El autor de Los pichiciegos irrumpió en la literatura argentina como un meteorito. Esa estrategia de colocación polémica le jugó en contra porque logró ser más conocido el “personaje” que su obra. Pero el tiempo suaviza los equívocos que generó un escritor que manejaba al dedillo el arte de injuriar. La exposición Fogwill: muchacho punk, que se inaugurará este jueves a las 19 en el Museo del Libro y de la Lengua, es una oportunidad para encontrarse por primera vez con los cuadernos personales, correspondencia, fotos, contratos editoriales y libros, que fueron donados por su familia a la Biblioteca Nacional. Entre las perlitas de esta muestra –que se extenderá hasta el 31 de julio de 2025-- está la carta que Juan José Saer envió a la Fundación Guggenheim para recomendarlo como beneficiario de una beca, todas la correspondencia completa en torno a la polémica por el Premio Coca-Cola que ganó en 1980 con Muchacha punk, los manuscritos de La gran ventana de los sueños y Nuestro modo de vida, poemarios conservados tal cual los había ordenado y diarios de los sueños, entre otros materiales que forman parte del fondo y que estarán exhibidos en la muestra.

Rodolfo Enrique Fogwill (1941-2010), sociólogo egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA), publicista y experto en marketing, terminó publicando sus libros con su apellido a secas, “como Sócrates, Platón, Aristóteles”. Entre las campañas publicitarias de cuño fogwilliano, de las que le gustaba jactarse, está la de los cigarrillos Jockey: “Suaves pero con sabor, el equilibrio justo”. A Fogwill se le ocurrió “el sabor del encuentro”, que inicialmente no era para la cerveza Quilmes, sino para una tabacalera, y trabajó para Dupont, Esso, Nobleza Piccardo y muchas empresas más. Decía que había descubierto tiempos verbales que son solamente argentinos. Él lo llamaba “condicional imposible, como el pagariola”, que no existe en ningún idioma. Publicó los poemarios El efecto de realidad (1979) en Tierra baldía --editorial que él mismo creó--, Las horas de citas (1980), Partes del todo (1990), Lo dado (2001) y Canción de paz (2003); los libros de cuentos como Música japonesa (1982), Ejércitos imaginarios (1983) y Restos diurnos (1993); y las novelas Vivir afuera (1998) y En otro orden de cosas (2002).

Esteban Bitesnik, curador de la muestra, revela que revisar el archivo de Fogwill fue una experiencia enriquecedora. “Yo tuve la suerte de conocerlo y él tenía una especie de teoría que hacía hincapié en una forma de escritura vinculada con lo que era la máquina de escribir, que después incluso se podía seguir utilizando en las computadoras. Esta teoría consistía en tabular la hoja, o sea achicar bastante los margenes tanto de izquierda como de derecha, para hacer que la oración que escribía quedara más corta”, explica el curador de Fogwill: muchacho punk y agrega que esta tabulación tenía que ver con la lectura y la respiración. “El texto suena mejor y alcanza cierto ritmo. Fogwill aconsejaba una escritura más corta. Cuando miré los textos mecanografiados de Nuestro modo de vida, me di cuenta de que estaba esa tabulación en la que tanto él insistía. Entonces fue reconfirmar o recordar una vieja idea fogwilliana”.

El curador de la muestra subraya que también hay muchas fotos desconocidas de la infancia y de adolescencia del escritor. “Fogwill ocupa hoy un lugar central y canónico en la literatura argentina”, afirma el Bitesnik. “Ricardo Strafacce le dedicó un libro primero a Osvaldo Lamborghini, después un catálogo a César Aira, y ahora este año salió un ensayo bibliográfico alrededor de la obra de Fogwill. Strafacce está estableciendo un triunvirato de estos tres escritores y qué lugar ocuparían hoy en el mapa literario argentino. Me parece que muchos críticos coincidirán. También obviamente podríamos sumar a muchos otros autores, como Ricardo Piglia, Juan José Saer, Héctor Libertella y María Moreno. Si venimos más acá en el tiempo, también podríamos pensar en la generación siguiente, en Daniel Guebel y Sergio Bizzio, y entre las escritoras de los 90, en Fernanda Laguna y Cecilia Pavón”. Bitesnik destaca que la centralidad de Fogwill está manifestada en el surgimiento de Tierra Baldía, donde publicó su libro de poemas, El efecto de la realidad, un sello editorial que tuvo corta vida, donde también publicaron Néstor Perlongher, los hermanos Lamborghini (Leónidas y Osvaldo), Oscar Steimberg y Reina Roffé, entre otros. “Fogwill decía que inventó la editorial para editar a muchos poetas, armar un nuevo canon y él meterse en ese canon. Y lo logró”. El curador recuerda la importancia que tuvo en la promoción de jóvenes poetas como Martín Gambarotta o cuando decía que los cuentos de Hebe Uhart están entre los mejores de la literatura argentina. “Fogwill funcionaba como una suerte de promotor cultural, en el buen sentido de la palabra; se preocupaba por los poetas, por darles visibilidad, por recomendarlos a las editoriales independientes; hacía un trabajo de lectura y promoción muy destacables”.

Revisando el archivo, lo sorprendió “esa red de amistad” que tejió Fogwill. “Hay una cantidad enorme de cartas, de muchísimos escritores con distintos estilos y preocupaciones, con distintas estéticas, donde contestaba a preguntas específicas sobre una novela que estaba escribiendo ese escritor equis y que le consultaba a Fogwill. Se lo tiene como una persona muy polémica, que iba muy de frente, a veces hasta causaba temor por sus intervenciones o por cómo te iba a tratar, pero leyendo su correspondencia uno se da cuenta de que el tiempo que le dedicaba a esa red de amistades era realmente conmovedor -reflexiona el curador-. Estaba por un lado el personaje con esa lengua insolente, que como muchos dicen por ahí con el paso del tiempo se fue desgastando, en el sentido que ya cansaba, pero en su correspondencia queda claro ese costado humano, donde lo que realmente siempre le importó era la literatura, el trabajo con el lenguaje y con las palabras”.

*Fogwill: muchacho punk se puede visitar hasta el 31 de julio de 2025 de martes a domingos de 14 a 19 hs. en el Museo del libro y de la lengua (Av. Gral. Las Heras 2555).