Es una pieza para mirar, por su insistencia en el tiempo: entera en la calle, el cartel intacto y tan desvaído como el tiempo que pasó, no puede irse, abandonarnos.
La Librería Longo abierta en 1908 se conserva tal cual, es un edificio a proteger, una rara excepción a la regla demoledora de la ciudad , un objeto histórico cuyo interior y exterior está intocado, apenas pide restauración. La librería vive para que se la conserve como Patrimonio Histórico y Cultural de los rosarinos.
El que entró alguna vez, el que la frecuentaba, palpó el polvo de su vejez curtida defendida a muerte por su dueña. Coki la abrió hasta el último día de sus noventa y dos años con la misma responsabilidad de su padre, Alfredo Longo, cuando la abrió en 1908, en la calle Sarmiento 1173. Lleva ahí cien años y casi dos décadas, ahora Coki murió y la rondan las inmobiliarias.
¿Cómo hacerlas desistir enamoradas como están de calcular el cemento de cada metro cuadrado posible de quedar libre?
La construcción constante dentro de la zona céntrica de la ciudad, cuando no recurre a tumbar, recurre a remodelar, al “sincretismo”, una puerta de roble con molduras del siglo XIX abre a un hall de una torre con ascensores de acero veloces como el relámpago. Solamente queda la “ilusión benigna” (Wallace Stevens) y apostar a que todas las partes involucradas acuerden , tanto en el valor como en el destino.
En la librería Longo, si hay interés de parte del Estado, hay plata. Y si no, la salvarán los capitales de los filántropos rosarinos.
Con su entusiasmo y buenos números retendrán Longo, y con un poco más de entusiasmo por cuidar el capital histórico y cultural de su ciudad, las inmobiliarias y las empresas constructoras migrarán a barrios más alejados para desarrollar a gusto y piacere su deseo de innovación.
Librería Longo es la tatarabuela de las librerías de Rosario ¿A quién se le ocurre sacar de la caja vieja de las fotos viejas de la familia a los tatarabuelos con su ropa de otra época por ser demasiado viejos?
Las ciudades orgullosas de su cultura protegen incunables.
La librería Lello & Irmao, de la ciudad de Oporto en Portugal, se inauguró en 1906, en el número 114 de la calle Las Carmelitas, sigue ahí.
En Inglaterra la librería Hatchard, abierta en la ciudad de Londres en 1797 por John Hatchard, todavía aguanta en la famosa calle Piccadilly, en el número 187. John, activista contra la esclavitud, también fue editor.
En Buenos Aires, la librería Ávila, la más antigua de Sudamérica, abrió durante el virreinato del Río de la Plata, en 1785, e impactó a los habitantes alfabetizados del virreinato. Amparó el germen revolucionario de 1810, Belgrano, Moreno, Castelli, compraron ahí su Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del Marqués de Lafayette. Durante un bajón del siglo XX la librería se cerró, y una cadena de hamburgueserías quiso comprarla, pero apareció el librero Ávila. La librería cambió de nombre, la librería Ávila retomó y sigue firme en la calle Alsina al 500.
Ubicada en Burgos, la librería más vieja de España: Librería Hijos de Santiago Rodríguez, se fundó en 1850 en el número 4 de la calle Avellanos, su fundador Santiago se empecinó en luchar contra el analfabetismo de España. Su lema: La escuela redime y civiliza.
Claro que hay muchas otras librerías de larguísima supervivencia desparramadas por el mundo, pero en Rosario tenemos una.
A la librería Longo la frecuentó Alfonsina Storni cuando escribía poesía en las revistas rosarinas; Emilia Bertolé, que se demoraba en las revistas de pintura que no podía comprar. Musto y Schiavoni cruzaban el umbral con su aire absorto.
Las ciudades que no se duermen preservan sus lugares emblemáticos, cuidan con instinto visionario su pasado histórico y cultural.
El derecho a sobrevivir que se ganó con creces la librería Longo subraya su valor, valor que también se aprecia como un lugar posible para editoriales independientes, para sus libros y para lxs que los escriben, para abrir arriba una sala para muestras, para el bochinche de unas cuantas mesas de café donde quemar frustraciones y cocinar las ideas a fuego lento apenas nacen.
¡Larga vida a librería Longo!