“Abajo de la zapatilla tengo un tajo que me conecta con el centro de la tierra”, frasea Marttein con un calculado sentido del ritmo y también, con elegancia casi tanguera. Pero cómo es posible esa osadía si bajo la máscara de un rubio compadrito hay un chico que tiene apenas 23 años. Le gusta el tango, sí. Es fan de Roberto Goyeneche. También de Charly García y Federico Moura. O de una amplia constelación que incluye a Suede, los Rolling Stones o su amigo Astrosuka, un alemán llegado a Buenos Aires que le mostró toneladas de música industrial. A la vez, desde los quince se sumerge en las raves más alternativas y vuelve a su casa en zona norte, al lado de la cancha de Platense, con un botín de sonidos ácidos con los que experimenta en su habitación. Es posible que tenga una conexión con el centro de la tierra. O al menos, con un caudal de información subterránea que encuentra su lugar exacto en este cuarto disco llamado como él: Marttein. También, en la película del mismo nombre que subió a YouTube hace un mes y que ya acumula casi 60 mil visitas. Y en sus vivos que dejan en el aire un olor a sexo y azufre que sólo saben tejer los faunos. O los artistas que más temprano que tarde harán pum.
“No puedo saber si lo que hago te va a gustar o no porque sé que es muchas cosas pero no ‘lindo’. Pasa que tampoco vivimos en tiempos fáciles y mi música surge de un entorno que te dice que hagamos lo que hagamos, seremos un fracaso. Bueno, al menos hagamos un fracaso que te vuele la cabeza”, desafía Martín Olveira (este es su nombre real) cuando habla de la presentación de Marttein en Niceto. Actuará allí por primera vez y se muestra seguro de sí mismo. De hecho, decidió bautizar ese recital como “El único espectáculo que vale la pena” (sabe que sus recitales son descontrolados pero en verdad, cada parte lleva a cuestas un guión que él necesita, aunque más no sea para salirse del libreto).
Su nombre viene creciendo desde 2017, cuando lanzó su primer disco Antro como parte de una trilogía que completó con Guerra y Némesis (su madre logró la síntesis adecuada al decirle que esa música sonaba “como un bombardeo soviético”). Su EP Romántica, en 2021, lo situó como una referencia novedosa, andrógina y vagamente queer, cada vez más distanciada de compañeros de generación como Dillom (que participa en este nuevo disco), Trueno o Wos. En este nuevo disco, Marttein redobla la apuesta y da un salto más.
Se trata de nueve canciones que, con la estructura del pop clásico, se meten con el rock, el hip hop, la música electrónica o el tango. Parte del acierto al juntar tantas capas y salir airoso está vinculado a una doble articulación compositiva: las guitarras de su compañero de conservatorio Pedro Montivero (Marttein le dice “El Pepe” a secas) y los sintetizadores del rosarino Jeremy Flagelo. Además de Dillom (con quien fueron amigos en la infancia y hasta llegaron a tener juntos una pequeña banda llamada The Slots) y la artista pop Juana Rozas, también hubo otras colaboraciones. Por ejemplo, parte del disco fue grabado en el estudio de Lucy Patané. Y otra invitada estrella, que pone su voz en “El futurista”, es Mariana Enriquez: Marttein se enamoró de su narrativa con los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego.
“Le puse Marttein a este cuarto disco porque siento que ahora sí puedo decir que estoy acá”, cuenta un mediodía soleado en un bar de Recoleta. En Martín se adivinan rasgos de su alter ego: el pelo platinado, una campera de cuero parecida a la de Michael Jackson en “Thriller” y una gran locuacidad para hilar ideas. Hijo de dos abogados con militancia socialista, nació en Saavedra y se crió junto a su hermana mayor en una casa de Vicente López donde todo el tiempo sonaba música, desde Sandro hasta Joy Division o Sonic Youth. Comenzó a tocar la guitarra a los once años y luego ingresó al conservatorio Juan Pedro Esnaola porque, como le sugirieron sus padres, la única manera de ser músico era tomándose el asunto en serio. Además, en su familia, cada miembro aportó su gota de sangre artística y rareza: una abuela con oído absoluto que enseñaba piano y otra que sobrevivió a los bombardeos en Plaza de Mayo, el bisabuelo que jugaba a las cartas arriba de los ataúdes en su propia funeraria en Núñez y el abuelo que escribió libros enteros en lunfardo.
Quizás en esas historias lejanas haya que buscar algunos indicios de un disco cuya portada es Marttein mismo atado a la Pirámide de Mayo con un cielo color latón detrás. “Para mí es imposible eludir lo político y su oscuridad porque es parte del contexto en el que vivimos. Si hablo en una canción de un amigo que perdí o de un tipo grande que me quiso yirar a cambio de un whisky es porque mi realidad también es eso. De todos modos, las cuestiones íntimas y cotidianas tienen potencia política cuando son un posicionamiento pero no una etiqueta. Porque yo no quiero etiquetas: quiero que me escuchen”, insiste. En ese marco, las nueve canciones relatan un accidentado viaje del héroe con plena conciencia de que bajar es lo peor. “Al momento de concebir a Marttein, lo primero fue el sonido: que su voz no suene como la mía, que pudiera frasear de una manera rítmica y hablar a las chapas, sonar tanguero como un tipo grande o excitado de un modo casi infantil. Para eso fue necesario incorporar la actuación incluso en la grabación, llevar al estudio el show y la performance”, relata.
Si había una historia y había un personaje, era cuestión de tiempo que apareciera la idea de un film. Eso es lo que le propusieron los directores José Fogwill y Clemente Bruzzone luego de verlo en un recital. De allí surge Marttein: una película argentina. Filmada en bares, calles y tugurios de Avellaneda, allí se cuenta la historia de un pibe que se encuentra con todo tipo de personajes con los que no hay conexión posible (la imagen de Dillom como un dealer que cuenta plata adentro de un Renault es maravillosa). Hay referencia a películas icónicas de los noventa como Picado fino y también, una deliberada nocturnidad en esos planos secuencia que conectan una canción con otra. Marttein hace su magia en cada cuadro, convertido en un Joker demodé con camisa abotonada y zapatos, capaz de la fragilidad, la hermosura, el horror y el delirio mientras pasa la noche y se queda, literalmente, en calzones. Todo eso atraviesa su música como la única ruta a una redención posible o el atajo a un futuro distópico que ya llegó.
Marttein toca el miércoles 4 en Niceto, Niceto Vega 5510. A las 20.