En un principio, fueron los curas gays. En efecto, una de las primeras novelas latinoamericanas homoeróticas centradas en la voluptuosidad entre varones es “Pasión y muerte del cura Deusto” del escritor chileno Augusto D’Halmar (1882-1950). Escrita en Madrid en 1920 y publicada por primera vez en Berlín en 1924, “Pasión y muerte…” narra la historia del deseo de un cura vasco, Ignacio Deusto, por Pedro Miguel, un adolescente rubio de piel aceitunada y sangre gitana al que conoce cuando es destinado a una parroquia en Sevilla y del cual termina apasionadamente enamorado cuando el adolescente deviene apuesto joven.
Una de las particularidades de la novela es que, si bien tiene el clásico final trágico reservado por largos años para los amantes varones en la ficción literaria, la muerte del protagonista no aparece como un castigo divino por haber amado a un hombre, sino, por el contrario, por no haber cedido a los impulsos amorosos. Hacia el final del relato, sabiéndose enamorado del cura, Pedro Miguel decide abandonar la ciudad y cuando se despide del sacerdote en la estación, el tren que lo aleja de Sevilla es el mismo que atropella al clérigo. Así, en cierta forma subversiva, “La pasión …" sugería la necesidad de obedecer a los instintos sexuales frente al discurso represivo de la religión.
Por supuesto, antes y después de D’Halmar, hubo diferentes curas en la ficción mundial. Los hubo detectives como el Padre Brown en la saga de novelas de Chesterton, lo hubo proclives o sospechosos de crímenes en muchas de las novelas policiales de Agatha Christie, los hubo perseguidos y camuflados como el aquel relato de Félix Luna, "Cura sin sotana (1961)" ambientado en pleno conflicto de Perón con la Iglesia (y que aprovechan el camuflaje para romper los votos de castidad)… O perseguidos y borrachos como el "Padre whisky" de "El poder y la gloria" (1940) de Graham Greene. Los hubo inclusive agnósticos como el inolvidable y bondadoso párroco de la novela de Miguel de Unamuno "San Martín Bueno, mártir" (1931), que, en sus dudas existenciales encuentran su santidad.
Los hubo atractivos y plenos de deseos sexuales reprimidos como “El padre Sergio” (1890), aquel muchacho noble y rico ideado por León Tolstoi que se desprende de sus bienes y deja a su prometida pocos días antes de casarse para tomar los votos y buscar la santidad en la soledad, la castidad y el ascetismo. Hubo otros tantos, potencialmente pedófilos, como los que narró Roger Peyrefitte en su novela “Las amistades particulares (1943) o pedófilos sin ambages como el padre Manolo (Daniel Giménez Cacho) de la película “La mala educación” (2004) de Pedro Almodóvar.
O el padre Greg que enamoraba y abandonaba adolescentes en la novela "Tantos angelitos" de Juan Cortázar (2012). También los hubo lisa y llanamente malvados como el abate Pradst de "La ciudad en donde el príncipe es un niño" (1958). En la obra de teatro escrita por Henry de Montherlant, el religioso enamorado en secreto, decide expulsar al apuesto y rebelde estudiante André Servais del colegio católico que preside para separarlo de su enamorado compañero de estudios.
Hubo seminaristas que, como Javier de la novela "Los putos" (2008) de José María Gómez, tuvieron epifanías en sórdidos baños de estación de trenes y, cómo él, probablemente se arrodillaron frente a varones rubios, de ojos azules y labios gruesos, tan hermosos que evocaban apariciones de Cristo encarnado. Hubo padres, que como en la historia de los carmelitas de Bosnia de "La habitación de al lado" (Almodóvar, 2024) prefieren hacer el amor (con varones) y no la guerra. Pero, nunca, antes y/o después, hubo una novela que sugería que, para sobrevivir, era mejor ceder y dar rienda suelta a los deseos que la sociedad prohibía. Por eso y por otros tantos motivos, “La pasión del cura Deusto” es una novela del orgullo gay.
Tampoco se puede olvidar en este recuento de orígenes fundantes literarios disidentes y sacros, que una de las primeras novelas gays de habla hispana fue escrita por un sacerdote recién ordenado. De varios maneras, el español Pedro Badanelli (1899-1985) supo unir en su vida y obra el amor a Dios y el amor a los muchachos. Nacido en Cádiz, Badanelli estudió derecho primero y luego se ordenó sacerdote para cumplir los deseos maternos.
Más pronto que tarde comenzó a reunirse con círculos literarios maricas que incluían figuras tales como Jacinto Benavente y Álvaro Retana. En 1929, cuando ya había tomado los hábitos, publicó "Serenata del amor triunfante", una novela que cuenta un triángulo amoroso entre una joven, su hermano y un hermoso marinero, que es deseado por ambos. La novela termina con final trágico: enterada de la pasión que arrastra a su hermano, la mujer asesina a su novio.
Curas de almanaque
También hubo curas que hicieron las delicias onanistas de generaciones. Fue el caso del Padre Ralph de Bricassart encarnado por el actor gay Richard Charmberlain en la miniserie “El pájaro canta hasta morir” (1983) basada en el best seller de la escritora australiana Collen Mc Cullough de 1977. O el padre Udalislao Gutiérrez interpretado por Imanol Arias en la plenitud de su sensualidad en “Camila” (1984).
Si bien, no se trataba de historias gays tanto “El pájaro canta hasta morir” como “Camila” narraban amores prohibidos y condenados por la sociedad en las cuales los gays podían verse reflejados y espejados. A su vez, ambas producciones se recreaban de manera inusual en el cuerpo de los varones. Difíciles de olvidar para la memoria erótica son las escenas en las que Udalislao-Arias se masturba o se autoflagela la espalda desnuda para castigar su sed carnal por Camila O´Gorman o en las que Chamberlain vive sus días de amor sexual junto a su adorada Meggie en las paradisíacas playas australianas de Matlock Island.
En “Yo confieso” (traducida en Argentina con el sugestivo título “Mi secreto me condena” de Alfred Hitchcock en 1953) se da una triste paradoja: un bello actor gay, Montgomery Clift, interpreta a un sacerdote acusado de un crimen que no cometió. Ambos, personaje y artista, sufren el mismo drama: no pueden hablar y son víctimas de sus silencios. Uno, porque si bien sabe el nombre del asesino lo averiguó bajo el sagrado sacramento de la confesión. El otro, porque, para la época su pasión es catalogada como el amor que no osa decir su nombre.
Otro que supo vestir los hábitos y hacernos olvidar con su belleza angelical (aunque humana demasiada humana) la doble moral de su personaje, fue Gael García Bernal en "El crimen del padre Amaro" (Carrera, 2002). A principios del siglo XXI el sacerdote mendocino Andrés Gioeni escandalizó al ámbito local cuando, casi sin solución de continuidad, se despojó de los hábitos, posó prácticamente desnudo en revistas eróticas, escribió sus memorias tituladas "Lucifer. ¿Ángel o demonio? De sacerdote a modelo gay" y fue el sex symbol protagónico de una versión teatral del clásico "Rocky Horror Show" .
Sin pretensión de exhaustividad, también hizo historia la película “Priest” (la película de Antonia Bird de 1994 traducida en Argentina como “Actos privados”) en donde el musculado Linus Roache da vida al padre Greg Pilkington, un sacerdote que cede a los deseos voluptuosos -y luego al amor- por un muchacho al que conoce en un bar.
La película da cuenta de la hipocresía social de una pequeña comunidad de Liverpool que tolera la situación de un veterano sacerdote que tiene mujer, pero que escracha a Greg por tener un amante varón. Y, en esta listado, tampoco podemos olvidar que, a la vez que Nicholas Alexander Chavez, Miguel Ángel Silvestre, otro actor cuyas carnes parecen hechas más para el sacrilegío que para administrar sacramentos, se pone en las pieles del muy particular sacerdote Simón Antequera en la serie de suspenso "Los enviados" que se emite por Netflix.
Nace una nueva estrella en sotana
Con su rol del padre Charlie Mayhew en “Grotesquerie”, el actor Nicholas Alexander Chavez se inscribe en una tradición homoerótica y termina de consumar su vínculo con la comunidad gay al encarnar a otro varón vestido de sotana capaz de encender los más oscuros deseos y literalmente toda la pantalla.
No se trata de que en el nuevo serial de suspenso y terror de Ryan Murphy, Charlie sea un religioso gay, pero sí al menos curioso y potencialmente gay. Por un lado, en una versión yanqui de la novela local “Esperanza mía” (la producción de Polka del 2015 donde Mariano Martínez devenido sacerdote cumplía el sueño de todo gay que se precie de tal: acostarse con una Lali Espósito metamorfoseada en falsa novicia rebelde), el objeto de los deseos sexuales del religioso parece ser sor Megan (la monja interpretada magistralmente por Micaela Diamond). Pero, por otro, en la materialización de sus deseos más oscuros Charlie viste unos sensuales suspensores que dejan al descubierto sus bien redondeado y delicioso trasero.
A su vez, Charlie está tan informado de la cultura religiosa como de la cultura gay. Conoce tan pronto los versículos de la Biblia que condenan a la homosexualidad como los crímenes cometidos contra los gays en los años ochenta. Así, entre sus sermones abundan las alusiones a Sodoma y Gomorra y al Levítico y entre sus predilecciones fílmicas se encuentra un clásico homofílico y homofóbico: “A la caza” (“Cruising” de William Friedkin protagonizado por Al Pacino en 1980).
Por su parte, al tratarse de una ficción de Ryan Murphy, frecuentemente la cámara se detiene y se deleita obsesa en el torso descubierto y en los músculos de los hombros y la espalda de Nicholas Chavez. Culposo y ávido de sexo prohibido (que puede estar dirigido tanto a varones como a mujeres), el padre Charlie se metamorfosea en un joven que intenta infructuosamente desviar su lívido en el deporte extremo, en la masturbación o en el masoquismo de infringirse latigazos en su espalda. Ese perfil del personaje dan pie a escenas dignas de las mejores pinturas de Caravaggio, poses propias de los más sensuales San Sebastianes que hayan producido pintores y escultores de todos los tiempos o, aún más, recientes videos de propaganda porno gay.
En tiempos tan conservadores, puritanos, ultramontanos y mojigatos donde los mismos funcionarios que apelan a las fuerzas del cielo desprecian a la comunidad LGTBIQ+ afirmando despectivamente que hay "mucho sexo gay"... O que los periodistas se sienten en libertad de decir que "la sociedad no quiere ser villera ni tener padres putos" (dan ganas de retrucarle a la manera del Feinmann bueno que "Ser puto y ser pobre en la Argentina es ser Eva Perón"), se celebra inmersa en una trama de apocalíptico terror este festival orgiástico, orgulloso y subversivo de la carne y de los deseos prohibidos que evocan a la mejor tradición erótica.
No hay que olvidar que el "Satiricón" de Petronio no solo fue una novela que describía el desborde de los sentidos, sino también una crítica de la Roma de Nerón. Y el "Decamerón" de Bocaccio a la vez que, en el marco de la peste negra propiciaba el lema de "¡a coger que se acaba el mundo!", denunciaba al naciente sistema capitalista.
O, que en el Pier Paolo Pasolini de la saga de películas denominada "Trilogía de la vida" la alegría del sexo y de los cuerpos desnudos se contraponía al neocapitalismo salvaje. Al paradigma que falsamente se autodenomina libertario, le opondremos siempre la verdadera libertad de la sexualidad rebelde y anormal.
"Grotesquerie" de Ryan Murphy, Jon Robin Baitz y Joe Baken. Con Niecy Nash-Betts, Courtney B. Dance, Lesley Manville, Nicholas Chaves. Disponible en Disney +