7 de marzo de 2007

El sol apenas calienta la piel. No hace frío, pero no debemos permanecer mucho tiempo quietos porque de lo contrario corremos riesgo de resfriarnos. La gente es muy amable, nos ofrece café, panes con mermelada (es una dicha que hay que festejarla), hablamos con doña María y estuvo más que contenta con la idea de pasar algunos días en su casa. Probablemente el viernes nos mudemos al centro de la ciudad, ya que es lo que habíamos planeado en un primer momento. Sé que tengo un poco de miedo, y también sé que es inevitable. Así y todo trato de que María Emilia no se preocupe por esas cosas en definitiva innecesarias. Es difícil, lo sé, ¿quién puede afirmar lo contrario?, pero es necesario preguntárselo para poder seguir adelante.

Gracias a Dios dieron órdenes de cese el fuego y pudimos respirar tolerancia. Lo necesitábamos tanto. Es increíble tanto dolor, tanta miseria, tanta muerte. Don Jerónimo, el hombre del que te hablé en el mail anterior, el anciano que nos llevó hasta la embajada el martes pasado, a pesar de todo es optimista y piensa que las negociaciones diplomáticas van a durar dos días más de lo que pronosticó el Times esta mañana. Todavía no puedo comprender semejante prisa. Sin dudas fue una torpeza, ¿pero no te parece un signo ejemplar de la falta de responsabilidad general en la que estamos viviendo? La palabra no tiene ese valor, nunca puede reducirse a semejante valor, ¿es que acaso ya no hay dignidad? Papá siempre decía que los hermanos mayores cargaban con esa responsabilidad, y que esa relación asimétrica era un claro ejemplo de lo que es la vida. Los tiempos corren mientras nosotros corremos con ellos. No es momento de cruzarnos de brazos, no podemos permitirnos eso. Se trata de vivir, hermana, y la única manera de lograrlo es aceptando que la democracia es un derecho y por consiguiente un deber.

Doña María y don Jerónimo viven sobre la ladera norte de la bahía desde que el pueblo de pescadores es pueblo; tienen un hijo, del cual no recuerdo el nombre, que se gana la vida pescando como lo hizo su padre hasta los setenta y cinco años. Doña María se levanta tan temprano como su hijo, aunque tiene más de 80 años, y a eso de las diez de la mañana cuando escucha destrabar postigos y abrir puertas y ventanas, en un portugués cómplice e infinito, me pregunta si quiero tomar un cafesinho sin azúcar. Dios mío, cómo extraño su sonrisa. ¡Ojalá la hubieses conocido! Es una mujer hermosa, menuda, bondadosa, tiene el cabello blanco y ondulado que le cubre gran parte de su espalda y resalta la frescura de su mirada aguda o clara; su esposo, debido a un accidente cerebro vascular moderado, no tiene la misma fortaleza de antaño, por lo que doña María debe cargar con todas las responsabilidades y hasta con el humor de perros que a veces don Jerónimo intenta ocultar sin lograr ningún bendito resultado.

 

21 de marzo de 2007

Anoche cenamos tres tazas de arroz y con unos panes que sobraron del mediodía fue suficiente. Para hoy a la tarde habíamos armado un picadito, pero a último momento el arquero, un fotógrafo iraní, y dos de los defensores brasileños tuvieron que grabar. Pobrecitos, lo que les esperaba. Yo iba a sacar fotos y tirar algo a la parrilla. Esta mañana leí las noticias publicadas en los diarios locales, y la discusión, aunque cambiante, sigue dando vueltas alrededor de los mismos temas que se vienen discutiendo hace ya unos dos meses. Ahora estamos sentados contra la pared del salón del club del barrio escribiendo nuestro diario. Por momentos me resulta comiquísimo. Podés compartir un baño, un colchón con olores nauseabundos, pero jamás se me hubiera ocurrido sentarme a escribir mi diario junto a otras personas, principalmente soldados de la armada británica. A veces tengo la sensación de estar bajo una trinchera, o como si fuera un tigre esperando mi próximo ataque, pero también me siento una reverenda idiota, jamás una niña con juguetes, por supuesto, porque cuando escribo estoy ejerciendo mi oficio, el oficio de un escriba, y porque ante todo soy un ser humano que necesita contar lo que piensa. Puede que a veces tenga que restregarme el paladar, pegarme la cabeza contra la pared, comprender que la vida es más compleja y aceptar que hay cosas que no tienen respuesta. Lo hago diariamente. Al menos aquellas preguntas que tienen que ver con nuestra vida, con nuestra felicidad o que la hacen posible y a veces también la perjudican. Pero para mi es imposible que algo bello, que da vida o que la reconoce con el uso de sus adjetivos, que intenta descubrir lo que esconde, su esencia, su presente inoportuno o incierto, pueda, como pueden creer algunos, que en un momento se convierta en su opuesto. Siento rechazo hacia quienes piensan o afirman (en voz alta, ¿te parece sensato?) que fulano de tal es una mierda porque sus convicciones cambiaron con el paso del tiempo. Claro que el lenguaje oral no tiene la pulcritud ni el tiempo que nos sobra mientras escribimos y organizamos nuestras ideas para más tarde leerlas en el papel. El lenguaje oral lo que menos tiene es tiempo. No entiendo y jamás voy a aceptar que se pueda hablar de esa manera, y que se digan las cosas que se dicen sin comprender que delante de nosotros hay otro ser humano que nos reconoce y permite reconocernos. ¿Qué somos entonces, de qué estamos hechos, tanto nos cuesta vernos con nuestros propios ojos, es tan difícil?

 

4 de junio de 2007

Tenés que ver esto. Es maravilloso. Un helecho con las hojas reverberando como tinta china salpicando una telaraña blanca. Son tan suaves. Después un golpe pausado; uno, dos, tres compases hundiéndose y volviendo a rodar por la vereda de toda la cuadra. Sí, ya sé; pero no solo quería contarte esto. Estoy apuradísima así que va ser cortito. En una carta fechada el 6 de abril de 1847, Sarmiento recoge sus primeras experiencias en suelo romano y se las cuenta con cautelosa calma al Señor Obispo de Cuyo; en particular, las vicisitudes de la entrevista que mantiene con el Sumo Pontífice Pío IX, favorecida por el conocimiento personal de las Américas por parte del pontificado (la ausencia de formalidades del Papa exaltan la simpleza de su carácter), que, rápidamente, interrumpe las genuflexiones de Sarmiento (provoca mucha risa verlo a Sarmiento besar los pies del pontificado) y le comenta la ubicación exacta de su provincia natal, San Juan de Cuyo, y los tres o cuatro días que a pie de hombre demoró en llegar desde Mendoza. La carta es muy bonita, así como la conversación que surge entre ambos y se detiene en las curiosidades del pontificado, "Rivadavia", "el general Pinto", el partido "ultrarepublicano" tan favorable al comercio, el ejemplo chileno, "sin cadalsos ni despotismos", hasta que las ideas se tejen y despiertan sus opiniones encontradas. En fin. Cuando en estos últimos días se sucedieron los acontecimientos que todos conocemos entre la Iglesia y el Gobierno, recordé, con mucha simpatía y agrado, la escena relatada por Sarmiento, y me pareció tan absurdo el comportamiento del gobierno, dando la impresión de librar batallas contra molinos de viento, exaltando sus caprichos de niño enojado, que cualquier reflexión más profunda me pareció innecesaria. Quizás no. Quizás Marcel Marceau pueda representar mejor que nadie lo que escapa a tanta cháchara.

 

15 de junio de 2007

La verdad que no sé. No entiendo de dónde saca todas esas preguntas. En mi opinión, quiero decir, no sé si pueda tener hijos en este momento, y por ese motivo no considero adecuado discutirlo en este preciso momento. Estoy segura que Mary Mann no se hubiese sorprendido si en algunas de sus cartas Sarmiento le hubiese sugerido que una mujer antes de ser madre debería ejercer la docencia para que el trato recurrente con los niños la recargue con la soberana paciencia que es necesario disponer para cuidar de los chiquillos.

Las clases que presenciamos hoy a la mañana en una de las escuelas públicas ubicada a pocas cuadras de la casa de María Emilia fueron un claro ejemplo, un ejemplo maravilloso, de la disposición adecuada y la correcta utilización del espacio en el aula. Los alumnos no solo forman grupos de estudio reducidos, máximo cinco, con muchísima suerte seis, sino que la participación gira alrededor de los temas programáticos y se vuelve apasionante y hasta en buena medida te diría que misteriosa, tanto que en ocasiones el maestro debe intervenir para aplacarlos un poco. En la sala de descanso conversé con un maestro joven, de mediana edad, un hombre que no lo dice pero detesta el olor del cigarrillo (tiene la piel muy suave, aunque se apura para aclararme que lo más curioso es que no le crece la barba), y me contó con lujo de detalles el proceso sinuoso que son capaces de dibujar en poco más de dos meses. Allí me presentó ante sus compañeros y estuvimos conversando los veinte minutos que le quedaban al recreo. No sé si está mal decirlo, pero me pareció un tiempo al menos excesivo; creo que lo que menos debemos es dejarles tanto tiempo libre, ya que con su naturaleza inconstante es suficiente. De la misma manera pienso que las tareas del colegio comienzan en el colegio y deben terminar en el colegio. Todas, incluidas las cuatro horas semanales dedicadas a la gimnasia física. Otra cosa que me pareció maravillosa de estos chicos es el amor que demuestran por sus compañeros. Creo que la palabra correcta sería respeto y vocación de compartir sus experiencias. Tienen entre once y doce años, y aunque a esa edad suele ser común o natural cierta agresión al prójimo, ellos en cambio demuestran una tolerancia infinita. No sé de dónde salieron estos niños. Nosotras éramos tan agresivos que me resulta extraño verlos con tanta ternura. Bueno, esto confirma mi hipótesis inicial, y queda claro que no se trata de una diferencia de géneros.

Cuando subí al segundo piso una nena de unos siete años me preguntó el nombre de mis hijos, y yo la miré con una cara que me hizo reír de tanta inocencia. No sé, fue una estupidez, lo único que se me ocurrió decirle fue "¡hermosa!", porque no sabés lo hermosa que era esa nena, y después le contesté que no tenía hijos. Qué gracioso.

 

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