Óscar, un profesor de escuela pública que no quiere revelar su identidad, es uno de los 8 mil liberados. Después de siete meses de estar detenido, el 26 de octubre salió de la cárcel conocida como Mariona, en la capital salvadoreña, con 18 kilos menos y lleno de granos en la piel.

Óscar y su hijo fueron detenidos el 5 de abril de 2023, en su casa, cuando la policía realizaba un operativo en su barrio por el asesinato de un empresario de autobuses. Aunque los llevaron detenidos sin acusarlos del asesinato, él atribuye su detención a que meses atrás había pedido en redes sociales la liberación de su hija, también detenida en casa mientras se recuperaba de una operación de apendicitis. 

Al hijo lo detuvieron por oponerse a la detención del padre. Ya en la cárcel, ambos se enteraron de que el delito que les imputaron era el de agrupación ilícita, uno de los delitos más comunes en el régimen de excepción.

La hija de Óscar fue liberada. Su hijo sigue detenido y no tiene forma de comunicarse con él. De forma extraoficial, la única noticia que tuvo sobre su hijo hace algunos días es que lo cambiaron de celda. Óscar sospecha que los cambios constantes de celdas en las cárceles son para despistar a las familias que buscan localizar a los detenidos.

En la cárcel, padre e hijo compartían celda, era un espacio de aproximadamente 8 metros cuadrados en donde estaban detenidas otras 200 personas. Ellos dormían en el suelo, a la par de los baños. Según Óscar, todos los días comían lo mismo: frijoles y arroz en el desayuno, espaguetis y arroz en el almuerzo, y frijoles molidos con arroz en la cena. En Mariona, los presos tenían un minuto para comer y, de no entregar pronto los tupper en los cuales les servían la comida, eran esposados.

“En los penales se vive una vida durísima, una vida macabra, una vida de infierno, detestable. Allí lo tratan peor que a un perro, vale más una cucaracha o una pulga que uno”, cuenta Óscar.

El 30 de septiembre, Óscar fue llevado ante un juez. Lo sobreseyeron definitivamente luego de que el juez se percatara de que la acusación en su contra era inconsistente, ya que en el relato de la Fiscalía General figuraba como una persona joven y él tiene 63 años. Pensó que en los siguientes días su hijo también enfrentaría audiencia, algo que nunca ocurrió.

Cuando salió de la cárcel, Óscar volvió a la que había sido su casa, pero la encontró abandonada. Su pareja se fue huyendo por miedo a que la detuvieran. Hoy, la familia deambula entre varias ciudades salvadoreñas sobreviviendo con la pensión de Óscar, quien tuvo que renunciar como vicedirector de la escuela en la que trabajaba, también por miedo a que lo volvieran a detener.

“A mí me recomendaron que mejor renunciara a la escuela, y le di más crédito a mi libertad que al dinero y a las deudas, porque la libertad es algo precioso. Tal vez el presidente no valore eso, porque dice que no sueltan a la gente, porque son pandilleros. Es bien difícil la situación”, concluye Óscar.