Pocas veces se vio con tanta claridad el contraste entre lo que parecen ser dos Argentinas socialmente opuestas. En una de ellas, la de los que concentran la riqueza, hay una ruidosa fiesta y están lejos de querer ocultarlo. En la otra, la de la pobreza, parecen estar mirando esa fiesta por la ventana tratando de ligar alguna de las sobras. Dentro de este último grupo, a su vez, están los que creen que en algún momento mesiánico ellos también serán invitados, y junto a ellos, los que ya saben que ahí nunca los van a recibir.

En un solo día, en tres noticias, se puede ver con nitidez el país de la desigualdad: “Las grandes compañías argentinas más que duplicaron su valor desde que Milei ganó la Presidencia”, informa el ¿ex? Diario de los Mitre. Por otro lado, nos enteramos que se ha batido un récord: “diez meses consecutivos de caída de las ventas en los supermercados”. Y la tercera noticia que complementa las otras dos: “La mitad de los hogares con niños y adolescentes dejó de comprar carne y leche”.

La gran novedad que estamos viviendo no es el altísimo nivel de pobreza y desigualdad que transitamos, sino la evidencia de que se está normalizando. Si los grandes ganadores de este modelo están festejando a cielo abierto es por qué es exactamente aquí a dónde querían llegar, no muestran preocupación por que más de la mitad de los argentinos se están hundiendo, ya están hundidos. La novedad histórica es este quiebre social pensado como permanente.

En los últimos cincuenta años cada vez que los niveles de pobreza se dispararon por encima del 50%, lo que siguió fue una explosión social que terminó en crisis políticas que voltearon gobiernos. Las marcas notorias son el año 1989 con la hiperinflación durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y diciembre de 2001 con las marchas piqueteras y las asambleas barriales de clase media. Esas dos marcas nos dejaron la idea, muy arraigada, de que un gran deterioro social produce una gran reacción. ¿Qué pasa que eso no está ocurriendo? Esa es la pregunta que se escucha en todos lados.

Lo del consumo de leche es central. La caída es vertiginosa, hemos llegado a un consumo per cápita de 156 litros contra 194 litros con que cerró el 2023, y este año cerrara con el menor consumo de leche de la cual tengamos registro, lo cuál es tremendo teniendo en cuenta lo que la leche significa para la alimentación infantil. Si retrocedemos al año 2015, el consumo per cápita rondaba los 220 litros, lo que refleja cómo ha disminuido el poder adquisitivo de la población.

Sin embargo, las ganancias empresarias de las principales empresas lácteas ha repuntado de la mano de los mayores márgenes de gananacia y de la exportación. Al mismo tiempo que los tambos pequeños se están cayendo. Lo extraordinario es que de la mano del derrumbe de consumo de leche las compañías lácteas están logrando ganancias sorprendentes. Dos Argentinas.

En el país de la carne la mayoría no puede comerla. Mientras que en el periodo 1934-1938 la Pampa húmeda daba cuenta del 54.5% de las exportaciones mundiales de carne vacuna, en el segundo quinquenio de la década del cincuenta había caído a 35.9%. La debacle de las exportaciones argentinas de carne fue un proceso que abarcó la totalidad del periodo acompañando el ocaso de Gran Bretaña como el principal país importador de este producto. Mientras que en el primer quinquenio de la década de 1960 Argentina alcanzaba 26.8% del valor de las exportaciones mundiales, a comienzo de los años setenta su peso relativo había caído a 11.6%, para posteriormente representar sólo 1.3% del comercio mundial en 1975.

Los primeros registros oficiales de consumo de carne vacuna en la Argentina datan de la década de 1910, cuando la ingesta era de 56 kilos per cápita anuales. En la década siguiente, con un aumento muy importante en la producción, el consumo promedió los 78 kilos, con un pico de 96 kilos en 1923, año en que además se exportaron 723 mil toneladas. En las 2 décadas siguientes (1930/1949) el consumo se estabilizó en los 75 a 77 kilos para ascender en los años 1950 a los 92 kilos, con un pico extraordinario (récord histórico) de 101 kilos por habitante en 1955. A partir de ese momento comenzó a declinar. La década de 1960 promedió 81 kilos y en la década de 1970 los 78 kilos, con un pico de 90 kilos per capita en 1978, en plena liquidación ganadera. En 1980, el consumo bajó a 77 kilos y en 1990 a los 68 kilos (Notese que es el año de las hiper), reduciéndose el consumo a 64 kilo en la década de 2000. La década de 2010 mostró una preferencia de sólo 57 kilos por persona. En los últimos meses del año pasado, el consumo habría caído a unos 51kilos, Ahora estamos en 47 kilos, algunos quieren inferir que eso se debe a un cambio de pautas culturales en la población, pero sabemos que la mitad de las familias hace meses que no prueban un bocado de carne y es por falta de dinero no por una fiebre vegana.

Estamos batiendo récords históricos todos los días, nunca se había registrado una caída en los consumos alimenticios tan marcada durante tantos meses consecutivos.

Con estos datos tan negros ¿Qué es lo que se festeja? El Grupo Financiero Galicia, sólo en lo que va de 2024, obtuvo una ganancia de nada menos que 245% en dólares. Esto significa que quien tiene estas acciones desde principios de año más que triplicó su rentabilidad, mientras que con Bitcoin “apenas” duplicó. Otros bancos, como el Macro, ya acumulan ganancias de 200% en el año. Edenor se valorizó un 89%, es decir que los aumentos siderales de las tarifas eléctricas no responden simplemente a una quita de subsidios, directamente les aumentaron las ganancias.

El Merval es el índice bursátil más representativo de la bolsa argentina y debe su nombre al del propio mercado, el Mercado de Valores de Buenos Aires. Refleja el comportamiento de las 24 compañías más importantes del país. Tiene un valor base de 0.01 dólares a 30 de junio de 1986. Ahora está a 1950 puntos acercándose a su máximo histórico. El índice S&P Merval lleva 50 meses de recorrido alcista, con una ganancia de 426% en dólares. Lo mismo pasa con YPF que aumentó un 100 % su valor en Bolsa. El gran relato dice que si a estas empresas le va bien, nos va a ir bien a todos. Pero la realidad dice que mientras no paran de subir las cotizaciones de las corporaciones, las vaquitas son ajenas y la leche y la carne se ven de lejos.

Hay una fiesta, pero es para muy pocos.