Carlo Ponzi deambulaba por las callecitas de Lugo, en la provincia italiana de Ravena, pensando cómo transformarse en un hombre rico y poderoso. Sus padres, con mucho esfuerzo lo habían mandado a la universidad, pero su estadía fue más bien breve. El insistía que lo suyo no era el estudio sino los negocios. Mientras soñaba con bellas mujeres, palacios señoriales y automóviles, se cruzó con don Giuseppe, el padre de su amigo Vito,

–¿Cómo va Carlo?

-Bien don Giuseppe.

Ponzi contestó con cierta indiferencia, pero aprovechó para preguntarle por su amigo Vito, que había emigrado a Estados Unidos. Las noticias eran buenas y Carlo pidió que le mandaran sus saludos.

Poco después, en noviembre de 1903, Carlo Ponzi llegó a Estados Unidos en el SS Vancouver. Pasó por migraciones y por la entonces obligatoria cuarentena en Ellis Island, y empezó a trabajar en Nueva York. No eran buenos empleos y, cansado, cruzó la frontera con Canadá y se estableció en Montreal. Un compatriota, Luigi Zarossi, le ofreció trabajar en su banco. El Banco Zarossi era un éxito que ofrecía un notable interés del seis por ciento por los depósitos, el doble de la tasa de interés normal. Pero el éxito duró hasta la quiebra del banco, que se cayó como un castillo de cartas. Zarossi se escapó a México con buen dinero de sus clientes, y Carlo estaba sin empleo.

Sus sentimientos eran ambiguos: no tenía empleo, pero los manejos de Zarossi lo habían encandilado. Era una epifanía, una revelación. Carlo descubrió cómo transformarse en el hombre rico que desde su niñez siempre soñó ser: sólo faltaba perfeccionar el modelo de Zarossi.   

Sin un peso encima, Carlo falsificó un cheque y fue detenido. Le dieron tres años de prisión que solo hicieron que su entusiasmo por el dinero se incrementara. A poco de recuperar su libertad se vio involucrado en otros delitos. Liberado en 1912, retornó a Estados Unidos y se asentó en Boston. Aunque maldecía los años de prisión, en Canadá había aprendido una maniobra bancaria que, perfeccionada, cambiaría su vida para siempre. El banquero Zarossi había sostenido su “éxito” utilizando los depósitos de los nuevos depositantes para pagar los intereses de los anteriores. Es decir, el banco no destinaba los nuevos fondos recibidos a negocios rentables en la construcción,  el comercio, la exportación o la industria que le permitieran una rentabilidad capaz de sostener el patrimonio de todos los depositantes. Por el contrario, solo se preocupaba en tener nuevos depositantes que sostuvieran esta “cadena de felicidad”.

Esta idea que corría febrilmente en su interior maduró y se transformó en una realidad, que descubrió fortuitamente. A Ponzi se le ocurrió crear una publicación a la que llamó “La Guía del Comerciante”, el proyecto fue un fracaso pero… En una cálida tardecita descubrió, revisando correspondencia, una carta de una empresa española interesada por su guía. Para que un ejemplar llegara a España, el remitente tenía que adjuntar unos sellos de respuesta internacional, cupones pre pagados que permitían envíos al remitente sin costo para el emisor. Estos sellos se podían intercambiar por similares de otros países, pero no tenían en cuenta la fortaleza de la moneda del país emisor. Por lo tanto, se obtendría una ganancia comprando cupones por ejemplo de España y cambiándolos por cupones de Estados Unidos. Ponzi encontró el negocio y fundó una empresa, la  “Securities Exchange Company”. Nunca se preocupó en cómo compraría ni vendería los cupones, sólo se preocupó en “vender” su factibilidad. Comenzó a ofrecer a sus inversionistas una rentabilidad del 45 por ciento en 45 días, más del cincuenta por ciento en tres meses. 

Ponzi nunca pudo mostrar cómo hacer real el intercambio de cupones por dinero, pero ese “detalle” fue suplido por su carisma y sus dotes de nato vendedor de ilusiones. El diario Boston Post llegó a valorar la empresa de Ponzi en más de 85 millones de dólares. El mismo periódico comenzó a preguntarse cómo Ponzi convertiría en realidad los intereses prometidos, lo que generó temor.

Los inversionistas, alertados, comenzaron a retirar sus depósitos y no aceptaron las promesas de mayores ganancias que hacía Ponzi. Denunciado a las autoridades, Ponzi no pudo explicar el núcleo de su negocio. En conclusión, decenas de ahorristas quedaron con sus bolsillos vacíos y el audaz hijo de Lugo terminó otra vez en la cárcel. En la memoria quedó la frase "esquema Ponzi".

Desde entonces, hay una señal ordenadora: los esquemas bancarios/financieros que no están asentados sobre la economía real, tienden inexorablemente en crisis, crash financiero, quiebra.

En Argentina estamos asistiendo a maniobras de “bicicleta financiera” y “carry trade” que pueden asimilarse a un “esquema Ponzi”. En términos muy generales tenemos una tasa de interés local por encima de la devaluación mensual, convergiendo con una apreciación del tipo de cambio. Este atraso cambiario, con las promesas gubernamentales de sostener barato el dólar, resulta en una jugosa ganancia en dólares para los inversores. Mecanismo sencillo. Transforman sus dólares en pesos, aprovechan las tasas de interés positivas, y luego los transforman en dólares, obteniendo una ganancia en esa moneda. La pregunta que cruza gran parte del debate económico es cuánto puede sostenerse el mecanismo. 

Antes de buscar la respuesta señalemos el desaliento que genera la “bicicleta” ¿Por qué? Porque se instala la idea que pueden obtenerse generosos beneficios sin trabajar, sin producir bienes ni servicios. Esto abre la puerta para que muchos se pregunten para qué abrir la persiana de una fábrica o comercio, o la tranquera de un campo. Para qué preocuparse por el consumo, los costos de la producción o el clima, si la emulación de Ponzi nos permite ganancias mas que seductoras.

¿Es sostenible? Algunos, con un razonamiento circular, plantean que el carry trade se sostendrá por la “fortaleza” macro económica y la macro economía se sostendrá por el carry trade (es una cuestión de fe). Otros sugieren que será sostenible mientras la economía se mantenga en los actuales parámetros de actividad, es decir consumo bajo, y economía real a baja velocidad. Un crecimiento de la actividad produciría una demanda de dólares que presionaría sobre el mercado de cambios, induciendo a una salida devaluatoria. Desde una perspectiva neoliberal, Carlos Rodríguez del CEMA interpreta que este carry trade a lo Javier Milei le recuerda la tablita cambiaria de Alfredo Martínez de Hoz, donde se pretendía que la tasa de inflación convergiera con la tasa de devaluación y que el nivel del tipo real de cambio convergiera a lo que Rodríguez llama su nivel de equilibrio. Concluye diciendo que cuando se logró la convergencia de tasas, el atraso cambiario era tan grande que las presiones devaluatorias fueron imparables.

En lo particular adherimos a la versión del gobernador bonaerense Axel Kicillof, que dijo expresamente que “yo lo comparo con las estafas piramidales… ¿Cómo funcionan? Se garantiza que el tipo de cambio va a estar fijo y después se pone internamente una tasa de interés en dólares inmensa. Este sistema necesita alimentarse con un seguro de cambio con cada vez más dólares. Nadie puede saber en qué momento se cae”.

Cuando salió de la cárcel, los registros dicen que Ponzi se mudó a Brasil, donde falleció. Sin embargo, dicen personas mal intencionadas que lo vieron en La Rosada, asesorando a Milei…

¿Será cierto?