Durante mucho tiempo cuestioné al psicoanálisis porque me parecía una forma de ver las problemáticas subjetivas como restringidas a lo individual, sin considerar sus determinaciones políticas. Esta mirada me acompaño durante algunos años, hasta que descubrí un pensador que me mostró otras facetas de Freud: León Rozitchner.

Para Rozitchner, hay una correspondencia entre el aparato psíquico y el aparato productivo. Piensa cómo se constituyó el primero, haciendo referencia a la formación del complejo de Edipo, puntualizando en el poder despótico que allí se erige, sometiendo al niño a la Ley del Otro, en este caso el Padre. 

La aceptación de la ley del padre, la integración del niño a la sociedad, no se da de manera pacífica. El niño libra, de manera imaginaria, una guerra contra la ley paterna que le prohíbe la satisfacción de su deseo (el incesto) amenazándolo con la castración. En esa guerra, el niño mata al padre, de manera imaginaria, para después sentir una culpa que lo someterá a lo largo de toda su vida adulta.

Freud también hablaba de lo que había sido, al comienzo de la historia, la horda primitiva, tiranizada por un Padre déspota, que le prohibía satisfacer sus deseos. En determinado momento los hermanos deciden rebelarse contra él y le dan muerte.

Ese duelo a muerte, en el caso del complejo Edipo, va a marcar el ingreso del niño al mundo adulto, su integración a la sociedad, y en el caso de los hermanos de la horda, el comienzo de la historia. Pero esa integración y ese comienzo se van a dar bajo las condiciones de un olvido, que no les permitirá recordar aquella guerra, y se tornará en angustia de muerte y culpa cada vez que en la historia cualquier sujeto individual o colectivo, quiera rebelarse contra un poder despótico.

La aceptación de ley despótica, como decimos, no se produce sin lucha a muerte. Ella sobreviene después de una guerra, cuando los vencedores le obligan a los vencidos a firmar un pacto, una tregua, en la que quedan estipuladas las condiciones del sometimiento que garantizarán los intereses de los vencedores. Así también nace, en el triángulo edípico, la conciencia, condicionada por la ley, que a la vez no tiene conciencia de sí misma, es decir de su nacimiento. El niño, antes de matar al padre, ya se identificaba con él (ideal del yo), de manera que darle muerte fue también como darse muerte a sí mismo. Y a la vez, en la vida adulta, cada vez que un sujeto quiera rebelarse contra la autoridad, sentirá lo que se ha llamado la angustia de muerte (amenaza de castración).

Clausewich afirmaba que la guerra era la continuación de la política por otros medios. Rozitchner va a decir, en cambio, que la política es la continuación de la guerra por otros medios. La paz que sobreviene después de la firma del pacto, será condicional, en la medida en que la crueldad, las muertes de aquella guerra, no se recuerden. A la vez, cuando los grupos sociales sometidos intenten cuestionar el sometimiento al que están sujetos, aparece otra vez la ley del déspota, desnuda, sanguinaria como siempre lo fue. Es lo que ha ocurrido con las dictaduras en América Latina, y en otras partes del mundo.

El sometimiento del niño que se produce en el complejo de Edipo, será el resorte sobre el cual se apoyará la dominación social del régimen económico y político de la vida adulta. Es decir, hay dominación en un régimen político y económico porque antes hay complejo de Edipo.

Freud pensaba, para analizar la subjetividad, en los regímenes de poder que se daban en las cárceles, en los manicomios, en los cuarteles, alguno de los cuales los llamó “instituciones artificiales de masas”. También podríamos pensar en el Estado y sus múltiples formas e instituciones que someten a la sociedad en la medida en que en cada sujeto está ya internalizada la ley del Déspota. Esa ley que en su origen determinaba la relación entre el Padre y sus hijos en la horda primitiva. Entre ellos había una cooperación, en distintos niveles de la vida (para cazar, para cultivar la tierra, para todo tipo de trabajo), pero esa cooperación quedaba oculta en la medida en que el déspota mantenía una relación vertical con cada uno de ellos de manera separada, y no con ellos de forma conjunta. Así se daba una expropiación del poder, de aquella realidad colectiva, y el déspota aparecía como la representación del todo.

En ambos casos se trata de la represión de un deseo, individual en el caso del niño, y colectivo en el caso de la sociedad. Ese deseo permanecerá reprimido, es decir, oculto en el inconsciente, y en la medida en que surja de nuevo, en la medida en que los sujetos y colectivos sociales vuelvan a tener conciencia de él, otra vez se desencadenará la guerra.

Hoy los cuarteles y las cárceles se han desintegrado y diseminado por todo el campo social. Ya no los vemos. Los que ya no lo soportan se quiebran, se desmoronan. Muchos acuden al psicólogo, y éste lo que intenta es reconstituir la ley despótica. Que se alce otra vez la ley del padre, que el deseo acepte las autoridades, para que el loco se integre otra vez en la sociedad, para que el anómalo vuelva a producir.

Tanto en el caso del dispositivo edípico, como en el caso del cuerpo social, el sometimiento se da porque la Razón tiraniza al cuerpo. En el caso del niño, será la ley del déspota que somete a sus pulsiones. En el caso de las clases sometidas, será la razón del Estado y del modo de acumulación los que someterán el deseo inorgánico y turbulento de las masas.

Podríamos decir que así como el niño, cuando le resurge la angustia de muerte, en vez de odiar o rechazar la ley que lo somete y prohíbe la satisfacción de su deseo, prefiere la autoagresión, también podríamos decir que los pueblos, en vez de elegir a sus representantes para emanciparse, prefieren elegir a sus opresores: gobiernos de derecha que suprimen derechos, que reprimen, que roban al mismo pueblo, sometiéndolos a deudas impagables.

La salud sólo podrá ser alcanzada políticamente, con la conciencia de los excluidos, que se unen registrando el deseo reprimido, y enfrentando a los poderes que obstaculizan su satisfacción. No habrá cura individual -nos dice Rozitchner- sin cura política. No habrá cura individual, sin revolución.

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