Muchos años han pasado.

En silencio se desvive,

se marchita, atormentado.


“¿Es poeta quien no escribe?”,

el Fotógrafo lo indaga.

“¡Nada ya te lo prohíbe!”.


El Poeta aquí naufraga,

sin noticias de su oficio.

Mas la mente no se apaga.


Y su Esposa, ese desquicio,

lo conoce, tanto duele,

pero entiende el sacrificio.


“Tu insistencia mal me huele”,

Sé que vienes del palacio,

su fragancia nos repele”.


Su amigo surca el espacio

y hace callar al coplista.

“¡Cautela! Aunque seas reacio.


¿Qué más quisiera un artista

que vivir de su buen arte?

¿Para qué ser tan purista?


¡Entonces múdate a Marte!

Si buscas mundos perfectos,

El nuestro aquí ha de frustrarte”.


“Mientras sirva mi intelecto,

tenga valor, fe, cordura

y confíe en un proyecto:


no escribiré en dictadura;

que en informes y sentencias

gasta su literatura.


Cuidaré de la indecencia

a mis gemas más preciadas:

Mi esposa y mi disidencia”.


Sus posturas enfrentadas

al combate dan respiro.

Callan y apartan espadas.


Mas ahora, como un tiro,

va el amigo hacia la Esposa.

“¡Maldice tú este retiro,


no seas guardiana celosa!

Eres su causa y razón,

mas nunca su única diosa.


Lo ama toda la nación,

aquí no caben las dudas,

incluido aquel Gran Patrón”.


La Esposa, sí, queda muda.

Pensativa, pues no ignora

que mal actuar la hará viuda.


Diáfana como la aurora,

en su socio ella confía

Hasta las últimas horas.


“Sin libertad no hay poesía”,

Urge el poeta, iracundo.

“Muerta en mí, muerta en el mundo,

Le dedico esta elegía”.

“El Poeta sentencia que la poesía ha muerto” (Elegía) es un poema de Guido Segal incluido en el volumen Sentencia de muerte (en treinta formas poéticas), que acaba de publicar Interzona. Segal abre el prefacio con estas palabras: “Este relato en verso jamás hubiese existido sin Juan Forn. A él y sus columnas en la contratapa del diario Página/ 12, luego recopiladas con criterio geográfico- cronológico en el libro Yo recordaré por ustedes, debo el descubrimiento de Ósip Mandelstam”. El Poeta de este poema, es, desde luego, Mandelstam.