorias y emociones en las superficies intervenidas. En algunos tramos de la pintura aparecen espacios en blanco que invitan al silencio y la meditación.

Este trabajo recuerda a las tres salas circulares que contienen las ocho inmensas composiciones de los Nenúfares de Claude Monet en el Museo de la Orangerie, considerado por André Masson “La Capilla Sixtina del Impresionismo”. El pintor parisino le ofreció estas extraordinarias obras producidas en el entorno natural de Giverny al Estado francés al día siguiente del Armisticio del 11 de noviembre de 1918, como símbolo de la paz. El público suele quedar maravillado ante estas majestuosas pinturas, que los conecta con lo trascendental. Al igual que la capilla de Kuitca, la noción de lo sacro resuena como algo que no pertenece exclusivamente a un ámbito religioso, sino que es parte de la experiencia humana. El arte se presenta como el nuevo lugar de reflexión y espiritualidad.

En esta obra de Kuitca lo sagrado se redefine como un espacio de comunión entre el arte, el espectador y el entorno.

* Licenciada en curaduría y gestión de arte. La obra de Kuitca en la capilla del Museo Picasso de París estará exhibida hasta fines de 2027.