Filas de espectadores que daban la vuelta a la esquina y proyecciones en salas permanentemente repletas; charlas-debate improvisadas en la puerta del cine por diferentes grupos de amigos, antes y después de cada función; películas recibidas con entusiasmo y despedidas entre aplausos. Estas notas, que parecen parte de una crónica del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, sin embargo no lo son. Al menos no de la 39° edición, que se desarrolla hasta el próximo domingo, aunque encajarían muy bien con cualquiera de las anteriores. No: estas fueron algunas de las constantes que identificaron a la primera edición de la muestra de cine argentino Contracampo, que finalizó este martes, también en la ciudad atlántica. La primera, sí, pero quizás también la última.

Es que Contracampo no nació como un proyecto a largo plazo. Se trata de la acción puntual de un grupo de personas que integran diferentes colectivos de la comunidad audiovisual (cineastas, productores, críticos, etc), como una forma de manifestar su rechazo contra la actual gestión del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). La misma que encabeza el economista Carlos Pirovano, quien en representación del presidente Javier Milei viene ocupándose desde hace un año de vaciar el organismo y de paralizar la producción, y que no pierde la oportunidad de maltratar en público al cine argentino cada vez que puede.

El festival marplatense forma parte de la estructura del Incaa y Contracampo se realizó en paralelo a la presente edición. La decisión de que así fuera es una de las discusiones que los organizadores de la muestra tuvieron en la etapa de producción, pero también durante su desarrollo. Es que el gesto podía leerse como un ataque específico al festival, que desde su recuperación a mediados de los años ‘90 lleva casi 30 ediciones ininterrumpidas, convirtiéndose en el encuentro cinematográfico más relevante del país. Por el contrario, el propósito detrás de la creación de Contracampo fue poner en evidencia la disconformidad de la comunidad cinematográfica con la pésima gestión libertaria, incluyendo la que viene realizando del festival, que a mediados de este año motivó la renuncia de Pablo Conde y Fernando Juan Lima, director artístico y presidente del festival en sus ediciones 2022 y 2023.

No es que el Festival de Mar del Plata fuera el paraíso antes de la llegada del mileismo. Su presupuesto ya venía siendo recortado a discreción durante las gestiones de los presidentes Mauricio Macri y Alberto Fernández. Pero el notable trabajo y el esfuerzo de sus equipos, comenzando por el de sus responsables artísticos, consiguió que el encuentro atravesara esos años sin perder ni su calidad ni su clima de fiesta del cine, a pesar de contar cada vez con menos recursos. Así lo hizo notar este diario un año atrás, en la nota que anunciaba el comienzo de la edición 2023, firmada por Ezequiel Boetti. Pero si las cosas no venían bien para Mar del Plata, Pirovano se encargó de que se pusieran peores, desarticulando equipos que desde hace años venían demostrando idoneidad en su labor. El desmantelamiento de un equipo de programadores con más de tres lustros de experiencia dejó a sus responsables sin la herramienta básica para continuar con su labor. Lima y Conde finalmente renunciaron en agosto pasado, pero se fueron dejando cerrada una buena parte de la programación que en estos momentos exhibe el festival. Una labor nunca reconocida por la gestión actual, que ni siquiera tuvo la cortesía de incluirlos a ellos y a los miembros de su equipo dentro de la lista de agradecimientos del catálogo.

Tanto Conde y Lima como los miembros de su equipo de programación contaban con el apoyo y el respeto de la comunidad cinematográfica. Tal vez sus salidas del festival hayan sido las gotas que terminaron de hacer que el descontento desbordara. En parte, quizás ahí esté el origen no solo de la negativa de diferentes asociaciones profesionales a entregar en esta edición los premios que históricamente repartían cada año, sino también el de Contracampo. La posibilidad encaja con lo expresado por un productor vinculado a la organización de la muestra durante una de las charlas que se realizaron a lo largo de la misma, quien manifestó sus dudas respecto de realizar una segunda edición de Contracampo en 2025, porque lo que él quería en el fondo, dijo, era “volver al Festival”. Recuperar a Mar del Plata como un espacio propio. Una expresión de deseos compartida por muchos, aun cuando en estos días la muestra probó ser más convocante que el propio Festival, cuyas funciones se desarrollaron en general con mucho menos público que en cualquiera de sus ediciones anteriores.

El motivo para explicar el éxito de Contracampo y la merma notoria de espectadores en Mar del Plata no es uno solo. Los hay artísticos y económicos, pero quizás también corporativos. En relación a lo primero, la programación de la muestra logró reunir a buena parte de los títulos más destacados de la producción nacional reciente, volviéndola muy atractiva. En todos los casos, vale aclarar, se trató de películas producidas antes del desembarco libertario en el Incaa. Entre ellas, los trabajos más recientes de directores destacados aún no estrenados en el país, como Algo viejo, algo nuevo, algo prestado, de Hernán Roselli; El repartidor está en camino, de Martín Rejtman; Solo qu3r3mos un poco de amor, de Raúl Perrone; Sombra grande, de Maximiliano Schonfeld; o Vida céntrica, de Rodrigo Moreno. Pero también otros que ya tuvieron su primer encuentro con el público argentino, como El aroma del pasto recién cortado, de Celina Murga; Popular tradición de esta tierra, de Mariano Llinás; o Simón de la montaña, de Federico Luis.

El precio de las entradas también marcó una diferencia: mientras las de Contracampo costaron $2500, las del festival pasaron de valer $400 en la edición de 2023 a $4000 este año, volviéndolas más caras que los tickets en salas comerciales. Por último, no habría que descartar de la ecuación a la categoría del prosumidor, mencionada durante una de las charlas por el cineasta Goyo Anchou. La misma surge de combinar las figuras del productor y el consumidor, y es utilizada para definir a un tipo específico de persona que consume determinados productos que él mismo ayuda a producir, distribuir o mejorar. Un cineasta, un productor, un técnico, un distribuidor de cine, incluso un estudiante o un crítico cinematográfico que se dedica a ver las películas que desarrollan sus colegas entrarían dentro de esa categoría. De ellos se compuso en gran medida el público de Contracampo y, al mismo tiempo, fueron una buena parte de los espectadores que le faltaron a Mar del Plata. 

Como sea, Contracampo resultó una experiencia exitosa. No solo por el mérito de llenar la sala Enrique Carreras en todas sus funciones, sino por haber logrado poner en discusión una serie de cuestiones vinculadas al futuro inmediato de la actividad cinematográfica en el país, incluida la posibilidad o no de que Contracampo vuelva a realizarse en 2025. Pero para eso falta un año, lo que en Argentina equivale a la eternidad más un minuto.