La consagración de Maïwenn como directora llegó temprano en su carrera, cuando Polisse (2011) despertó sorpresa y admiración en el Festival de Cannes ya que, de alguna extraña manera, parecía combinar el registro de observación de Frederick Wiseman y el tenso naturalismo de Sidney Lumet. Esas fueron las referencias que citó la crítica de entonces y aquellas que se conjuraron para comprender el desembarco de esa potente película en la cartelera internacional y la celebración del Premio del Jurado en el festival más importante de Francia como bautismo de una nueva voz en la dirección cinematográfica. Como maestra de ceremonias tras las cámaras y protagonista delante de escena, aquella joven descendiente de argelinos conjugaba mirada y cuerpo: interpretaba a una periodista que transgredía roles afectivos y posiciones morales en su trabajo en una repartición policial dedicada a la protección infantil, y desde la dirección ofrecía un gesto de provocación de los límites creativos en el cine contemporáneo, consciente de que tras el riesgo está siempre la posibilidad de dejar huella.
Con el correr de los años, el cine de Maïwenn ha hecho de la incomodidad su principal huella, y sus siguientes películas han tratado temas cada vez más difíciles de abordar: los vericuetos del amor y sus vínculos con las adicciones en Mon roi (2015), con Vincent Cassel y Emmanuelle Bercot (actriz con la que había co-escrito Polisse); el pasado argelino para Francia y la memoria personal de aquella colonización en ADN (2015), con Fanny Ardant y Louis Garrell. Viajes hacia lo profundo de la intimidad, lo doloroso de la sexualidad enlazada con el extravío del dolor y la curación; viajes hacia lo profundo del ayer, surcados por la sangre derramada y las llagas de la explotación territorial. Ahora, un nuevo pasado sobreviene en su obra, y con él una nueva controversia. Su última película, La favorita del Rey, que se estrena esta semana en Argentina y fue presentada en la apertura de la 76º entrega del Festival de Cannes en 2023, recrea la vida de la cortesana Jeanne Bécu y su relación con el heredero impuro del absolutismo, Luis XV, monarca del popular estilo de decoración y cimiento de la enjundia que habilitó la revolución francesa. Una corte decadentista en Versalles filmada con el monarca más atípico: Johnny Depp.
Es extraña la elección de una estrella estadounidense como Johnny Depp para dar vida a uno de los reyes más franceses de la historia. Cuando fue elegido, el actor arrastraba una demanda de su ex-esposa Amber Heard por maltrato físico y abuso marital; además, ya había encarado su contraparte por difamación contra ella, y luego esa dupla judicial fue convertida en un extenso desagravio filmado como docuficción. Por último, el regreso a la actuación en Francia fue visto como un guiño involuntario al escándalo. ¿Cómo es entonces su Luis XV? Depp da vida a los últimos estertores de vida de un rey aburrido y desalineado, ajado por sus propios excesos y consumido por un entorno vampírico, perfecto ejemplo de esa frontera difusa que divide los titulares de la prensa amarilla de las marquesinas de los teatros más prestigiosos. Pero Depp no es el centro de La favorita del Rey sino la propia Maïwenn, que además de la dirección se reserva el papel principal como una perspicaz plebeya del siglo XVIII, hija bastarda de un monje y una cocinera, que pasó por los salones de la incipiente burguesía para educarse y tentar a esa frágil rectitud, y luego entrar triunfal como cortesana a la cama del rey y a la mesa de decisiones.
Maïwenn puede haber pecado de soberbia al erigirse como centro creativo y también dramático de su película, pero lo cierto es que el desajuste a la tradición del qualité francés, con sus vestidos y sus castillos, su glamour y sus bailes bien coreografiados, no se produce por la sátira desenfadada que ensayaron los ingleses de la mano de Yorgos Lanthimos en La favorita (2018), o del pop irreverente que había sido pionero en la audaz Maria Antonieta (2006) de Sofia Coppola, sino por la exploración de un amor a contrapelo de las normas, arrinconado por el escándalo doméstico al igual que por los privilegios de una corte parasitaria que iba a explotar por los aires con la furia de la toma de la Bastilla. Todo parece premonitorio en la película, y la mirada de Maïwenn está menos destinada a saber por qué aquella mujer de la vida pudo sacudir el conformismo de Versalles, que a entender cómo aquel episodio histórico pudo vaticinar un cambio de época sin que nadie lo percibiera (recordemos que Luis XV ya había tenido en su juventud otra amante célebre como Madame Pompadour).
Sin embargo, la crítica periodística, esta vez, no fue tan benévola como lo había sido con sobreactuado asombro en aquel Cannes de 2011. No solo se cuestionó el aspecto desganado de Depp, su maquillaje polvoriento y sus modales grotescos, sino la falta de belleza de Maïwenn, que parece no evocar la deslumbrante juventud de la futura Jeanne du Barry, según garantizan los justicieros de los retratos reales del siglo XVIII (es cierto que la joven Jeanne tenía apenas 24 años cuando se convirtió en la amante del Rey, mucho menos que Maïwenn). Y después asoman en fila todos los prejuicios sobre el cine ambientado en los tiempos de la aristocracia, aquel que recrea un pasado de castillos y jardines reales, vestuarios pomposos y bailes ornamentados. "La película es pulida y bien hecha (las pústulas de viruela de Depp lucen espantosamente de vanguardia), pero también sin jugo, con poco de la energía cinematográfica desordenada y arriesgada que Maïwenn ha aportado a obras mejores y más duras como Polisse", escribía en mayo del 2023 el crítico Justin Chang , de Los Ángeles Times.
Es cierto, no es Polisse. Tampoco pretende serlo al escapar a aquel nervio que asomaba en la Francia de comienzos del siglo XXI y que Maïwenn captaba no solo en la calle, sino en los rostros de sus personajes y en la furia de sus amores prohibidos. En La favorita del Rey sobrevuela, en cambio, un espíritu decadentista, un deseo larvado, un reposo mortuorio que cita el clima de aquel tiempo antes de la revolución. De hecho, en el trasfondo del romance objetado por el statu quo de Versalles entre la desfachatada Jeanne y el avejentado rey, asoman el futuro Luis XVI y su desposada María Antonieta, en una eterna disputa entre los residuos de humanidad de la realeza y su irresponsable frivolidad como llave de toda condena. Maïwenn sabe combinar esos frentes, y hacernos sentir un tiempo que se acaba, así como en Polisse percibíamos un tiempo que recién llegaba. Una lectura de la historia no como escritura muerta sino como potencia y vaticinio, como enseñanza de que esa ilusión de que lo dejado atrás no vuelve, ya ha demostrado su fracaso. Todo vuelve, y los tiempos obscenos de Luis XV y la potente resistencia de la Jeanne plebeya pueden estar más cerca del presente de lo que creemos.