El proceso - 7 puntos

Argentina-Francia, 2023

Dirección y guion: Sandra Gugliotta.

Duración: 70 minutos.

Estreno en Cine Gaumont.

Hace tres años la cineasta argentina Sandra Gugliotta (Un día de suerte, Las vidas posibles) estrenó Retiros (in)voluntarios, documental rodado en Francia que describía las explosiones y esquirlas del “proceso de reconversión” que atravesó France Telecom a partir de 2004, antes y durante su privatización. Entre los métodos consignados por las víctimas, empleados de la empresa –muchos de ellos con décadas de trabajo en firme relación de dependencia–, se describían el acoso permanente por parte de la dirección del personal, el ninguneo profesional o la obligación de hacer tareas básicas absolutamente reñidas con su capacitación y conocimientos. A través de entrevistas a exempleados y familiares, Gugliotta dejaba en claro que los corolarios de esa humillación que duró varios años incluyeron problemas psicológicos varios, en particular la depresión, e incluso tres decenas de suicidios o intentos de suicidio, algunos de ellos en el lugar de trabajo.

A la manera de un díptico, El proceso sigue investigando el caso a partir del juicio colectivo iniciado en 2019 y finalizado post pandemia, dos años más tarde. Aunque más preciso sería hablar de los casos, ya que el énfasis de la realizadora, como en su documental previo, está centrado no tanto en los CEOs y responsables de ese plan de “racionalización” indirecto pero igualmente salvaje, sino en aquellos que sobrevivieron al vendaval y los que quedaron en el camino. En palabras de Gugliotta, según escribe en la carta de intenciones de El proceso, “quise hacer visible algo que no está en el candelero: el impacto físico y concreto de las políticas de gestión en el cuerpo de las personas, las heridas duraderas de las que no nos hablan las cifras”.

El caso de una mujer que saltó del quinto piso de uno de los edificios de la empresa, falleciendo minutos después, o el de una sobreviviente a un intento de suicidio con lesiones de cuchillo, provocadas en la oficina en pleno horario laboral, forman parte del registro directo de la película. Historias dolorosas narradas por los involucrados o sus familiares más cercanos. La imposibilidad de acceder al recinto donde se desarrollaron los testimonios y alegatos juega a favor del relato: en lugar de filmar simplemente los movimientos y palabras de abogados, fiscales, jueces y testigos, la cámara permanece fuera, en los pasillos, “acechando” a los hombres de toga de uno y otro lado, emulando a los periodistas que andan por allí zumbando con sus micrófonos, y descansando en su trípode cuando llega el momento de darle imagen y voz a los damnificados, algunos de los cuales entran en llanto a pesar del tiempo transcurrido.

Gugliotta deja la ciudad y viaja al interior para acompañar a un hombre que pasó varios años con una fuerte depresión y ahora, fortalecido, ayuda a su mujer en el negocio familiar. Sobre el final, los planos de la cámara de apelación, tradicional y centenaria, contrastan con la rabiosa modernidad del edificio de primera instancia. Finalmente, se conoce el fallo por la acusación de acoso moral: unos meses de prisión en suspenso y algunos pocos miles de euros de multa. Poca cosa para tanta violencia sorda. Y dolor. Aunque, como afirma un abogado de los damnificados, lo importante es lo simbólico. La empresa y sus principales responsables fueron hallados culpables, sentando las bases de una jurisprudencia a futuro y poniendo un pequeño freno a la extrapolación de una famosa frase: es el mundo empresarial, estúpido.