Desentierros, los libros que no heredamos implica de muchas maneras y todas especiales, a su directora, la rosarina María Julia Blanco. Historiadora, formada en la UNR -donde cumple tarea docente-, su documental es ópera prima, está dedicado al reencuentro con los libros que su padre, Joaquín Blanco, enterrara en los años 1975 y 1976, y fue seleccionado en la sección Panorama Argentino del 39º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. “Empezamos con el proyecto hace seis años, y no sabíamos a dónde nos iba a llevar. En aquel momento, el INCAA nos proponía que busquemos coproducción internacional, y estábamos en un contexto que empezaba a ser delicado en relación al cine. Atravesamos seis años difíciles para hacer películas, y con esas mismas dificultades, obstáculos y contradicciones, la estamos estrenando. Nos merecemos un Festival clase A, está buenísimo tener esta oportunidad, pero al mismo tiempo saber que no es el mejor contexto para festejar el cine”, comenta María Julia Blanco a Rosario/12.
-Que tu película diga lo que dice, en relación al ejercicio de la memoria y en el Festival de Mar del Plata, me resulta importante.
-Sí, yo creo que eso salva un poco las contradicciones. En definitiva, hablamos a través de lo que hacemos; en este caso, de la película. Es nuestra manera de intervenir en la cultura, en momentos en los que parece que leer está mal o que hay títulos que deberían estar prohibidos o que dedicarse a estudiar es una pérdida de tiempo. Todos estos discursos que nos están atravesando, son otras maneras de censura, diferentes a las que retomamos en la película en relación a la dictadura militar; pero siguen siendo contextos difíciles, para tener presente qué es lo importante y qué no lo es, cuando hacemos lo que hacemos.
-En este caso, te decidiste a buscar y desenterrar los libros de tu papá; una decisión que cifra muchas cuestiones.
-Bueno, fue todo un proceso interesante. La película retoma la cuestión de los libros que han sido enterrados y que forman parte de muchas de las memorias familiares más o menos compartidas; en épocas difíciles, tuvimos que quemar, esconder o enterrar libros. La particularidad de esta historia, es que son libros que fueron enterrados en San Gregorio, el pueblo de origen de mi familia paterna, donde vivía mi abuelo. Él fue uno de los que enterró los libros. Esa decisión, suponía la esperanza de que en algún momento iban a volver a leerse. Un poco retomamos eso, y cómo se enfrentó a la dictadura, la censura y el terror. Pero siempre quedó esta duda, la de por qué no los fueron a desenterrar. Hay una pregunta ahí, a esa generación, sobre qué pasó con esa experiencia. Un poco lo que buscamos explorar en la película es el diálogo intergeneracional, que también es un problema muy actual, y no solo intervenir en términos de querer desenterrar los libros, porque los libros, después de 40 años bajo tierra, ya no son libros. Quisimos ahondar en la post dictadura. Después de esa experiencia, ¿qué hacemos nosotros con esa herencia?
-¿Por qué la decisión de que fuera una película? Te lo pregunto porque vos no venís del cine.
-Fue una decisión quizás poco reflexiva, y tiene que ver con intereses múltiples. Pero había algo ya en la decisión de ir a desenterrarlos, acompañada de una cámara, para hacer algo audiovisual, desde el lugar de la experiencia del desentierro. Yo había leído el libro La biblioteca roja. Brevísima relación de la destrucción de los libros (de Tomás Alzogaray Vanella, Gabriela Halac y Agustín Berti), sobre una experiencia similar en Córdoba, o sea, un libro sobre el tema ya existía, y eso me dio ganas de explorarlo por este otro lado, para ir descubriendo también otro lenguaje, que me interesaba.
-¿Cómo te resultó esa experiencia, la del lenguaje del cine?
-Por un lado, hay algo hermoso del cine, que es trabajar con el tiempo. Yo soy historiadora, en términos de intereses originales, y la reflexión sobre el tiempo es algo que siempre me interesó; y el cine trabaja con el tiempo en términos de velocidades, de aceleraciones, de poner adelante lo que va atrás y viceversa; hay un montón de juegos en términos de cómo se puede pensar una narración. Después, fue un proceso de seis años de aprender de qué se trata esto con un equipo enorme de personas, a las que les debo un montón, pero también fue parte de lo que me interesó, en términos del trabajo colectivo que significa el cine.
-Tu papá estuvo a cargo de la Secretaría de Servicios Públicos de Hermes Binner, cuando fue intendente; y lograste rescatar material de archivo de aquellos años; quiero decir, hiciste visible otro problema: la precariedad del archivo audiovisual.
-Hay un enorme problema de archivo, no solo audiovisual, eso también forma parte de intereses en común, de pensar cómo registramos, qué guardamos y cómo lo guardamos. Un poco ahí la metáfora también juega con estos libros enterrados, que no quedaron ahí para ser conservados, sino que se fueron destruyendo; con los archivos audiovisuales y con los archivos en general en Argentina sucede lo mismo. Por suerte, alguien tuvo alguna conciencia en los ‘90 de querer registrar cosas que hacía la Municipalidad, y fueron pidiendo a distintos medios de la ciudad que les mandaran el material cada vez que aparecía un funcionario. Básicamente, fue una iniciativa de aquel momento que llega hasta acá, porque alguien quiso tener el registro audiovisual de lo hecho.
-Finalmente, la película es también un diálogo entre padre e hija; no de manera explícita, pero es algo que está dando vueltas.
-A mí lo que me pasaba es que no quería que sea otra película autorreferencial, en términos de que el interés sea la relación padre-hija, me pasaba de ir a algunas instancias de desarrollo, de work in progress, y discutíamos con otros colegas o interesados sobre si el tema es la relación intrafamiliar o si no lo es. Creo que son cosas difíciles de pensar, siempre; entonces, vale la pena explorarlas una vez más, suman a la narración. También hay cuestiones generacionales que tienen que ver con los silencios y los sobreentendidos, que son complicadas, pero me gustaba exponerlas. Es una exploración, eso es lo único que puedo decir, me parece que hay algo ahí interesante, que va más allá del tema de la película, pero que hace a las tensiones y también a buscar alguna comprensión.
Desentierros, los libros que no heredamos cuenta con guion y dirección de María Julia Blanco, producción de Agustín del Carpio y Pamela Carlino, montaje de Marina Sain, sonido de Lautaro Zamaro, asistencia de dirección de Esteban Trivisonno, postproducción de imagen de Alejandro Coscarelli, y color de Yami Brando.